Era conversador nato. Tenía muchísimas anécdotas que contar y una colección de chistes para hacer reír. Se describía como "un hombre serio que no se toma en serio a sí mismo".
Siempre portaba dosis de humor y las repartía en el momento justo. Alto, delgado, pelo cano y una pipa de buen aroma, caracterizaban al elegante don Danilo Jiménez Veiga, el "superministro", el asesor presidencial y por último al embajador ante la OEA, en Washington.
Lo conocí cuando era el "superministro". Ese título se lo ganó por su hábil desempeño como Ministro de la Presidencia en la administración de Luis Alberto Monge, en la que su fórmula fue la negociación y el consenso.
Lo seguí conociendo como asesor del mandatario Oscar Arias. Un día, en la Presidencia, le pregunté cómo había conocido a doña Muni Figueres Boggs. "Yo tenía una cita con don Pepe. Fui a su casa y mientras lo esperaba en la sala salió Muni, que era una niñita de poco más de un año, corriendo desnuda y acabada de bañar. Yo dije, ese cuerpecito va a ser mío..."
Esta jovialidad para contar las cosas no era solo una actitud. Su cuerpo era fuerte. Ese mismo día me advirtió: "No vaya a creer que por la diferencia de edad entre Muni y yo, no estoy en condiciones." Me pidió que le tocara su brazo. Bajo la manga había un fuerte bíceps. Y para reafirmar, me explicó su frecuente rutina de trote en el parque La Sabana.
Me confiaba que amaba la vida familiar, el compartir en casa con su esposa y sus hijos. De vez en cuando pasaba algunos días -como la Semana Santa- en el hotel Herradura. "Allí me gusta porque descanso, como bien, no cocino ni lavo platos."
La última vez que lo vi fue en las Naciones Unidas, en Nueva York. Finalizaba setiembre de 1994. El era embajador y acompañaba al presidente Figueres. Ya no se veía tan fuerte. Estaba enfermo. Seguía hablantín y de buen humor. No lo olvido cuando me dijo ese día: "Al mal tiempo, buena cara."