Max Weber fue el primer sociólogo de la historia que investigó a profundidad la influencia de los sistemas culturales en el desarrollo. Por ejemplo, en una de sus obras más reconocidas, describe a profundidad la influencia ejercida por la ética cristiana en la prosperidad general y el desarrollo económico de los países del norte de Europa, y atribuye dicho logro a aquel código de valores. El análisis de Weber resulta muy interesante, pues reafirma la generalizada convicción sobre la influencia que tiene en la evolución material de éstas, los sistemas culturales y los códigos de espiritualidad que practican las sociedades.
Según el Índice de desarrollo humano del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), y con base en los códigos culturales, podríamos hablar de tres niveles de resultados. En la cúspide encontramos el primer nivel ya referido, el cual, en términos generales, es el de los países del norte de Europa.
En el otro extremo, en el fondo del espectro, están los países con el peor nivel de desarrollo y bienestar. En los últimos 20 lugares de esa escala se encuentran —salvo las excepciones que se indicarán más adelante—, las culturas animistas o politeístas del África subsahariana, como por ejemplo Benín, Sudán del Sur, Burkina Faso; y en América, Haití.
Aquí también se incluye a la politeísta India, que si bien es cierto no está dentro de las últimas 20 posiciones, sí posee altísimos niveles de miseria, de acuerdo con el PNUD, pues tiene a aproximadamente el 90% de su población —cuyo total es de más de 1.000 millones de personas—, viviendo con un ingreso diario de menos de $2.
Finalmente, está el nivel medio de desarrollo material y es donde está la mayor cantidad de países. Dicha categoría incluye países que, según el índice del PNUD, se encuentran por debajo de las 15 primeras posiciones pero que, a la vez, están por encima de la escala «baja» del desarrollo. Las posiciones medias del escalafón, en realidad corresponden a países como Costa Rica, con niveles de desarrollo calificados como altos pero que, en un «ranking» global práctico, su posición es intermedia.
Categoría media. Ahora bien, en esa numerosa categoría media, se da la particularidad de que todas esas sociedades abrazan culturas fundadas sobre algún sistema de legalidad moral o algún modelo de espiritualidad con compromiso moral, donde podemos encontrar tres grandes vertientes. En primer término, las sociedades fundadas sobre la base de religiones de compromiso moral, como las islámicas, la judía y las distintas denominaciones del cristianismo. La segunda gran vertiente, son las sociedades cuyos fundamentos existenciales han sido culturas filosóficas, como el budismo, el taoísmo y el confucionismo, todas posicionadas en las naciones del extremo oriente. La tercera vertiente corresponde a las sociedades influidas por los modernos sistemas culturales ateístas, como es la actual sociedad China.
Valga advertir que hay algunos matices. Por ejemplo, dentro de los últimos países en el «ranking» de desarrollo, existen dos naciones, Yemen y Afganistán, que no poseen poblaciones animistas; sin embargo, ambas tienen una característica en común desde el punto de vista de su sistema cultural, y es el hecho de que practican una versión del islam extremadamente dura. Esto significa que los últimos lugares del índice lo conforman naciones cuyas sociedades básicamente ejercitan los animismos politeístas, salvo las dos excepciones antes mencionadas.
Otra excepción interesante, se encuentra en el extremo superior del índice de bienestar, y corresponde a Hong Kong y Singapur. Son los únicos dos países que están entre los primeros 15 lugares que no poseen —como sistema fundador de su sociedad—, un código cultural cristiano. Fuera de dicha excepción, los restantes países que se encuentran en la cima del desarrollo humano —o sea, los cinco países nórdicos, más Irlanda, Alemania, Suiza, Australia, los Países Bajos, Reino Unido, Bélgica y Nueva Zelanda—, todos fueron sociedades fundadas sobre el fundamento del código cultural de alguna denominación cristiana, ya sea católica como la sociedad irlandesa, o de otras denominaciones cristianas, como las luteranas y calvinistas. Lo que viene a confirmar —en el siglo XXI—, buena parte de la hipótesis desarrollada 120 años atrás por el sociólogo Max Weber.
Una última observación. Había afirmado que, en el gran tablero de países de desarrollo medio, se encuentran sociedades que están fundadas sobre la base de sistemas culturales de legalidad moral o con modelos espirituales de compromiso moral; pues bien, aquí no se encuentra ninguna excepción que incluya sociedades de animismo politeísta, como sí ocurre en la parte alta y baja de la tabla. Gran parte de las sociedades del África subsahariana o Haití, que practican el animismo politeísta, incorporan también versiones sincréticas del cristianismo, es decir, prácticas en las que se introducen ciertos elementos derivados del cristianismo dentro de un ejercicio espiritual que es realmente animista, lo que provoca que muchos analistas erróneamente califiquen a dichas sociedades como nominalmente cristianas, sin serlo en su esencia práctica.
El autor es abogado constitucionalista.