La Conferencia Mundial sobre Ciencia se celebró en Budapest en 1999, por cierto, bien representada por varios científicos y académicos costarricenses, reunidos con el mandato de acercar la ciencia y sus beneficios a la sociedad.
Al final se firmó la Declaración sobre la Ciencia y el Uso del Saber Científico, donde se plasma la propuesta de celebrar un día para pensar en la ciencia como promotora de la paz y el desarrollo. En el 2001 se declaró el 10 de noviembre Día Mundial de la Ciencia para la Paz y el Desarrollo.
Hoy resulta muy propicia esta efeméride, especialmente, en momentos cuando nos acecha de nuevo el espectro de la guerra desde la invasión rusa a Ucrania. Vemos por cable los bombardeos a mansalva sobre la población civil, heridos, muertos y destrucción de infraestructura en muchas ciudades. Además, en su desesperado ajedrez, el líder ruso, luego de “lograr” dos adhesiones más a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), amenazó con el uso de armas nucleares; una pesadilla como la de hace más de medio siglo, durante la crisis de los misiles en Cuba.
El gran filósofo alemán Immanuel Kant publicó en 1795 el corto ensayo Sobre la paz perpetua (Zum ewigen Frieden), en que propone que el estado natural del hombre es la guerra, por lo que se hace necesario “instaurar la paz” a través de acuerdos entre repúblicas soberanas y la firma de tratados.
Los tratados de paz, sin embargo, no son válidos si se alcanzan “con la reserva secreta sobre alguna causa de guerra en el futuro”. Ningún Estado debe inmiscuirse por la fuerza contra otro. Los Estados independientes no se deben adquirir por herencia, permuta, compra o donación. En ese mundo, supone Kant, “los ejércitos permanentes deben desaparecer totalmente con el tiempo” pues no harán falta.
El descarrilamiento de esta utopía kantiana se debió, entre otras razones, al avance científico y tecnológico que propició la creación de instrumentos de gran utilidad para la humanidad, pero también siniestros instrumentos de guerra que el filósofo alemán difícilmente imaginó.
Paradigmas
Tampoco conoció Kant del inmenso lucro derivado de la confección y venta de armas, que se producen legalmente en muchos países avanzados, pero que también las trafica el crimen organizado. La ciencia y la tecnología generan muchos instrumentos que dependen de la forma en que se apliquen. Es el paradigma del cuchillo en manos del cirujano para salvar vidas o en manos del asesino para segarlas.
Hoy, sin embargo, los gigantescos arsenales nucleares nos imponen un nuevo paradigma sobre la guerra nuclear, y es que esta destruye no solo al enemigo, sino también al agresor; igualmente a toda la humanidad. Un enfrentamiento entre potencias nucleares dañaría la atmósfera por largo tiempo a consecuencia de la radiación, alteraría el clima y causaría gran devastación terrestre y muerte al instante. Por lógica, estas armas ya no sirven para dirimir los conflictos entre naciones, y usarlas como amenaza parece descabellado. Bien se advierte: nadie gana una guerra nuclear.
¿Será la guerra el estado natural del ser humano, como lo suponía Kant? Preguntas de mucho interés para científicos que investigan el comportamiento humano y animal. ¿Cómo se genera la violencia en la mente humana y el comportamiento agresivo? Por cierto, más prominente en el género masculino de nuestra especie.
Muchas investigaciones intentan contestarlas y algunas sugieren que es que heredamos de nuestros ancestros la tendencia a defender territorios y formar jerarquías, comportamientos fuertemente impresos en los circuitos cerebrales de todos los mamíferos. Es posible que solamente si entendemos mejor nuestra propia naturaleza nos sea posible controlar nuestro destino. De ahí la importancia de estas investigaciones.
Nueva utopía
La ciencia puede ser un instrumento para conseguir la paz y la abolición de las armas convencionales y nucleares. La ciencia y la tecnología nos permiten tomar decisiones informadas, imaginar el futuro y hacer modelos para predecirlo.
En una nueva utopía, las estructuras militares logran redirigirse a la protección ambiental, al manejo de desastres, al control de riesgos y pandemias y muchas otras labores donde van a surgir héroes y militantes de la vida.
La meta de la ONU para este siglo XXI sería llegar a consolidar la paz perpetua y la seguridad global con el apoyo de la ciencia, como principios rectores, alcanzando a la vez los objetivos de desarrollo sostenible.
En ese aspecto, nuestro pequeño país dio un gran primer paso gracias al proceso civilizatorio de abolir el ejército, que tarde o temprano tendrán que tomar todos los gobiernos, si hemos de sobrevivir por cientos o miles de años. A nuestro juicio, esto no es optativo; sin embargo, Costa Rica demostró que es factible.
Los autores son biólogos.