El miércoles fue un día glorioso para Donald Trump, cortesía del presidente Enrique Peña Nieto. También fue un día nefasto para México y, por carambola, para la democracia estadounidense. Aún no puedo explicarme cómo pudo ocurrir, pero los hechos son elocuentes.
Luego de que en marzo comparara su retórica con la de Hitler y Mussolini, Peña Nieto realizó una sorprendente contorsión política. Invitó a Trump a su palacio presidencial, le dio trato de jefe de Estado, se privó de ponerlo en su lugar públicamente por los reiterados insultos y amenazas contra su país y ciudadanos y lució disminuido frente a la inflada anatomía de su huésped, quien habló como si, en verdad, algo entendiera de política y diplomacia. Acto seguido, Trump viajó a Phoenix, Arizona, para repetir sin recato, ante excitados partidarios, lo peor de sus posturas antiinmigrantes y ridiculizar a su desinflado anfitrión. Su frase cumbre: “México pagará por el muro. Al 100%. Todavía no lo saben, pero pagarán”.
La humillación no pudo ser peor. Si solo de esto se tratara, quedaría como otra monumental pena de Peña. Las implicaciones, sin embargo, van mucho más allá. Al invitarlo y recibirlo con cinco estrellas, el presidente dio a su huésped una ocasión de oro para fingir la imagen presidencial que tanto necesita. Al optar por la timidez, reforzó la idea de que Trump puede imponerse fácilmente a sus adversarios. Al aceptar que la visita fuera parte de la gran coreografía que culminó en Phoenix con un discurso sin concesiones, lo elevó aún más frente a sus partidarios extremos.
De paso, fue inmiscuido en la campaña estadounidense, se prestó para que aumente el sentido de desprotección entre los migrantes y para que se reactiven los focos de intransigencia frente a ellos. Peor para ambos países y mejor para Trump, imposible.
Ya el historiador Enrique Krauze comparó a Peña Nieto con Neville Chamberlain, el ex primer ministro británico que, para apaciguar a Hitler, allanó el camino a su invasión de Checoslovaquia. Lo que vino después lo sabemos.
La analogía es extrema, pero la actitud es la misma. Y aunque el episodio difícilmente alterará de manera radical la campaña, ya ha causado evidentes daños a ambos lados de la frontera, donde Trump tanto añora levantar su muro. Y pasar la cuenta a México.
(*) Eduardo Ulibarri es periodista, profesor universitario y diplomático. Consultor en análisis sociopolítico y estrategias de comunicación. Exembajador de Costa Rica ante las Naciones Unidas (2010-2014).