Un estilo político muy a la moda en el mundo puede resumirse así: nunca reconozca un error, aunque sea flagrante; nunca pida perdón, aunque haya cometido una injusticia; ataque y ataque sin descanso, especialmente cuando lo hayan agarrado con las manos en la masa. Reparta sopapos a diestra y siniestra, pero declare continuamente ser el ofendido. Aproveche el descontento popular y las divisiones entre sus contrarios para aplastarlos, que en río revuelto ganancia de pescadores. Dinamite puentes.
Es, en parla antigua, la política como un permanente ataque a toque de degüello, oleadas de brutales arremetidas sin cuartel ni clemencia. Hoy diríamos que se trata de ganar a como sea, aplicando la táctica de la tierra arrasada. Pero sí, por supuesto, le falla el ataque, reescriba la historia: no, usted nunca atacó; no, usted nunca dijo lo que dijo; no, las víctimas seguro se suicidaron. Y, al menor descuido, repita la rutina.
No es que los políticos contemporáneos hayan inventado este estilito. El truco es viejísimo. La versión poética de esta estrategia es la que Shakespeare retrató en Ricardo III o Macbeth. Las versiones más mundanas van desde Gengis Kan hasta Hitler. Basta que haya un personaje ambicioso e inescrupuloso, capaz de pasearse en cualquier norma ética, para que tengamos uno de los ingredientes de la receta.
Otro ingrediente es una guardia pretoriana de lacayos y oportunistas que, implacables con los demás, sean verdaderas alfombras del líder. Llevan a cabo sus órdenes sin reparar en nada. Incluso se las inventan con tal de ganar su estima. Y, naturalmente, se requiere un par de financistas de bolsillos profundos que pongan plata porque quieren apostar a un caballo ganador que les dará muchos réditos. El egoísmo paga.
¿Cómo una democracia se defiende de políticos así, que no reconocen más ley que la de la fuerza? A veces juega a favor que no son muy brillantes y se equivocan feo, pero la defensa de una democracia no puede descansar en el error. A corto plazo, las instituciones pueden contenerlos, pero no creo que lo puedan hacer a largo plazo. Basta que flaqueen una sola vez para que pierdan la partida. Una solución eficaz es la movilización vigilante de la sociedad civil a favor de una convivencia democrática civilizada: la ciudadanía refundando, desde abajo, la democracia y negando el apoyo que tanto necesita el líder irredento.
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El autor es sociólogo, director del Programa Estado de la Nación.