BRUSELAS – Como cualquier tendencia transformativa, el ascenso de la inteligencia artificial (IA) plantea tanto importantes oportunidades como grandes desafíos, pero puede que los riesgos más serios no sean aquellos de los que se suele hablar.
Según nuevos estudios del McKinsey Global Institute (MGI), la IA tiene el potencial de impulsar la productividad económica general de manera importante. Incluso tomando en cuenta los costes de transición y los efectos sobre la competencia, podría añadir unos $13 billones al producto total para el 2030 y elevar el PIB global en cerca de 1,2 % al año. Esto es comparable (o incluso mayor) al efecto económico de tecnologías pasadas para fines generales, como la energía de vapor en el siglo XIX, la manufactura industrial en el siglo XX, y la tecnología de la información en lo que va del XXI.
Tal vez la inquietud más discutida sobre la IA sea la perspectiva de que las máquinas inteligentes reemplacen más empleos de los que creen. Pero los estudios de MGI han determinado que su adopción puede no tener un efecto significativo en el largo plazo. Las inversiones adicionales en el sector podrían aportar un 5 % al empleo para el 2030, y la riqueza adicional que se cree podría impulsar al alza la demanda de trabajo, elevando el empleo en otro 12 %.
Si bien la imagen general es positiva, no todo son buenas noticias. Por una parte, puede que los beneficios de la IA demoren un poco en sentirse, en especial con respecto a la productividad. En todo caso, los estudios de MGI sugieren que es posible que el aporte de la IA al crecimiento sea tres o más veces superior para el 2030 que a lo largo de los próximos cinco años.
Esto va en línea con la llamada paradoja informática de Solow: las ganancias de productividad van a la zaga de los avances tecnológicos, un fenómeno notable durante la revolución digital. Esto se debe en parte a que, al comienzo, las economías enfrentan altos costes de implementación y transición que las estimaciones del impacto económico de la IA tienden a pasar por alto. La simulación de MGI sugiere que estos costes ascenderán a un 80 % de las ganancias potenciales brutas en cinco años, pero bajarán a un tercio de estas para el 2030.
La característica potencial más preocupante de la revolución de la IA es que es improbable que sus beneficios se repartan equitativamente. Las “brechas de IA” resultantes reforzarán las brechas digitales que ya están alimentando la desigualdad y socavando la competencia. Existen tres áreas en las que podrían surgir.
La primera brecha aparecería a nivel de compañías. Las empresas innovadoras y de vanguardia que adopten completamente la IA podrían duplicar su flujo de caja entre hoy y el 2030, lo que probablemente implique contratar muchos más trabajadores. Dejarían atrás a aquellas que no estuvieron dispuestas o fueron incapaces de implementar las tecnologías de IA a la misma velocidad. De hecho, las firmas que no adopten la IA podrían tener un 20 % menos de flujo de caja por pérdida de mercado, lo que las presionaría a despedir empleados.
La segunda brecha tiene que ver con las habilidades. La proliferación de tecnologías de IA hará pasar la demanda de trabajos repetitivos que se puedan automatizar más fácilmente o tercerizar a plataformas hacia tareas que exijan más habilidades sociales o cognitivas. Los modelos de MGI muestran que los perfiles laborales con tareas repetitivas o pocos conocimientos digitales podrían bajar de cerca del 40 % del empleo total a un 30 % para el 2030. De manera similar, es probable que la proporción de empleos que precisan de actividades no repetitivas o altas habilidades digitales suba de cerca de un 40 % a más del 50 %.
Este cambio podría contribuir a un aumento de las diferencias salariales, a medida que cerca de un 13 % de los sueldos totales potencialmente pase a empleos no repetitivos que exigen altas habilidades digitales, acompañando el ascenso de los ingresos en esos campos. Los trabajadores en las categorías repetitivas y con bajas habilidades digitales podrían sufrir estancamiento o incluso reducción de sus salarios, causando una baja en su porcentaje de los sueldos totales desde un 33 % a un 20 %.
Ya estamos viendo la tercera brecha de la IA, entre países, que parece encaminada a ampliarse. Los países, principalmente en el mundo desarrollado, que se establezcan como líderes de IA podrían captar un 20 a 25 % adicional de beneficios económico en comparación con hoy, mientras que las economías emergentes podrían acumular solo entre un 5 y un 15 % adicional.
Las economías avanzadas disfrutan de una clara ventaja para adoptar la IA, ya que están más adelante en la implementación de las tecnologías digitales previas, además de tener potentes incentivos: bajo crecimiento de la productividad, poblaciones que envejecen y costes laborales relativamente altos.
En contraste, muchas economías en desarrollo poseen una infraestructura digital insuficiente, débil innovación y capacidad de inversión, y una escasa base de habilidades. Si a esto se añade los efectos inhibidores de la innovación que tienen los bajos salarios y un amplio espacio para ponerse al día con la productividad de otros países, no parece probable que estas economías logren alcanzar a sus contrapartes avanzadas en cuanto a adopción de la IA.
No es inevitable el surgimiento o ampliación de estas brechas de IA. En particular, las economías en desarrollo pueden optar por asumir un enfoque visionario que apunte a fortalecer sus cimientos digitales y estimular activamente la adopción de IA. Y, para asegurar que se satisfagan las necesidades de sus cambiantes lugares de trabajo, las firmas pueden tomar un papel más activo en el apoyo a la actualización educacional y formación continua para sus empleados con menores habilidades.
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Es más, estas brechas no necesariamente son algo negativo. La reasignación de recursos hacia compañías de mayor rendimiento vuelve más sanas a las economías, con el potencial de darles nuevas ventajas competitivas frente a otros países.
Pero no hay que subestimar los riesgos de estas brechas. Las cualidades de visión y perseverancia son esenciales para que funcione la revolución de la IA, porque traerá dolores de corto plazo antes de las ganancias de largo plazo. Si ese dolor ocurre con un telón de fondo de frustración con la distribución desigual de los beneficios de la IA, podría generar una reacción antitecnológica que, de lo contrario, se podría convertir en un aumento de la productividad, el crecimiento del ingreso y una demanda que impulse el empleo.
Jacques Bughin es uno de los directores de McKinsey Global Institute y miembro sénior de McKinsey & Company.
Nicolas van Zeebroeck es profesor de Innovación, Estrategias de TI y Negocios Digitales en la Solvay Brussels School de la Universidad Libre de Bruselas. © Project Syndicate 1995–2018