La llegada de la presidenta de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, Nancy Pelosi, a Taiwán suscitó una previsible y muy fuerte respuesta de China. Aviones de guerra chinos cruzaron la línea mediana que divide el estrecho de Taiwán.
El Ministerio de Asuntos Exteriores chino amenazó con “graves consecuencias” a causa de la visita de Pelosi a la isla. El presidente Xi Jinping dijo a su homólogo estadounidense, Joe Biden, que “los que juegan con fuego perecerán por él”.
Y China acaba de anunciar un gran ejercicio militar con simulacros de fuego real que comenzaría este 4 de agosto (justo después de que Pelosi abandonara Taiwán). El espectro de la confrontación militar se cierne sobre nosotros.
Pero Pelosi no es la responsable del aumento de las tensiones en la isla. Incluso si hubiera decidido saltarse Taipéi en su gira por Asia, la belicosidad de China hacia Taiwán habría seguido intensificándose, lo que podría desencadenar otra crisis en el estrecho de Taiwán en un futuro próximo.
En contra de la narrativa predominante, esto no se debe principalmente a que Xi esté comprometido con la reunificación de Taiwán durante su mandato. Aunque la reunificación es uno de sus objetivos a largo plazo —sería un logro supremo para él y para el Partido Comunista de China en general—, todo intento de conseguirla por la fuerza sería extremadamente costoso. Hasta podría conllevar riesgos existenciales para el régimen del PCCh, cuya supervivencia se vería comprometida por una campaña militar fallida.
Viejas rencillas
Para que una invasión a Taiwán tenga buenas posibilidades de éxito, China necesitaría primero aislar su economía de las sanciones occidentales y adquirir capacidades militares que puedan disuadir de forma creíble una intervención estadounidense. Cada uno de estos procesos llevaría cuando menos una década.
Las principales razones del actual ruido de sables de China sobre Taiwán son más inmediatas. Las autoridades chinas están señalando a los líderes taiwaneses y a sus partidarios en Occidente que sus relaciones entre ellos están en una trayectoria inaceptable. La implicación es que si no cambian de rumbo, China no tendrá más remedio que hacer algo más grande.
Hasta hace relativamente poco, los dirigentes chinos consideraban que la situación en el estrecho de Taiwán era insatisfactoria pero tolerable. Cuando Taiwán estaba gobernado por el Kuomintang (KMT), tradicionalmente favorable a China, esta pudo seguir una estrategia gradual de integración económica, aislamiento diplomático y presión militar, que creía que acabaría convirtiendo la reunificación pacífica en la única opción para Taiwán.
Sin embargo, en enero del 2016, el Partido Progresista Democrático (PPD), de tendencia independentista, volvió al poder en Taiwán, dando al traste con los planes de China. Mientras el KMT afirma que Taiwán y China tienen diferentes interpretaciones del Consenso de 1992 —el acuerdo que el partido alcanzó con las autoridades de China continental hace 30 años y que afirma la existencia de “una sola China”—, el PPD lo rechaza por completo.
Aunque es difícil determinar con exactitud el momento en que el nuevo statu quo se volvió intolerable para China, un punto de inflexión clave se produjo probablemente en enero del 2020, cuando la presidenta taiwanesa Tsai Ing-wen, del PPD, ganó fácilmente un segundo mandato y cuando su partido derrotó al KMT en las elecciones legislativas. A medida que el PPD consolidaba su dominio político, el sueño de China de lograr una reunificación pacífica se alejaba aún más.
Tampoco ayudó el hecho de que Estados Unidos hubiera ido cambiando gradualmente su política hacia Taiwán. Bajo la administración de Donald Trump, Estados Unidos levantó las restricciones a los contactos entre funcionarios estadounidenses y sus homólogos taiwaneses; cambió sutilmente la formulación de su política de “una sola China”, poniendo más énfasis en los compromisos estadounidenses con Taiwán; y transfirió sistemas avanzados de armamento a la isla.
Estos desafíos a China han continuado bajo el mandato de Biden. El año pasado los marines estadounidenses se entrenaron abiertamente con el ejército de Taiwán. Y el pasado mes de mayo, Biden señaló que Estados Unidos intervendría militarmente si China atacaba a Taiwán (aunque la Casa Blanca se retractó rápidamente de su declaración).
Visión desde Pekín
La guerra de Ucrania también parece haber aumentado la sensación entre los líderes occidentales de que Taiwán está en peligro grave e inmediato. Parecen creer que solo un apoyo firme y visible, que incluya visitas de alto nivel y asistencia militar, evitará un ataque chino.
Lo que no reconocen es que, visto desde Pekín, su apoyo a Taiwán parece más un intento de humillar a China que otra cosa. Es, por tanto, más una provocación que una disuasión.
China teme ahora que si los líderes del PPD y sus partidarios occidentales no pagan un precio por sus afrentas, perderá el control de la situación. Esto no solo socavaría las posibilidades de Xi de lograr su objetivo de reunificación a largo plazo, sino que también daría lugar a acusaciones de debilidad que perjudicaría su posición tanto dentro como fuera de China.
Es probable que China no esté planeando lanzar un ataque inmediato y deliberado contra Taiwán. Pero puede decidir enfrentarse a Estados Unidos en un juego de ver quién se rinde primero en el estrecho de Taiwán.
Es imposible predecir la forma o el momento exacto de esta confrontación. Pero es seguro presumir que sería extremadamente peligroso, porque China cree que solo la política de riesgo puede concentrar las mentes de todos los jugadores.
Al igual que la crisis de los misiles en Cuba en 1962, una nueva crisis en el estrecho de Taiwán podría acabar estabilizando el statu quo, aunque después de unos días espeluznantes. Y ese puede ser el plan de China. Pero esa táctica también puede salir terriblemente mal. No olvidemos que el hecho de que la guerra nuclear no estalló en 1962 fue en gran medida una cuestión de suerte.
Minxin Pei, profesor de Gobierno en el Claremont McKenna College, es miembro sénior no residente del German Marshall Fund de los Estados Unidos.
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