Mi columna sobre la distribución de la riqueza levantó críticas de quienes sostienen que la alternativa al reparto sería la desvirtuada teoría del “chorreo”. Esta sostiene que los pobres se benefician de la prosperidad únicamente a través de las migajas que les caen de los ricos, quienes son –por mucho– los principales ganadores de una economía en crecimiento.
El argumento tiene múltiples fallas. Primero, corramos la cortina y veamos lo que está sucediendo alrededor del mundo: más personas han abandonado la pobreza extrema en los últimos 50 años que en los cinco siglos anteriores –y el fenómeno se está acelerando con la globalización–.
Desde 1990, la cantidad de gente viviendo en la miseria se redujo por más de la mitad. El Banco Mundial reportó hace poco que en la última década la pobreza extrema había caído en todas las regiones del mundo, tanto en términos absolutos como proporcionales –la primera vez que esto ocurre en la historia–. Estos son hechos, no teorías.
¿De dónde viene esta creciente prosperidad? ¿Chorrea desde arriba o se está produciendo desde abajo? Un estudio reciente de tres economistas del Banco Mundial (Dollar, Kleineberg y Kraay) analizó la mejora en los ingresos del 40% más pobre de la población en 118 países en los últimos 40 años y encontró que un 77% se explicaba por el crecimiento económico –y el resto por programas redistributivos–. Los pobres salen adelante porque están generando su propia riqueza.
Pero la cosa no se queda ahí. Esta investigación también descubrió que existe una relación de uno a uno entre crecimiento económico e ingresos de los pobres. Es decir, si la economía de un país se expande a una tasa del 7%, la tendencia mundial muestra que los ingresos de los que menos tienen aumentan en tándem. De ahí que a los pobres les convienen más las políticas económicas que premien la generación de riqueza, no su redistribución.
Por supuesto que existen excepciones. Costa Rica promedia una de las tasas de crecimiento más altas de América Latina del último cuarto de siglo y, aun así, mantiene el mismo nivel de pobreza de 1994. Este es un tema para otra columna. Pero alrededor del mundo está ampliamente documentado que una economía en expansión es el mejor programa antipobreza.
Quienes caricaturizan la importancia social de las políticas que fomentan el crecimiento les corresponde no solo refutar esta evidencia empírica, sino también demostrar con hechos que su ogro filantrópico funciona.
Juan Carlos Hidalgo es analista sobre América Latina en el Cato Institute con sede en Washington. Cuenta con un BA en Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional y una maestría en Comercio y Política Pública Internacional del George Mason University.