En la solidaridad patente en las recientes cumbres de la OTAN, EE. UU.-UE y el G7, vemos a un Occidente rejuvenecido. Mientras el presidente ruso, Vladímir Putin, sigue guerreando contra Ucrania, las democracias en la región del Atlántico responden con una unidad impresionante —y un tanto inesperada— proveyendo armas a Ucrania, reforzando el flanco oriental de la OTAN y sancionando a la economía rusa.
En vez de rechazar a los migrantes, los Estados miembros de la Unión Europea están abriendo sus puertas a millones de refugiados ucranianos.
El Congreso estadounidense parece haber redescubierto la cortesía entre ambos partidos que desde hace mucho estaba ausente en Washington. El politólogo Francis Fukuyama incluso prevé un “renacimiento de la libertad” que nos “sacará el susto que tenemos por el empeoramiento de la democracia en el mundo” y agrega con esperanza que “el espíritu de 1989 seguirá vivo, gracias a un puñado de bravos ucranianos”.
No tan rápido. Los males políticos que aquejan a las democracias del Atlántico pueden haber desaparecido de los titulares, pero no dejaron de existir. Aunque la invasión rusa es ciertamente un llamado de atención para Occidente, la perspectiva de una nueva guerra fría no curará por sí sola a Estados Unidos y Europa del iliberalismo.
No dormirse en los laureles
De hecho, la guerra en Ucrania probablemente tendrá efectos de derrame que fomentarán los problemas políticos. Por eso, tanto Estados Unidos como Europa deben seguir centrándose en ordenar la situación en casa, incluso mientras se aseguran de que la tragedia en Ucrania reciba los recursos y la atención que merece.
En el EE. UU. de la Guerra Fría, la disciplina política engendrada por la amenaza soviética ayudó a sosegar los conflictos partidistas relacionados con la política exterior.
De manera similar, la perspectiva actual de una nueva era de rivalidad militarizada con Rusia está reviviendo el centrismo bipartidista en los temas relacionados con el arte de gobernar.
El ala izquierda del Partido Demócrata ya no clama por recortes al presupuesto de defensa y por el rápido y profundo abandono de los combustibles fósiles. Tanto los sectores más duros como los neoaislacionistas del Partido Republicano moderaron sus críticas contra el presidente Joe Biden y, en términos generales, se alinearon con su respuesta a la invasión rusa.
Pero este regreso al bipartidismo probablemente tenga corta duración. El bipartidismo de la Guerra Fría no solo dependía de la amenaza soviética, sino también del centrismo ideológico sostenido por una prosperidad que muchos disfrutaron en Estados Unidos. Sin embargo, la prolongada inseguridad económica y el abismo de desigualdad despoblaron desde entonces el centro político estadounidense, y la moderación ideológica dio paso a una enconada polarización.
Fortalecer la democracia liberal
Esta erosión del centro político explica la rápida evaporación del aumento del bipartidismo que siguió a los ataques terroristas del 11 de setiembre del 2001. Y explica por qué, justo antes de que la guerra en Ucrania captara la atención del país, los intelectuales públicos en EE. UU. debatían sobre la posibilidad de una guerra civil.
Según una encuesta llevada a cabo el año pasado, el 64% de los estadounidenses temen que la democracia en EE. UU. esté “en crisis y corra el riesgo de fracasar”.
La mayor tasa de inflación en EE. UU. en 40 años agrava actualmente el riesgo de un regreso a la política iliberal del agravio. El aumento del costo de la energía y los alimentos es uno de los principales motivos por los cuales los niveles de aprobación de Biden siguen siendo bajos a pesar de su sólida gestión de la guerra en Ucrania.
A medida que se acercan las elecciones legislativas de noviembre, el escaso apoyo republicano a Biden se traducirá en una renovada rivalidad partidaria. Y aunque el ala neoaislacionista del Partido Republicano en el Congreso está relativamente silenciosa de momento, disfruta un sólido apoyo en la base del partido y probablemente se reafirme cuando las sanciones contra Rusia lideradas por Occidente perjudiquen a los consumidores estadounidenses.
Dado el potencial para que el populismo iliberal regrese en EE. UU., el gobierno de Biden debe continuar avanzando con urgencia sobre los temas de su agenda local.
La inversión en infraestructura, educación, tecnología, cuidado de la salud y otros programas locales ofrece la mejor forma de aliviar el descontento del electorado y reanimar al centro político del país que está aquejado por problemas. El presupuesto que propuso Biden esta semana es un paso en la dirección adecuada.
Ver más profundo
También Europa debe seguir de cerca su frente interno mientras se centra en la respuesta a la guerra en Ucrania. Aunque el centro político europeo se mantuvo más fuerte que el estadounidense y la UE mostró una unidad impresionante frente a la agresión rusa, bajo la superficie acechan tensiones que atentan contra la cohesión europea.
La magnánima bienvenida europea a los refugiados ucranianos puede desatar poderosas reacciones internas cuando los costos se acumulen y se avecine la perspectiva de un reasentamiento permanente.
Lograr que la UE deje de depender de los combustibles fósiles rusos requerirá una inversión considerable y podría llevar a que los precios de la energía aumenten aún más, lo que podría dificultar la recuperación económica europea de la pandemia de la covid-19.
Y aunque Polonia y Hungría ahora son Estados de frontera que merecen la asistencia de los aliados, ambos siguen liderados por gobiernos iliberales que amenazan los valores centrales europeos; no pueden quedar libres de culpa.
Tanto los europeos como los estadounidenses deben seguir trabajando duramente en su renovación interna. La reestructuración económica y la inversión, la reforma de las políticas migratorias y el control fronterizo, y la combinación de soberanía para las políticas exterior y de defensa pueden ayudar a consolidar la solidaridad y legitimidad democrática de la UE.
El brutal ataque de Putin a Ucrania ayudó a reanimar a Occidente, pero las amenazas internas a la democracia liberal que estaban en primer plano antes de la guerra aún requieren urgente atención, incluso durante el agotador esfuerzo para derrotar el intento de Rusia por subyugar a su vecino.
Sería trágicamente irónico que Occidente consiga convertir la apuesta de Putin en Ucrania en una rotunda derrota, solo para que las democracias liberales sucumban después a manos de su enemigo interno.
Charles A. Kupchan, investigador superior en el Consejo de Relaciones Exteriores (Council on Foreign Relations), es profesor de Asuntos Internacionales en la Universidad de Georgetown.
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