Se ha dicho que la nueva ola pandémica ha demostrado que la vacuna funciona, dado que la cantidad de ingresos hospitalarios y fallecimientos está creciendo mucho menos que el explosivo aumento de nuevos diagnósticos. Pero, en rigor, lo anterior, más que una prueba, es solamente un indicio plausible.
Se sabe —por evidencia anecdótica, pues en el país no hay estadísticas— que muchas personas vacunadas están contrayendo covid-19. De allí se infiere que es la vacuna la que está evitando desenlaces más graves de hospitalización o muerte. Sin embargo, es posible que una mutación del virus en sí, y no la inmunidad del huésped, sea el principal origen de la menor gravedad de esta ola.
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Estudios de laboratorio han mostrado que la nueva variante ómicron probablemente es menos virulenta porque ya no se aloja en los pulmones, sino en las vías respiratorias superiores donde hace menos daño.
Para probar de manera irrefutable que es la vacuna la razón de la menor gravedad de esta nueva ola de covid-19, deberían mostrarse estadísticas de que en los vacunados la infección es significativamente mucho más baja que en los no vacunados, es decir, mostrar la eficacia real de la vacuna (a diferencia de la eficacia teórica determinada en ensayos clínicos foráneos hipercontrolados). Así lo han hecho unos pocos estudios de la ómicron en otras poblaciones.
En Costa Rica se pudo demostrar la capacidad protectora de la vacuna contra la variante delta gracias a que la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS) produjo durante un breve período datos de las hospitalizaciones por covid-19, desagregadas según condición de vacunación cuando la variante predominante era la delta.
Esa información permitió estimar que la eficacia de la vacuna para prevenir hospitalización era del 94% en personas con esquema completo de dos dosis y del 77% con solamente una dosis.
Estos niveles de defensa significaban que en la realidad costarricense el riesgo de hospitalización de personas no vacunadas era 15 veces mayor que de las vacunadas con 2 dosis y 4,3 veces para quienes habían recibido solo una dosis.
El estudio mostró también la necesidad de efectuar estimaciones de este tipo de manera continua para monitorear un posible deterioro de la protección con el paso del tiempo desde la inoculación, a fin de establecer la conveniencia de aplicar refuerzos.
Con el predominio de la nueva variante ómicron se acrecienta la necesidad de este monitoreo. Así también lo requiere la administración de la tercera dosis de refuerzo y, en las próximas semanas, la vacunación de niños.
La vacunación es por mucho el arma más importante en el arsenal de la salud pública del país en este tercer año de pandemia, cuando hay fatiga extrema de la población, las restricciones sanitarias drásticas ya no son posibles y el rastreo y testeo de contactos parecen haber quedado obsoletos en vista de la velocidad con que se está propagando la ómicron.
El seguimiento continuo de la eficacia de la vacuna es crucial para calibrar esta arma a las condiciones específicas de Costa Rica y a su cambio en el tiempo. También, es crucial para que los datos —la evidencia científica— sean los que orienten las políticas y no las ideologías, los dogmas o creencias a favor de las vacunas o en contra de ellas.
El monitoreo propuesto requiere que las estadísticas oficiales del avance diario o semanal de la covid-19 se adapten a la realidad de que la vacuna es el factor fundamental en esta fase de la pandemia, por lo que deben presentarse desagregadas por condición de vacunación.
Esto implica superar un divorcio que aparentemente existe entre las bases de datos de casos, hospitalizaciones y muertes, por un lado, y vacunas administradas, por otro. Por dicha, tenemos un excelente sistema de identificación para emparejar los distintos datos de una misma persona y producir esa estadística.
El autor es demógrafo.
Nota: este es el segundo artículo de tres sobre la variante ómicron.
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