Hace cinco años, un profundo miedo colectivo invadió el país. La precariedad de la vida y la inminencia de la muerte nos asaltaron con inesperada fuerza. El 11 de marzo del 2020, la Organización Mundial de la Salud declaró una “pandemia internacional” por covid-19. Cinco días antes, el presidente Carlos Alvarado y su ministro de Salud, Daniel Salas, habían confirmado los dos primeros casos en el país.
El 8 se decretó “alerta amarilla” y comenzó a activarse una secuencia de medidas para contener las cadenas de contagio; entre ellas, limitación de aforos y circulación de vehículos, prohibición de espectáculos masivos, teletrabajo, suspensión de clases y uso de mascarillas. A la vez, se emprendieron campañas divulgativas de prevención, comenzaron a adecuarse los servicios hospitalarios y a diseñarse políticas de contingencia económica y social.
El 16, un decreto ejecutivo declaró emergencia nacional. Un día antes se documentaron 35 casos en cinco provincias. La pandemia se hizo cotidiana. La vida cambió radicalmente; para muchos, terminó. A pesar de la baja mortalidad, difícilmente alguien no sufrió por algún familiar, amigo o conocido, de quienes ni siquiera pudimos despedirnos.
En medio del trauma profundo y extendido, y de la incertidumbre sobre cómo abordarlo, se impusieron la prueba y error. Pero actuamos desde el mejor conocimiento científico y bajo el principio de prevención: ante cualquier duda, proteger a la gente. Hubo pasos en falso, retrasos o excesos, como el lento regreso a clases. La perfección era imposible, pero el saldo fue, en esencia, ejemplar.
En pocos meses, se multiplicó la capacidad hospitalaria para la atención de la covid-19, en el Calderón Guardia, el México, el Psiquiátrico y el Cenare. Las camas para cuidados intensivos pasaron de 24 a 359. Se creó el Bono Proteger para paliar los efectos del desempleo, se readecuaron créditos y se distribuyeron “diarios” a estudiantes, y paquetes de alimentación y limpieza a familias. El 23 de diciembre, nos convertimos en el sétimo país en recibir las ansiadas (y buenas) vacunas.
A partir de entonces comenzó una nueva etapa, de contención, esperanza y paulatina recuperación. El abordaje metódico y responsable rindió frutos. Algunos lo niegan, pero ni el oportunismo ni la desinformación podrán borrarlo.
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