El pasado 20 de agosto Grecia salió del tercer programa de auxilio otorgado por la eurozona y, para algunos, con ello vuelve a ser un país “normal”. Difícilmente. Por ello, conviene que la historia económica reciente de Grecia sea conocida en todo el mundo y las autoridades de los demás países tomen provisiones para evitar que sus ciudadanos caigan en tan hondo hueco. Para los efectos, haré un bosquejo de lo sucedido y de la odisea vivida por el pueblo griego.
Cuando en 1999 se fundó la eurozona (subconjunto de países de la Unión Europea que tienen por moneda el euro), su objetivo básico fue crear algo como los Estados Unidos de Europa: una gran economía con libre comercio y movilidad de factores entre sus miembros y con el euro como moneda común. Pero, a diferencia de los estados que conforman los Estados Unidos de América, los países de la eurozona decidieron mantener independencia política.
La adopción del euro implicó que perdieran un grado de libertad económica (el poder ajustar el valor externo de sus monedas en caso de necesidad) y que tuvieran que uniformar, en lo posible, sus condiciones macroeconómicas. Para eso, aceptaron obedecer los siguientes “criterios (o mandamientos) de convergencia”: mantener bajos niveles de inflación, tasas de interés a largo plazo similares para los bonos soberanos, bajo déficit fiscal (no más del 3 % del producto interno bruto [PIB] del respectivo país) y manejable endeudamiento público (no más del 60 % del PIB). No se pidió que todos los habitantes de la eurozona hablaran un mismo idioma ni que tomaran el mismo vino, pero sí que favorecieran la democracia.
Origen de la crisis. Grecia fue admitida en la eurozona en el 2001. Con su ingreso, los griegos se sintieron parte de un exclusivo club y, entre otras cosas, eso estimuló a su gobierno a gastar más de la cuenta y a financiar con bancos de la zona euro sus elevados déficits, en clara violación de uno de los criterios de convergencia. A finales del 2007, la deuda pública griega equivalía a casi un 90 % de su PIB y, en el 2010, se había ubicado en el 143 %.
Muchos otros países incumplieron su promesa de endeudamiento público (Italia, Portugal y hasta la austera Alemania) al final de la primera década de la eurozona, pero ninguno con la magnitud como lo hizo Grecia.
El alto financiamiento externo permitió a Zorba y a sus amigos en el sector público, por lo demás muy grande, disfrutar de una buena vida, con altos sueldos que restaban competitividad a su economía.
En efecto, en Grecia el nivel de salario relativo a una unidad de producto creció un 50 % del 2000 al 2010, tasa muy superior a la de los demás países del orbe. El déficit fiscal pasó del 10 % del PIB en el 2008 al 15 % en el 2009, y la deuda publica creció de manera desbocada para situarse en la actualidad en cerca del 188 % del PIB.
Los bancos comerciales europeos fueron alcahuetes, para decir lo mínimo, y llenaron de recursos crediticios al país, como si la dolce vita nunca fuera a terminar, pues, a fin de cuentas, Grecia era miembro del respetable grupo de la eurozona.
Pasó el tiempo y la economía griega entró en serios problemas cuando, en el 2007, emergió la crisis del mercado hipotecario (subprime) en los Estados Unidos, la cual a gran velocidad cruzó el Atlántico. Con la restricción crediticia que le acompañó, Grecia se vio en problemas para hacer frente a las deudas que en unos seis años había cargado a la tarjeta de crédito.
La economía empezó a ir para atrás como el cangrejo a partir de la crisis subprime y del 2009 al 2014 decreció casi un 30 %. Los bancos domésticos enfrentaron problemas de solvencia porque el valor de los bonos del Gobierno que mantenían en cartera se vino abajo y porque la mora en los créditos concedidos al sector privado se había elevado al 50 % de lo emprestado (contra 3 %, límite superior de lo que se considera normal en Costa Rica).
Desempleo y fuga de cerebros. El desempleo se disparó del 7 % de la población económicamente activa en el 2008 a más del 28 % en el 2012. Entre las personas de 18 a 34 años de edad la proporción desempleada era mayor, pues una de cada dos estaba sin empleo, lo cual llevó a una diáspora de jóvenes educados. Grecia tiene una población cercana a los 11 millones y anualmente unos 100.000 jóvenes emigran a Alemania, Inglaterra y los Emiratos Árabes en busca de mejores horizontes.
Aunque la economía griega es relativamente pequeña (alrededor del 2 % de la eurozona), sus vecinos mayores consideraron necesario socorrerla para evitar un grexit, que hasta podía poner en entredicho el éxito del proyecto de la zona del euro. El apoyo financiero haría soportable la deuda griega y traería calma al país y a sus acreedores. Sin embargo, consideraron que esa ayuda no podía ser incondicional y la sujetaron a la adopción de un fuerte ajuste estructural, que corrigiera los excesos en empleo y nivel de gasto público, salarios, pensiones y activos estatales en áreas propias del sector privado, entre otras.
También se condicionó a ajustes en los impuestos y tarifas de servicios públicos. El auxilio se canalizó en tres programas (2010, 2012 y 2015) financiados por el Fondo Monetario Internacional, el Banco Central Europeo y la Comisión Europea —the men in black—. (El FMI no participó en el tercero). El monto total de préstamos ascendió a $330.000 millones.
Los fuertes ajustes, “aceptados a la fuerza”, entre otros, por el partido de tendencia izquierdista Syriza, permitieron revertir el déficit fiscal, producir un superávit primario y han contribuido a que la economía griega retome la senda del crecimiento.
La perspectiva es que este año crecerá un 2 % y un 2,4 %, el próximo. El desempleo tiende a bajar y la deuda pública también, pero a una velocidad muy reducida, pues tendrá que esperar hasta el 2060 para que baje al 100 % del PIB, cifra que aún sería demasiada alta.
Los griegos no solo enfrentan hoy problemas de desempleo, sino que sus sueldos les fueron severamente reducidos como parte del condicionamiento de los paquetes de ayuda de “Los hombres de negro”. Las pensiones fueron congeladas y la edad de retiro se elevó. Además, la carga tributaria es ahora superior a la de hace diez años. La dolce vita es solo un recuerdo. El turismo receptivo en Grecia, tierra por lo demás muy bella y repleta de historia, podría coadyuvar fuertemente a la reactivación. No tanto el resto del sector privado, pues en Grecia lo constituyen muchas empresas pequeñas y medianas (pymes) cuya productividad es muy baja respecto a las del resto de la eurozona y porque la rebaja en salarios y beneficios sociales (que ayudó a recuperar competitividad internacional) en parte ha sido neutralizada con aumentos de impuestos, cargas sociales y costo de servicios públicos.
Los griegos están destinados a seguir sufriendo por algunos años más las consecuencias dolorosas de una década de despilfarro, a menos que, si no se desvían de los programas de ajuste, sus acreedores decidan perdonarles parte de las deudas imprudentemente asumidas.
Lecciones. Los gobiernos no deben incurrir en elevados gastos solo porque tienen quienes, momentáneamente, se los financien. Los países deben hacer lo que esté a su alcance para evitar que la economía decaiga porque eleva automáticamente el endeudamiento público.
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Los bancos comerciales no deben otorgar financiamiento a sujetos privados o públicos que no tengan capacidad de pago y, si lo hacen, deben ellos (no los pagadores de impuestos) soportar los costos.
En este sentido, no dejan de tener razón los críticos al afirmar que el apoyo de the men in black a quienes más favoreció fue a los muchos bancos comerciales extranjeros que, imprudentemente, prestaron a Grecia, país que, como el exministro de Hacienda George Alogoskoufis admitió en el 2004, falsificó cifras fiscales para ser admitido en la eurozona.
El autor es economista.