El filósofo Bernard-Henri Lévy, lo describe como “la promesa de los milagros”. Para el politólogo Ivan Krastev, prospera cuando la política se vincula con símbolos, más que sustancia. Su colega Jan-Werner Müller lo asocia con movimientos polarizadores, generalmente controlados por dirigentes autoritarios que reclaman la representación directa del “pueblo” frente a las “élites".
Todos estos autores se refieren al populismo. Los menciono porque ayudan a explicar, en parte, el triunfo de Donald Trump y, de paso, entender algunos desafíos de la política nacional. Pero no olvidemos que, más allá de los recursos y métodos que mencionan, el populismo se enraíza en la falta de oportunidades, el sentido de exclusión, la desigualdad, la incertidumbre, los impactos sociales profundos (económicos o sanitarios) y la percepción de que instituciones esenciales de la democracia —partidos, tribunales, parlamentos, sindicatos, medios— no cumplen bien su labor.
Más que antielitistas, los populistas son enemigos de una cierta élite. Si no, repasemos los multimillonarios tecnoutopistas, los encumbrados financistas y los compañeros de golf que rodean a Trump. El suyo es un populismo plutocrático, pero eficaz, porque en sus ofertas, su discurso, su desenfado y sus feroces ataques contra otras élites —políticas, intelectuales, institucionales y también económicas— ha logrado apropiarse de los reclamos y descontento de sectores mayoritarios. ¿Hasta cuándo? Difícil decirlo.
Trump recibió parte de sus votos de personas que, centradas en problemas inmediatos, vieron en su artillería antidemocrática y excluyente un mero recurso performático, no programático. Sin embargo, para otras, quizá embriagadas de desinformación y teorías conspirativas, fueron sus arrestos de hombre fuerte al frente de un equipo de demolición los que actuaron como talismán. En tales casos, el mensaje en pro de la democracia y la diversidad de Kamala Harris fue ineficaz.
Falta mucho que analizar, pero la lección preliminar, que a todos nos compete, es clara: el populismo se frena no solo revelando sus perversos mecanismos, sino también impulsando resultados desde la democracia, y construyendo propuestas y relatos tangibles, que conecten con los intereses, enojos y aspiraciones de la gente, encarnados por buenos liderazgos.
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