Existe una gran diferencia entre el servicio de Uber y el de los taxis. No solo es cuestión de comparar precios y calidades. Es un asunto de sistemas.
El de los taxis proviene de una regulación estatal. El gobierno define la cantidad de vehículos que darán el servicio (mediante el otorgamiento de placas) y el precio. La calidad se determina mediante la definición de ciertos estándares, como que el vehículo tenga ciertas características, que vaya a Riteve dos veces al año, que tenga un seguro contra terceros, entre otros.
Es decir, el sistema de taxis está centrado en la oferta: regular la cantidad y la calidad ofrecidas a un determinado precio.
Como en la mayoría de las regulaciones estatales, surgen incentivos para que ciertos grupos saquen provecho. Los políticos hacen piñata con la repartición de placas. Los taxistas, mediante incómodas protestas en la calle, buscan aumentar sus beneficios en contra de los usuarios. El resultado es un desempate total entre el precio y la calidad demandados por los usuarios, con lo ofrecido por los taxistas. Y eso sin contar las enormes pérdidas para el país por la paralización de las calles cuando los taxistas protestan en su pretensión de beneficios a su favor.
Por eso, aparecen alternativas que intentan cumplir de mejor manera las demandas de los usuarios, a un precio y calidad razonables. En algún momento fueron los piratas. Ahora es Uber.
A diferencia de los taxistas, el sistema de Uber se centra en la demanda, en el usuario. Con Uber, el usuario es quien llama al servicio, no debe ir a buscarlo a una parada.
El usuario decide si quiere tomar el servicio o no, dependiendo de quién sea el chofer y basado en la calificación otorgada por otros usuarios. Los precios son dinámicos, según la oferta y la demanda. Cuando la demanda es alta, por ejemplo, el precio sube para incentivar una mayor oferta.
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Al centrarse en la demanda, la aplicación de Uber es mucho más eficaz que la regulación estatal en empatar la oferta con la demanda.
Claramente, la ley reguladora del transporte de personas es obsoleta. Por eso, la solución no es más represión, ni más regulación, que pretenden incorporar a los nuevos sistemas en la misma norma que los taxis. La ley debe modificarse para permitir el surgimiento y operación de nuevas tecnologías, centradas en los usuarios, en satisfacer a muchos y no a los pocos.
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