Acaba de terminar la final del Campeonato Mundial de Aventura. Fueron más de 7 días atravesando Costa Rica, de costa a costa y de frontera a frontera. Desde el nivel del mar hasta los 3.800 metros de altitud del Chirripó. Un recorrido de 815 kilómetros, caminando, en bicicleta, en canoa y a rapel. Lo hicieron prácticamente sin detenerse, solo para comer y tomar alguna siesta rápida. A ratos iban secos, y a ratos empapados. Ahora con un calor sofocante y húmedo, luego con un frío que calaba hasta los huesos. Empezaron 60 equipos, pero apenas 20 pudieron terminar el recorrido completo. Según lo han calificado los mismos competidores, este fue uno de los mundiales de aventura más duros que se han hecho.
Con este, nos damos cuenta de que en Costa Rica hay capacidad para organizar eventos de clase mundial. Tenemos gente muy competente, que sabe organizar y planificar muy bien. Alexander (Pongo), Johana y Antonio han puesto el nombre de Costa Rica muy en alto. Gran cantidad de periodistas internacionales le dieron cobertura al evento, y ni que decir de las redes sociales. El posicionamiento de Costa Rica como el mejor destino turístico de aventuras del mundo se vio reforzado.
Este tipo de eventos nos enseña la importancia de las alianzas público-privadas. Los organizadores, con sus patrocinadores, se esmeraron en hacer una buena competencia. Trabajaron muy duro, pusieron dinero y tomaron riesgos. Y por ello deben haber tenido su gratificación. Pero, a la vez, el país como un todo se benefició. El evento generó un bien público, que no fue ganancia privada para los organizadores. La publicidad gratis que recibió el país en la prensa beneficiará a otros empresarios turísticos que no participaron en la organización de este Mundial. Por eso, el apoyo dado por el ICT, como ente público, fue crucial.
De los mismos competidores podemos también aprender. Ante un reto tan grande, todos tuvieron que hacer una planificación meticulosa. Entrenaron fuerte. Cuidaron su alimentación. Buscaron el equipo adecuado. Dado que ninguno conocía la ruta exacta antes de empezar la competencia, tuvieron que prepararse para los imprevistos. Una vez en la competencia, y a sabiendas de lo larga que sería, fueron avanzando un paso a la vez. Sin prisa, pero sin pausa. Con mucha constancia y determinación. Tomaron las decisiones que mejor pudieron, según las circunstancias que fueron encontrando en el camino. Algunos se equivocaron y, por ello, sufrieron más de la cuenta. Muchos no pudieron llegar a la meta ansiada.
Así es la vida de cruel. No todos pueden ser el primero. Pero lo importante es tener una meta, que esta sea retadora y, luego, luchar con todos los recursos que se tienen para lograrla.
Solamente así se logra la superación.