¿Cómo puede alguien que prohibió el acceso a Twitter a 83 millones de personas usar libremente esta plataforma para publicar mensajes que denigran a las mujeres y apoyan el brutal ataque al escritor Salman Rushdie? Me refiero al líder de la República Islámica de Irán, el ayatola Alí Jamenei, cuyo gobierno está asesinando a las mujeres que desean mostrar su cabello en público.
Desde hace varios años, la activista iraní y estadounidense Masih Alinejad solicita que echen a Jamenei de Twitter. El mes pasado, junto con el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, recibió el Premio Oxi al Coraje 2022 en el Instituto de la Paz de Estados Unidos. Realmente hace falta coraje para oponerse a Jamenei, algo que se tornó evidente tras el ataque a Rushdie en agosto, que se remonta a la fetua de 1989 dictada por su predecesor, el ayatola Jomeiní, para condenar a Rushdie a muerte por blasfemia.
Hace muy poco, en el 2019, Jamenei calificó ese veredicto de “sólido e irrevocable” y el ministro de Relaciones Exteriores iraní se negó a reprochar al atacante y, en lugar de ello, culpó a Rushdie. La propia Alinejad se encuentra bajo protección del FBI desde agosto, cuando la policía arrestó a un hombre acusado de planear asesinarla.
Ahora que Elon Musk compró Twitter, quienes hacen campaña para prohibir el acceso de Jamenei a esa plataforma procuran convencerlo. En una carta reciente que dirigió a los anunciantes de Twitter, Musk afirmó que compró Twitter porque “es importante para el futuro de la civilización contar con una plaza pública digital común donde se pueda debatir sanamente sobre una amplia gama de creencias sin recurrir a la violencia”.
De lo contrario, advierte Musk, la oportunidad para lograr el diálogo en las redes sociales se dividirá en “cámaras de resonancia de extrema derecha y extrema izquierda que generarán más odio y división en la sociedad”.
Comparto la preocupación de Musk sobre lo que llama “el virus de la política de identidad dogmática” (woke mind virus) —la predisposición a atacar a quienes promueven posturas consideradas políticamente incorrectas— y la ausencia de un diálogo genuino que abarque todo el espectro político.
Por eso, soy uno de los editores fundadores de la Journal of Controversial Ideas (revista científica sobre ideas polémicas), que acaba de publicar su tercer número. Al igual que Twitter, nuestra revista ofrece la posibilidad de publicar con un seudónimo, aunque en otros aspectos somos polos opuestos: Twitter limita los mensajes a 280 caracteres, mientras que nosotros aceptamos artículos de hasta 12.000 palabras. No es casualidad que 240 millones de personas usen Twitter, mientras que a nosotros nos satisface haber recibido las 50.000 visitas —muchas, para una publicación académica— durante el primer año.
Argumentos razonados
El comentario de Musk acerca de debatir “sanamente” sobre las diversas creencias puede interpretarse de distintas formas, algunas de ellas muy restrictivas para la libertad de expresión. Pero, independientemente de lo que signifique, cómo lograrlo sigue siendo una incógnita.
En el Journal of Controversial Ideas, enviamos todos los artículos que superan una selección inicial a expertos para su revisión independiente en forma tal que no identifiquen a sus autores, y tratamos las respuestas a los artículos que publicamos de manera similar. Buscamos argumentos bien razonados, no polémica.
Desde nuestra solicitud inicial de ponencias, hace más de un año, recibimos aproximadamente 300 propuestas. Nuestra tasa de aceptación actual es del 12%. En Twitter, en cambio, hay 6.000 publicaciones nuevas por segundo. Ni siquiera para una empresa valuada en $44.000 millones es económicamente viable contratar a suficientes personas para revisar esa cantidad de tuits.
La inteligencia artificial podría ser la respuesta, pero no es capaz, de momento, de distinguir de manera confiable entre los tuits cuyos aportes son positivos para los debates y aquellos que fomentan el odio y la división social que Musk desea evitar.
Musk se autodefine como “absolutista de la libertad de expresión”. Celebró la adquisición de Twitter, cuyo logo es un ave azul, tuiteando “liberamos al ave”. Eliminar todas las restricciones a lo que se puede publicar en Twitter, sin embargo, no es la manera de fomentar el “sano” debate entre gente que parte de premisas muy diferentes.
Eso queda claro a partir de los más de 1.200 tuits y retuits racistas y antisemitas que aparecieron en el sitio debido a una campaña coordinada y programada para que coincidiera con la finalización de la adquisición de Musk.
No todo es publicable
Para cumplir la loable meta de Musk, hay que distinguir entre los comentarios que apelan a la razón y las pruebas, o tratan de ampliar nuestra empatía y comprensión para cambiar nuestra forma de pensar, y aquellos que procuran vilipendiar a los demás y crear odio en su contra.
Es posible que Musk se haya dado cuenta de ello. Después de tomar el control de la empresa, tuiteó acerca de la creación de un “consejo de moderación de contenidos con puntos de vista extremadamente diversos”, y dijo que la empresa no tomará “decisiones importantes sobre los contenidos ni la reapertura de cuentas” hasta que “el consejo se reúna”.
Uno de los temas que deberá considerar ese órgano es la conveniencia de que Twitter ofrezca una plataforma a quienes defienden situaciones de subordinación social de la mujer y fomenten la pena de muerte para quienes, según su religión, sean blasfemos.
El control de una plataforma como Twitter deja un enorme poder —y, con él, una enorme responsabilidad— en manos de una única persona. Mucho dependerá de Musk, y de los miembros del consejo de moderación de contenidos que nombre, ejercerla correctamente.
Peter Singer, profesor de Bioética en la Universidad de Princeton, es fundador de la organización benéfica The Life You Can Save.
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