Decía Daniel Oduber que los partidos eran algo más que maquinarias electorales y mucho menos que partidos. Una frase siempre vigente, pero esas maquinarias parecieran estar en extinción y, ciertamente, muy lejos de ser organizaciones coherentes y duraderas.
El fenómeno tiende a la universalidad, relacionado con un cambio de época, con la gran ruptura en la arquitectura de la política internacional. Pasamos de un mundo dividido en bloques político-ideológicos, a uno donde toda doctrina se disuelve en la marea de la globalización.
En la dispersión resultante, las particularidades discursivas mutan al ritmo de partículas subatómicas, cuyo ambiente dominante es el de las redes sociales. Las explicaciones omnicomprensivas desaparecen y el rastro dejado por viejos paradigmas aún produce sorpresas.
Tal es el caso de Deng Xiaoping y el Estado chino, donde articularon la idea del socialismo de mercado frente al modelo de la planificación centralizada. ¿Se revolcaría Mao en su tumba ante tal herejía?
La implosión del imperio soviético, herencia del imperio zarista, lanzó a Rusia por las rutas del nacionalismo y la restauración de la Iglesia ortodoxa como pilar legitimador del Estado. ¡Impredecible la reacción de Lenin, Trotski y Marx, al ver a los oligarcas rusos en lujosas villas en la Costa Azul y a los popes bendiciendo los aviones Sukhoi que bombardean en Siria!
Nacionalismo económico. Por otro lado, el Consenso de Washington, otrora la panacea global, es sacudido por el proteccionismo de Trump. El libre comercio, supuestamente uniformador del mundo, ahora es reemplazado por el nacionalismo económico. Milton Friedman tampoco ha de estar muy contento, atrapado impotente en su última morada.
Las ideologías del siglo XX se esfuman en la centrifugadora de un mundo que, ante el cambio, cae en el desorden político e ideológico y en la disputa por antiguas y nuevas esferas de influencia. La universalidad del fenómeno no debe impedirnos ver la particularidad con que se expresa en nuestro país y las causas internas que lo generan.
Nuestras organizaciones partidarias carecen de explicaciones y relatos sobre el mundo donde vivimos. Las grandes narrativas políticas costarricenses se generaron al calor de una guerra civil hace 70 años y es un hecho que la abrumadora mayoría de la población ya no sintoniza con ellas. Figuerismo y calderonismo se perciben como piezas de museo.
El PLN amplió su vida útil y logró un reset de su narrativa con el discurso de la paz frente a las guerras en Centroamérica. El PUSC se introdujo con una propuesta de modernización económica que incorporaba elementos del discurso aperturista del Consenso de Washington. En los últimos años, ambas agrupaciones convergen en su discurso económico.
Ambas dimensiones fueron superadas por el fin de los conflictos ochenteros y por la retirada del trumpismo del orden liberal internacional. El derrumbe del bipartidismo, consolidado por el escuálido 17 % del PLN en las pasadas elecciones, intentó sustituirse por la narrativa “eticista” del PAC, adobada con suspiros redistribucionistas.
El discurso del PAC, si bien tuvo visos de novedad, resultó no solo insuficiente, sino efímero, en términos de sostener el relato de una historia nacional que entusiasme y movilice a las nuevas generaciones. No se observa un más allá aparte de justas y puntuales reivindicaciones, tales como el respeto a la diversidad sexual.
Decadencia de la tercera fuerza. El ejercicio del poder desgasta y, en el caso PAC, ha desdibujado a los adalides de la moral que vieron a sus dirigentes condenados en los tribunales. La promisoria tercera fuerza parece desvanecerse en un proceso acentuado por la incorporación de elementos ajenos a su pasado rupturista. La reforma fiscal, con la oposición de sectores medios, aleja al PAC de su base electoral tradicional.
La fragmentación experimentada en la última elección, que desembocó en una convergencia tripartidaria (PLN-PUSC-PAC), está operando como un disolvente de las identidades partidarias, acentuando la ausencia de diferenciación discursiva y práctica. Gobierno nacional sin mayoría parlamentaria genera más dispersión, por las frecuentes contradicciones entre Zapote y Cuesta de Moras.
Lo anterior no es una tragedia, los acuerdos no deben satanizarse, pero tanta homogeneidad anuncia que el proceso político tomará otras rutas. Una sola identidad, sin diferenciación, invitará a nuevos actores a emplazar a un gobierno que adoptó la apariencia de sus adversarios, denunciando a los integrantes de la troika como más de lo mismo.
Las últimas elecciones revelan la desintegración de los partidos tradicionales (PLN, PUSC y PAC) y la aparición de nuevas opciones políticas. Villalta alcanza un significativo 17 % en el 2014. En el 2018, el candidato del PIN llega a un 10 % y Restauración Nacional pasa a segunda ronda con un cuarto del electorado. Los recién llegados (Fabricio, Juan Diego y el médico) sumaron 39 % en primera vuelta, mientras que los partidos del statu quo (PLN, PUSCy PAC) reunieron el 55 %.
La segunda vuelta parece que llegó para quedarse, pero no deben descartarse sorpresas. Si algo caracteriza a la política es la singularidad de cada proceso.
Atomización de nuevo. La volatilidad del voto es constatable aunque no se explica claramente. ¿Surge de la creciente diferencia social? ¿Resulta de una sociedad de consumo que busca una y otra vez nueva oferta política? ¿Es producto de desilusión, pérdida de fe en los dirigentes ante una pobre gestión?
La liquidez de las identidades políticas seguirá reproduciéndose al calor de procesos electorales inéditos, de los asuntos del momento potenciados por escándalos de corrupción, criminalidad, delitos sexuales u otros inimaginables. De cara a las elecciones municipales, hay que anticipar que no serán un claro indicador de la capacidad de los partidos para reinventarse, pues los asuntos locales predominarán.
Es de suponer que en el futuro surgirán nuevos partidos y candidaturas como resultado de la acción de movimientos sociales o de personalidades mediáticas, capaces de ganar elecciones sin estructuras partidarias consolidadas. La diferencia social produce segmentos electorales variados, ligados a aspiraciones de clase, cultura o territorio.
Desde esa perspectiva, la política es más compleja y sus promesas en torno a modelos universales de desarrollo carecen de atractivo ante la definición ciudadana alrededor de modelos particulares de corto alcance. El escenario de la micropolítica se vuelve crucial y los actores sociales se ven obligados a leer con agudeza las particularidades sociopolíticas, pues deben responder a demandas difusas y muchas veces contradictorias.
La decadencia de las ideologías ha dejado un enorme vacío, pero no está sola. Fragmentación y volatilidad del voto, corrupción, incursión de la religión y juego corto de actores políticos que piensan solo en resultados electorales puntuales, también hacen su parte en esta ausencia de visión de mayor profundidad en términos del desarrollo nacional.
Ante la carencia de un relato integrador, de la narrativa de una historia nacional aglutinante, proponente de esperanza, seguiremos asistiendo al surgimiento de partidos y candidaturas efímeras que duran una elección, gobiernos desarticulados que ganan capitalizando el miedo que generan otras propuestas y la aparición de falsos profetas de diverso signo, explotadores de emociones políticas primitivas. El paisaje dista de alentar.
El autor es politólogo.