Hace unos años volví la mirada al pasado, y en esas reminiscencias interpretaba el sentido de eventos pretéritos, acaecidos 10 años antes. Me referí, entonces, a Hegel, cuando él ponderaba los desconciertos de su tiempo, con Revolución francesa, guerras napoleónicas y restauración monárquica incluidas. Era difícil para cualquiera vislumbrar el futuro que esas convulsiones perfilaban. A pesar del caos, Hegel era optimista.
Hoy nos toca otear el horizonte. Los signos de los tiempos se debaten entre luces tecnológicas, patriotismos azarosos y una civilización impotente ante su propio cataclismo climático.
“En un pozo de sombra, la humanidad se encierra”. Así, presentía Darío la inminencia de una guerra mundial. Y ocurrió, como naufragio impensable de la razón frente a la pasión nacionalista. Sin embargo, de dos hecatombes floreció, a la postre, nuestro mundo globalizado.
Hegel tenía razón. Del caos puede surgir armonía. Es difícil verlo cuando las tinieblas dominan la luz. Así, estamos, en un pozo dariano de penumbras por pugnas entre fuerzas antagónicas en tres grandes ejes, donde dominan escenarios de incertidumbre pesimista.
En el mundo, la democracia retrocede, y ese repliegue llegó a la cuna de la democracia moderna. El declive de la popularidad de Biden y las posibilidades de ascenso no solo republicano sino del mismo Trump es su signo más alarmante.
Las elecciones de medio período anuncian victoria republicana. Sería corte en seco con la revitalización social de Estados Unidos. Se esperaba que Biden trajera eficiencia y racionalidad, en contraste con su desatinado antecesor. La mayoría demócrata en ambas Cámaras auguraba mejoras sustanciales en la calidad de vida. Ambas expectativas están debiendo. La pandemia renueva su aguijón. Empleo y salarios aumentan, pero menos que el costo de vida, con una inflación que, con Biden, pasó del 1,4 al 6,2 %, lo cual anula las percepciones positivas del crecimiento económico.
A la sensación de pobre ejercicio del cargo, se suma la atropellada retirada de Afganistán. Tampoco es de desdeñar el reto migratorio. Según la encuesta Harvard Harris, el 68 % considera que la migración ilegal aumentó en la administración de Biden. La inseguridad se percibe con mayor agudeza. Esa sensación pesimista se agrava debido a la fragmentación del Partido Demócrata de cara a las elecciones de medio período.
Es normal que una administración pierda escaños, pero esta vez las previsiones son catastróficas. A pesar de formidables victorias legislativas, como el paquete de ayuda contra la covid-19 y la ley de infraestructura, si las elecciones de medio período fueran hoy, la relación de fuerzas es 51-41 contra los demócratas, que podrían perder hasta 40 escaños.
Sería el mayor avance republicano desde 1981, según la ABC-Post. Mala señal con los republicanos empujados fuertemente hacia la derecha, con dominancia de Trump, cuyo retorno se vislumbra para el 2024.
De no revertirse la tendencia, se prevé acentuación de brechas, arranque de violencia callejera y el retorno de una agenda internacional de enfrentamientos. En ella, la lucha contra el cambio climático perdería el elemento central para ser exitosa: un ambiente colaborativo entre Estados Unidos y China.
La frustración de Glasgow, donde hubo gestos apenas paliativos contra la amenaza climática, muestra la impotencia del orden mundial frente al mayor daño que la civilización se está autoinfligiendo. Sus anunciados impactos, ya descritos de todas las formas posibles, son resultados suicidas, cuando en nombre de un pretendido desarrollo económico se sabotea impunemente las bases mismas de la cordura.
Entrambos escenarios debilitan el entorno de cooperación internacional que sustenta la globalización, suprema conquista humana, política y tecnológica, que comienza a verse hostigada por corrientes dominantes de enfrentamientos entre las grandes potencias de cuya colaboración depende.
La administración Biden no ha significado, hélas, una ruptura con la orientación confrontativa de Trump contra China. Las primeras acciones del “retorno” de Estados Unidos a la palestra de cooperación con sus aliados fue un intento de consolidar una alianza contra China. Eso hizo en Europa, poniendo a la OTAN (organización nominalmente del Atlántico) con azimut hacia el Pacífico.
Ahí, la negociación con Australia e Inglaterra, orientada contra China, fue desleal con Francia y mostró una faceta de la política de Biden que no necesariamente es acorde con los intereses de la Unión Europea, sobre todo después del brexit.
La relación entre Estados Unidos y China está en su punto más bajo. La cumbre virtual de Biden con Xi Jinping, de tres horas, no buscaba acercamiento, sino apenas establecer provisiones para que las cosas no se salgan de control. Ni a eso se llegó. No pareciera existir voluntad política de atender diferencias cada vez más irresolubles, en detrimento de la ingente necesidad de cooperación comercial, política y ambiental que el mundo necesita.
Entre China y Estados Unidos se juega el futuro de la globalización. Estamos en aprietos. Si bien no vivimos una crisis comercial inminente, desde el 2016, se aborda el comercio bajo la óptica distorsionada de la seguridad nacional, convertido el intercambio en instrumento de presión y extorsión. Esto pone en peligro las perspectivas históricas de integración económica internacional, de beneficio para todos los países.
Los tres puntos marcan la hora que vivimos. El retorno republicano pondrá mayores obstáculos a la reconstrucción del tejido social interno y acentuará el enfrentamiento en un mundo climáticamente amenazado. Son los gatos pardos de hoy, y solo el futuro nos mostrará el diseño acabado del mundo que perfilan.
“En la noche todos los gatos son pardos”, decía Hegel, para señalar que el sentido de los acontecimientos no se puede entender en la noche del instante en que ocurren, sino a la luz de la historia subsiguiente, donde sus potencialidades se revelan con todo detalle” (La Nación, 5/11/2017).
La autora es catedrática de la UNED.