En 1972 yo estudiaba en un colegio técnico de seguros en Surbiton, al lado de Wimbledon, Inglaterra, y mi amigo costarricense Marco Vinicio Tristán estudiaba en la Universidad de Warwick.
Por correo, porque no había Internet ni WhatsApp, nos comunicamos y acordamos reunirnos un determinado domingo en Coventry.
Él me dio, por carta, la información de los horarios de trenes, etc. Todo salió a la perfección y, en Coventry, Marco me recibió junto con su esposa y su hija de meses.
Me llevaron a conocer la campiña y ciudades cercanas, entre ellas Stratford-upon-Avon, donde nació Shakespeare. Pasamos un día muy entretenido y a eso de las 5:45 de la tarde me llevaron a la estación de Coventry donde tomaría el tren de vuelta a Londres y de allí otro a Surbiton.
El tren llegó exactamente a la hora indicada, como ocurre en Inglaterra. Pero, señoras y señores, al instante de hacerlo, experimenté una enorme sensación de miedo.
Resulta que en el coche que se detuvo enfrente de mí, y que tomé, venía un grupo de unos 25 personas jóvenes, hombres y mujeres, y no sé si de otras denominaciones de las tantas que hoy se aceptan, prácticamente borrachas.
Cantaban, conversaban en voz alta, gritaban, tiraban al piso y al techo cerveza, botellas y vasos. Ante eso, opté por esconderme en un rincón. No me atreví a interactuar con ninguno, porque si bien me costaba un tanto entender el inglés de Inglaterra en ese ambiente ruidoso, mucho más el de beodos británicos.
Deduje que iban a ver un partido de fútbol y al poco rato me enteré de que, en efecto, eran aficionados del Manchester United que se dirigían al estadio Wembley, en Londres, a apoyar a su equipo.
Corro al presente. Con motivo de la Eurocopa y de la clasificación (un tanto con ayuda de la suerte) de Inglaterra a la gran final, la revista The Economist reportó que la Asociación Británica de Cerveza y de Pubs estimó que el día de la gran final se venderían 10 millones de pintas de cerveza y que 50.000 serían consumidas cada minuto. Tomen en cuenta que el juego se prolongó a causa de los tiempos extra y la tanda de penales.
Como todo lo extraño inglés —como conducir en el lado izquierdo de la vía, tener una moneda que no se acogió al sistema decimal sino hasta 1971, medir en pulgadas y que el tiro desde el punto de penal sea 11 yardas, que equivalen a 9,15 metros—, una pinta equivale a bastante más de la mitad de un litro. Con tres o cuatro pints of lager que alguien se tome, comienza a perder el sentido de lo que dice y hace.
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Violencia doméstica. El elevado consumo de alcohol también está asociado con violencia, en particular contra las mujeres. Un estudio de varios académicos de la Universidad de Lancaster mostró que la violencia doméstica aumentaba al final de los partidos, así: un 26 % cuando el equipo local gana o empata y un 38 % cuando pierde.
Pero otros estudios muestran lo contrario: que la violencia es mayor cuando se gana. En todo caso, es mucha violencia. Y esa violencia es atribuible al consumo de alcohol, pues entre los abstemios no se incrementa en función de los resultados de los partidos de la Selección inglesa de fútbol ni de los de sus equipos favoritos.
El problema no es exclusivo de Inglaterra ni de los juegos de fútbol. En Washington D. C., se ha observado que sube cuando el equipo local de fútbol americano, los Pieles Rojas, ganan.
También, se ha detectado este fenómeno en partidos de rugby. Todo esto ha llevado a los analistas a recomendar que en deportes que interesan a las masas los partidos importantes se lleven a cabo bien tarde en la noche para reducir las situaciones de violencia.
Desde antaño. El fenómeno descrito tampoco es reciente, pues cuentan los historiadores que en la antigua Constantinopla, allá por el 532 d. C., en carreras de coches tirados por caballos, entre los azules y los verdes, surgieron manifestaciones violentas que duraron casi una semana, y en las cuales murieron decenas de personas y casi la mitad de la ciudad fue destruida.
También una historia apócrifa dice que cuando Costa Rica, el 11 de junio de 1990, derrotó 1 a 0 a Escocia en el Mundial de Fútbol en Italia, muchos escoceses, quizá con más whisky de la cuenta entre pecho y espalda, procedieron a quebrar sus televisores.
Esperamos que este 11 de julio los ingleses hayan dormido en paz, sobre todo las mujeres.
El autor es economista.