El crecimiento desproporcionado del poder de una ciudad: así, podríamos definir aquello que caracterizó los años de la vida de Jesús de Nazaret. El Imperio romano crecía y conquistaba, no solo territorios, sino también una lógica que no se había visto antes: la expansión del comercio a todo el mundo conocido.
Cuando pensamos en la Navidad, sin embargo, vinculamos las imágenes de nuestra imaginación con sentimientos de paz y mansedumbre. Pero lo único que realmente se extendía en el mundo era la violenta pax romana y sus medidas de seguridad para los intereses de la ciudad que había conquistado muchas naciones.
Los Evangelios no son ajenos a esta realidad. Los dos relatos del nacimiento de Jesús que encontramos en las obras de Mateo y Lucas evocan, cada uno a su modo, la realidad humana que contextualiza todas las afirmaciones acerca de este acontecimiento.
Como telón de fondo a la acción de Dios, aparece una historia marcada por la violencia y el odio, la diferenciación social y la corrupción. El retrato resultante parece entresacado de una realidad latinoamericana no muy distante en el tiempo y en el espacio, lamentablemente.
El poder de una gran potencia imperial, dictadores vasallos, líderes religiosos más interesados en el poder que en la fe y, sobre todo, un pueblo que se ve obligado a ir de aquí para allá a causa de decisiones injustas o de peligros inminentes.
Mateo nos relata que Jesús nació en Belén de Judea en tiempos del rey Herodes. La mayoría de la gente conoce poco de la vida de este rey, que gobernó la Judea durante 40 años, y fue capaz de realizar enormes construcciones. Entre ellas, el Templo de Jerusalén, el puerto de Cesarea Marítima, Masada, el Herodianum y el palacio real en Jericó.
Favoreció el comercio con Mesopotamia, transformó la Galilea en un enclave de ciudades helenísticas, que favorecían el florecimiento de las rutas comerciales, y supo mantener a raya el poder de los sumos sacerdotes de Jerusalén. Todo ello, sin embargo, manchado por sus relaciones turbias con Roma y su ansia desmedida de poder, que lo llevaron a matar incluso a algunos de sus hijos y a someter revueltas populares con crueldad y violencia.
No es difícil imaginar el panorama que existía en aquella región en los últimos años de su gobierno, cuando nació Jesús. Los beneficios dados al Imperio romano contrastaban con la vida de muchos habitantes de la región. Algunos, más favorecidos, lograban colocarse en posiciones estratégicas, como el comercio del pescado seco, sin que por ello fueran personas ricas.
LEA MÁS: Navidad: el inicio de una vida que había llegado a su final
Herodes no era judío, sino idumeo, una población que, al ser sometida por los macabeos, tuvo que asumir la religión judía por imposición. Un hombre de dos mundos: era tan pagano como judío, dependiendo de las circunstancias. Un hábil político, que siempre supo ganarse el apoyo de los romanos.
Estas características de la personalidad del tirano nos ayudan a comprender el fuerte componente simbólico de la narración de Mateo. Al nacimiento de Jesús, llegan unos magos de Oriente, pero no siguiendo las rutas comerciales, sino llegando a Jerusalén, que no tenía mayores atractivos para el comercio entre naciones, pero sí una fuerte carga simbólico-religiosa para el pueblo judío.
La extrañeza que suscitaron los personajes llegados a la ciudad se acrecienta con la pregunta que ellos hacen: “¿Dónde está el rey de los judíos recién nacido?”. Aquí, el relato comienza a unir elementos históricos con religiosos de una forma magistral. En el cielo brillaba una nueva luz, que traía noticias de cambio para la tierra, pero nadie en Jerusalén se había percatado. Otros intereses guiaban a los grandes personajes de la ciudad.
La ignorancia del rey Herodes y la falta de atención de los jefes de los sacerdotes y de los escribas a lo que ocurría en el cielo contrasta con el conocimiento de las Escrituras. No entender los signos del cielo significa no entender el sentido profundo de la historia.
El cambio anunciado suscita el miedo del rey y su ira. Las consecuencias no se hacen esperar, los magos no vuelven a Jerusalén y comienzan las acciones violentas de un rey cegado por el ansia de poder.
La familia de Jesús, como tanta gente de nuestro tiempo, ante los intentos de imponer la opresión, se convierte en migrante. Huir ha sido el destino de miles de personas en nuestro mundo. Los vaivenes del poder y la guerra, con toda la injusticia que generan, como la muerte de los niños inocentes, lamentablemente, no deja de ser una realidad histórica que parece no terminar. Al final del exilio, sigue gobernando un hijo de Herodes en Judea, la familia va a la pequeña Nazaret para escapar otra vez del poder.
El relato de Lucas coincide en algunos puntos con el de Mateo, pero en otros se aparta de él de manera evidente. El contexto de la Judea sigue siendo el gobierno de Herodes, pero antes de nacer Jesús, un edicto del César hace que la gente tenga que ir a su ciudad natal por causa de un censo.
El valor de esta información es más simbólico que histórico, porque no se tienen noticias de un censo de todo el Imperio. Pero la idea de Lucas es subrayar el poder inmenso del César, que realiza censos para determinar el tributo que los Estados vasallos tienen que pagar al Imperio.
Un hombre pone en movimiento al mundo, no para beneficiarlo, sino para empobrecerlo aún más. La figura de Herodes queda opacada en el relato de Lucas porque este se concentra en el panorama mundial, si bien el resultado es el mismo: mucha gente padece marginación e impotencia delante de las decisiones de los poderosos.
Al igual que Mateo, Lucas une el acontecer histórico con la reflexión religiosa. Inmerso en ese movimiento de los pueblos, víctimas del poder, un milagro acontece, nace un salvador. El cielo lo proclama, pero los únicos que ven y escuchan a los ángeles celebrar este gran acontecimiento son los pastores. Se trata de personajes marginales, mal vistos incluso por la sociedad de su tiempo. Pero ellos entienden que el nacimiento de Jesús es esperanza en medio de tanta pesadez histórica.
Cuando leemos los relatos desde esta óptica, percibimos también la importancia de las acciones de los padres de Jesús. Los dos son judíos devotos, dispuestos a aceptar la palabra de Dios y a seguir caminando según las promesas que este hace. Lo hacen en medio de grandes dificultades históricas, asumiendo a cada paso un nuevo reto.
Es como si la historia, escrita por los poderosos, no lograra alcanzar el paso tranquilo pero seguro de esta pareja que no se deja abatir por las pruebas, ni se deja destruir o corromper por la ambición. Llevan consigo la esperanza de un pueblo, que es frágil y pequeño. No llevan armas, ni tienen más pretensiones que ofrecer a los pobres y al mundo algo que han recibido como un don.
Es una historia fascinante, que nos permite reflexionar sobre lo que es esencial para cada uno de nosotros en estos tiempos. Las narraciones nos impulsan a confrontarnos con la realidad de nuestro contexto histórico sin fingimientos, ni falsas ilusiones.
Construir un mundo diferente comienza con aceptar los riesgos que conlleva vivir de manera diferente. Podríamos decir que se vive inmerso en la realidad solo cuando nuestros ojos descubren la presencia del cielo en las vicisitudes humanas. Se trata de una presencia que no coloca límites a nadie, ni a los pobres, ni a los extranjeros, ni a los migrantes, ni a los sabios, pero que deja en ridículo las pretensiones de poder absoluto de los arrogantes y necios.
Ser diferente significa encontrar sentido en la vida y aceptar que somos también para los demás. Nace un niño en el seno de una pareja para ser entregado como signo de una realidad nueva y mayor, como posibilidad de vida sin límites. Ese niño, Dios con nosotros, nos habla de una presencia humilde y sencilla, que gusta compartir la existencia con cualquiera en las más variadas circunstancias.
La acción de Dios está siempre escondida en los gestos de amabilidad y de acogida, en la humildad de saber caminar sin los aspavientos del querer ser superior. La presencia de la esperanza humana camina con los pobres que se ven humillados por los quereres de los que viven en palacios y lujos, también camina con los migrantes, que buscan un poco de consuelo, y con los extranjeros, cuya sabiduría muchas veces no es comprendida.
Celebrar la Navidad, así como nos la narran los Evangelios, nos pone en guardia frente a la tentación de descuidar lo que es importante para concentrarnos en lo transitorio. A nosotros se nos confía, a su vez, una esperanza frágil y pequeña, que tenemos que cuidar, pero que también tenemos que aprender a donar.
El autor es franciscano conventual.