FIRMAS PRESS.- “No olvides llevar la mascarilla”, le recordé a mi madre el pasado martes cuando se dirigía a una consulta médica. Unas horas después, leí la noticia de que en cuestión de días se derogaba en España el uso obligatorio de mascarillas en centros sanitarios, residencias de ancianos y farmacias. Así desaparecía la última medida de prevención contra la covid-19 tras el estallido de la pandemia en marzo del 2020.
Habían transcurrido 1.207 días de emergencia sanitaria desde que en las ciudades españolas arrasó el virus en los primeros meses, segó las vidas de miles de personas (la cifra oficial es 121.760 decesos) y sembró el miedo en una población que obedeció el encierro obligatorio, consciente de la letalidad de una infección que de un día para otro los cercaba.
Era una tragedia global con consecuencias que dieron la vuelta al mundo y lo pusieron al revés, hasta que llegaron las benditas vacunas.
Han transcurrido tres años desde entonces y, lejos de lo que uno pudo imaginar, las secuelas de tan amargo período se borran como los pasos sobre arena mojada.
Sin duda, forma parte de la capacidad de la especie humana para superar los más duros embates. Somos criaturas tenaces y provistas de socorridos mecanismos que nos permiten depositar en el fondo de la memoria las vivencias que nos sacuden de un modo traumático.
Se anuncia el fin de las últimas mascarillas obligatorias y lo asimilamos sin más; como si nunca hubiera dependido de ellas la supervivencia en los momentos de mayor contagio y vulnerabilidad.
Rara imagen en espacios atestados
En el paisaje urbano no son pocos los que todavía viajan en el transporte público o acuden a actividades protegidos por las mascarillas. Sobre todo, abundan las personas mayores que temen sucumbir si se infectan y su sistema inmunitario no es lo suficientemente fuerte.
Pero es cada vez más rara esta imagen y se convierten en puntos dentro de un mosaico de rostros descubiertos. En las calles bulliciosas y los espacios atestados, apenas quedan rastros de la soledad de las plazas, las avenidas y los recintos que durante meses permanecieron vacíos.
A veces, cuando uno se encuentra con un local vacante que en su día fue popular, es inevitable pensar que su cierre fue debido a los estragos económicos que también causó la pandemia.
Tiempo a velocidad supersónica
En los momentos más crueles del estado de alarma, cuando familias y amistades lloraban a alguien cercano que perecía repentinamente, era casi imposible pensar que acabaríamos por relegar tanta desdicha. Incluso estábamos convencidos de que nada volvería a ser igual, pues la catástrofe sanitaria también nos había transformado.
Sin embargo, el tiempo ha transcurrido a una velocidad que se siente supersónica y nos ha llevado a ese otro sitio, que es el del olvido paulatino. La capa de pintura que recubre en la pared los colores más oscuros. Un ejercicio colectivo de pentimento (que en italiano significa arrepentimiento), en el que en el cuadro de nuestras vidas realizamos una alteración sobre lo que ya estaba pintado.
Resiliencia. Esa palabra que ahora está tan en boga y que los psicólogos describen como el proceso de adaptarse bien a la adversidad o hechos traumáticos. Según la American Psychological Association, consiste en “rebotar” de una experiencia difícil.
Tres años después de que en el mundo se declaró que estábamos bajo la amenaza de una pandemia, los resortes de la mente nos han permitido dar el salto y dejar atrás el estremecimiento.
En los bolsillos de las prendas de vestir, en bolsos, chaquetas y abrigos aparecen mascarillas estrujadas y marchitas. Muy pronto serán un recuerdo lejano. Un vestigio del pasado.
@ginamontaner
La autora es periodista.