Que recuerde, pocas veces la nacionalidad tuvo tanta reputación como ahora
Escuchar
Por Carlos Arguedas Ramírez
Que recuerde, pocas veces la nacionalidad tuvo tanta reputación como ahora. Uno tras otro, en un gesto insólito que comenzó España, numerosos países han levantado la mano con su nacionalidad como bandera para condenar vigorosamente o, en algún caso, por lo menos reprochar con una pizca de vergonzosa tibieza las miserias de un régimen desaforado. Si la nacionalidad de cada quien pudiera compartirse, yo compartiría la mía.
Sospecho que esta consecuencia no entraba en las previsiones del régimen. Si enviar a un nuevo contingente de sus opositores al exilio no era sino más de lo mismo, un acto repetitivo no carente de cierta monotonía, despojarlos de la nacionalidad debió parecerle algo novedoso y lleno de significado, un repudio impactante que los extinguiría. El régimen debió pensar que acometía algo imaginativo y heroico, a tono con los pintorescos abalorios que lo revisten y el ánimo que lo envenena.
Pero el exabrupto, si no fuera más que eso, entrampó a la dictadura. De la noche a la mañana, la oferta de nacionalidades subsanó un requisito de orden administrativo. Porque la verdadera nacionalidad está en otra parte, en el amor a la tierra natal, y eso no hay quien lo quite si se lleva dentro.
Es que la mediocridad o la locura son las señas de identidad de la tiranía, que forja berrinches pero no estadistas. Un estadista, escribió Leonardo Sciascia (en El caso Moro), es un hombre de Estado, que tributa al Estado, a su ordenamiento, a sus leyes, una lealtad inteligente, y medita sobre todo ello y lo estudia; y un gran estadista, agrega, es aquel que posee estas facultades y desempeña estas actividades con excelencia. ¡Qué diferente sería, digo yo, si en cada país y en cada generación hubiese por lo menos un estadista!
Paciencia, que el régimen acabará por cocerse en su propio bochorno. Alivia la crueldad de la espera el relato del monje que se acercó al lecho de muerte de su maestro, un hombre infinitamente sabio, y le pidió una última lección de sabiduría. El maestro abrió la boca, mostró la encía desprovista de dientes y a continuación la lengua. El monje recapacitó mucho tiempo, y al fin lo supo: el maestro había querido enseñarle que los fuertes perecen, y los débiles sobreviven. Que así sea.
Carlos Arguedas Ramírez fue asesor de la presidencia (1986-1990), magistrado de la Sala Constitucional (1992-2004), diputado (2014-2018) y presidente de la Comisión de Asuntos de Constitucionalidad de la Asamblea Legislativa (2015-2018). Es consultor de organismos internacionales y socio del bufete DPI Legal.
Gioconda Belli y Sergio Ramírez son parte del grupo al que se le despojó de la nacionalidad en Nicaragua. (Archivo)
En beneficio de la transparencia y para evitar distorsiones del debate público por medios informáticos o aprovechando el anonimato, la sección de comentarios está reservada para nuestros suscriptores para comentar sobre el contenido de los artículos, no sobre los autores. El nombre completo y número de cédula del suscriptor aparecerá automáticamente con el comentario.