Como ha trascendido a la opinión pública, recientemente, tengo dos nietas gemelas a quienes sus padres pusieron por nombres Amanda y Ximena. Pero como nunca supe cuál era la una y cuál la otra, comencé diciéndoles las Gemes y, después del primer año, las Machillas. Esto último, por su pelo castaño claro, herencia de su bisabuelo vasco y de su bisabuela alemana. Y como siempre estuvieron dispuestas a bailar y cantar, pienso que también tal disposición se deba a la sangre andaluza que heredan de su abuela gaditana. Además, puede que también hereden espíritu de disconformidad y rebeldía de alguno de mis ancestros, chorotega o talamanqueño, que nunca aceptó la esclavitud impuesta a su raza por el conquistador español.
Como a cualquier persona en el mundo, ellas son lo que su sangre les dicte y lo que el tiempo y la sociedad en la que han vivido les han marcado. Las Machillas son consecuencia de su época, de su propia circunstancia que les ha dado la conciencia social que las caracteriza. Son y se sienten ciudadanas de una democracia y actúan reclamando lo que esta democracia niega a una mayoría considerable de nuestro pueblo.
Aprendieron a ser solidarias tempranamente. No pertenecen a ningún partido político ni luchan por ideologías de izquierda o de derecha, pero saben que la democracia debe ser el gobierno para los pueblos y que la ciudadanía se ejerce directamente, defendiendo y apoyando esa inclinación gubernamental, cuando se da, o reclamando y protestando cuando sucede lo contrario.
Desde los quince años, se unieron a un grupo que recogía dinero para construir casas a familias que nunca las habían tenido. Entonces eran Machillas de martillo y serrucho, de machete y macana, construyendo casitas en los más alejados rincones de este país.
Igualdad de género. En los últimos años ha crecido un movimiento social reclamando la igualdad de género. Las Gemes también se han unido a este reclamo independientemente. No pertenecen a grupos feministas ni de diversidad, pero sí entienden que ellos piden el reconocimiento de derechos que les pertenecen. Derechos, siempre pisoteados.
Ellas fueron educadas en la fe católica y respetan los templos y tradiciones de su Iglesia, pero van poco a misa, posiblemente porque no reciben mensaje social alguno ni encuentran palabra inspiradora en sus sacerdotes. Respetan también los templos y tradiciones de otras religiones; en consecuencia, jamás irrespetarían el culto y los edificios de todas las religiones manchando sus paredes con insultos y agravios.
Ellas saben en qué consiste la libertad de conciencia y se manifiestan en consecuencia con esa libertad. Pero sienten la necesidad de protestar por todo lo que está pasando; por los trescientos mil costarricenses que se acuestan todos los días con hambre (según lo ha indicado en su columna el inteligente y culto politólogo Jorge Vargas Cullell); por las minorías que luchan por derechos mínimos; contra los que roban libertades a los pueblos y contra los que roban otra cosa también a la Hacienda pública.
Mujeres vandálicas –como las han tildado sectores importantes de la opinión pública y grupos diversos de toda clase, tamaño y condición– que necesitan identificarse como el primitivo neandertal que imprimió su mano en las paredes de las cavernas dejando el mensaje a la posteridad de “yo estuve aquí”.
Antigua práctica. Los grafitis son tan antiguos como la humanidad; en toda etapa histórica siempre hubo alguien que protestó, dejando mensajes en las cuevas rupestres, en los edificios, en los puentes, en las piedras, en los baños públicos. Y en Roma, sobre todo en la época republicana, esta actividad fue de todos los días.
Solamente recordemos que un desastre natural sepultó Pompeya en agosto del año 79 y que las excavaciones posteriores descubrieron para la posteridad una semblanza de la vida romana, con sus calles, edificios públicos, casas solariegas, panaderías, herrerías y prostíbulos. Pero también algo que tiene que ver con lo que expongo: diez mil grafitis detallando la vida sexual desde la brutalidad hasta el más fino sentimiento de espiritualidad como este que cito a continuación: “El que intente encadenar a los vientos e impedir brotar a los manantiales pretende separar a los enamorados”.
También todos estos grafitis se referían a anuncios comerciales, a ofensas personales, a citas filosóficas y, desde luego, a protestas por la falta de justicia y libertades. Nada que no esté sucediendo en la actualidad.
No, señores que han insultado a mis nietas, mintiendo algunos, al afirmar que ellas participaron en las pintas a las iglesias, en la pintura lanzada a la estatua de Juan Pablo II y las que dejaron mensajes en las paredes de la Asamblea Legislativa. No es que se equivocaron, es que mintieron. Pero resulta que las Machillas solo querían dejar un mensaje de solidaridad con todos los que reclaman la igualdad de género, y eso quedó impreso en un pequeño detalle en la pared externa en la que fue casa del comandante del Cuartel Bellavista.
Cuando estaban pintando este pequeño detalle, fueron sorprendidas por la Policía, con órdenes de autoridades superiores, con esposas fuertemente ceñidas a sus muñecas y, con los brazos atrás, fueron luego conducidas en la perrera y encarceladas durante una noche. ¿El delito?, dejar un mensaje de solidaridad para todos los que piden igualdad.
Vandálicas que son las Gemes, las Machillas, las que bailan, las que cantan, las que ayudan a construir casas para los más necesitados, las que visitan a los indígenas abandonados, las que cometen el vandalismo de ser solidarias y fraternales, las que aman, las que nunca aprendieron a insultar, las que saben salir de la cárcel con una sonrisa de perdón para todos los que las juzgan y condenan. Y, por esto, por esta casi infantil forma de ejercer la más auténtica ciudadanía, se ha levantado una acusación nacional contra ellas y, como consecuencia, una respuesta solidaria, convirtiendo a este país, durante unos días, en una batalla campal de exageradas proporciones. Y eso que apenas son gemelas. ¡La revolución en la que todavía estaríamos enfrascados de haber sido quintillizas!
Papeles invertidos. Generalmente, los abuelos aconsejan a sus nietos. Así ha sido siempre, pero rompiendo esa tradicional costumbre, ahora es un abuelo quien recibe consejo –por su forma de actuar– de dos nietas.
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Durante gran parte de mi vida fui disconforme, activo, denunciante. No obstante, con el transcurso de los años, me apachurré. La edad me tiene un poquito aplastado. De pronto, las Machillas me han tirado de las orejas, señalando el recto camino: la ciudadanía hay que ejercerla siempre; hay que denunciar los males de la época.
Protestar, gritar porque no hay puntos finales en la conquista de la democracia. Conservador es el que está conforme con su tiempo, el que no quiere que nada cambie, decía Unamuno. El verdadero demócrata es el que está dispuesto siempre a dar un paso hacia adelante para cambiar. Gracias, Machillas, por recordarlo.
El autor es abogado.