Enteradas del fallo constitucional contrario a la “ley jaguar”, las masas enardecidas inundaron las calles y clamaron en coro la aprobación de esa ley. Y rodearon la Asamblea Legislativa. Y todos los diputados se hincaron pidiéndoles perdón. Y rodearon al Tribunal Supremo de Elecciones. Y los magistrados firmaron ahí mismo la convocatoria al referéndum. Y rodearon la Sala IV. Y los magistrados, arrepentidos, renunciaron a sus puestos. Y el pueblo, autoconvocado como el soberano, pidió al presidente elegir a los nuevos. Y el presidente de la República vio el masivo despliegue popular. Y, emocionado porque le comprobaron que no era un pueblo de pendejos, se puso a la cabeza de Costa Rica. Y proclamó el Año 1 de la Nueva Era de la Democracia Verdadera. Y exigió paz en las calles de ahora en adelante. Y el soberano, satisfecho, paz le concedió.
O algo así era lo que la convocatoria presidencial de la semana pasada a las “masas enardecidas” imaginaba. ¿Basado en qué dato de realidad? En ninguno, solamente en un cruce entre una fantasía y un error. La fantasía, que describí arriba, es común a muchos gobernantes: entrados en su gestión, viven en un mundo paralelo de asesores y sicofantes, de actos coreografiados —inauguraciones y eventos— en los que el público ha sido filtrado y el aparato de gobierno controla el mensaje.
En consecuencia, el líder empieza a respirar oxígeno puro y se marea. Y este presidente en particular. Por su parte, el error es confundir cierto nivel de popularidad con capacidad de movilización. Y no, no es lo mismo, cosa que el gobierno debiera haber sabido ya, pues cuando el presidente era más popular que ahora, a sus convocatorias populares siempre asistieron entre sesenta y unas centenas de viejillos. O sea, nada. Como ahora, el día después de la muerte del jaguar, nadie llegó a la vela.
Reitero lo que dije semanas atrás. La posición del gobierno es políticamente débil. No repito análisis, lo pueden consultar. Gato bravo aparte, ahora lo es más, pues se llevó tremendo sopapo, y quedó sin tema ni iniciativa. El problema es que falta mucho tiempo de gestión. ¿Entonces qué? Mi fantasía es que gobierne, que tienda puentes para encontrar soluciones a los gravísimos problemas de educación y seguridad. Pero quizá lo más probable sean las pirotecnias verbales y los enojos: un verdadero bostezo, sí, pero una tragedia también.
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El autor es sociólogo, director del Programa Estado de la Nación.