NUEVA YORK– La pandemia del coronavirus golpea a las mujeres de manera particularmente dura, especialmente en los aspectos en que son más vulnerables: sus ingresos, su salud y su seguridad.
Las mujeres son mayoría en muchos de los sectores de nuestras economías que se paralizaron el año pasado. Para agravar la situación de las mujeres, los sistemas sanitarios han recortado o retrasado los servicios de salud sexual y reproductiva para agilizar el tratamiento de los contagiados de covid-19. Y los confinamientos y cuarentenas coinciden con un repunte de la violencia intrafamiliar.
Estos problemas determinan una prolongada reducción de la capacidad de las mujeres de unirse a la fuerza de trabajo, pagar préstamos, dar depósitos en garantía o iniciar actividades empresariales.
Peor aún, estas amenazas a las economías nacionales podrían hacerse permanentes a menos que las autoridades actúen con celeridad, incluidos los bancos centrales, que cuentan con varias herramientas para combatir los peores efectos de la pandemia sobre las mujeres.
Por supuesto, el problema es que los bancos centrales son instituciones en que predominan los hombres. Históricamente, nunca han puesto prioridad en el género al diseñar y ejecutar políticas que afecten posiciones monetarias, regulación bancaria, seguros de depósitos o emisión de bonos. Para cambiar este patrón serán necesarios cuatro cambios en el proceso de decisión de políticas.
Primero, necesitamos paquetes de estímulo con sensibilidad de género. Los gobiernos respondieron a la crisis con paquetes fiscales y monetarios que apuntaban a estabilizar la demanda agregada, con recortes de impuestos, garantías a los préstamos, protecciones salariales, descuentos en cuentas de servicios básicos, suspensión de contribuciones a la seguridad social y transferencias directas de fondos.
Por su parte, los bancos centrales expandieron sus hojas de balance a niveles sin precedentes y a una velocidad inusitada, imprimiendo dinero no solo para comprar bonos del gobierno, sino también activos financieros corporativos. En muchos países, en particular las economías avanzadas, la respuesta general fue masiva, porque tenía que serlo.
Necesidades particulares. Sin embargo, los datos reunidos mediante el Rastreador Global de Respuestas de Género a la Covid-19 de ONU Mujeres muestran que solo un puñado de países adaptaron sus políticas para responder a las necesidades específicas de las mujeres.
El resultado ha sido una recuperación más lenta para todos. A medida que el mundo se prepara para otra ola de gastos de estímulo e inversiones en reconstrucción, es crucial que estas intervenciones se diseñen no solo para una idea de lo que son las mujeres, sino para sus necesidades reales.
Segundo, las mujeres necesitan préstamos y los bancos centrales desempeñan un papel crucial en cómo se dirige el crédito a sectores específicos. En consecuencia, urge asegurarse de que la financiación llegue a sectores donde sea mayoritaria la fuerza de trabajo femenina.
A medida que más mujeres pierden sus empleos o se ven desplazadas de ellos —incluso en la economía informal—, los bancos tendrán que reevaluar y posiblemente reclasificar los segmentos de su cartera crediticia destinados a prestatarias mujeres.
Generalmente estos segmentos (que abarcan sectores como la hostelería, los alimentos, las ventas minoristas, el turismo, los servicios domésticos, el vestuario y otros en los cuales las mujeres trabajadoras son mayoría) se han visto como «menos sustanciosos en términos de garantías».
Pero incluso antes de la pandemia habían estado creciendo con rapidez en las economías emergentes y en desarrollo, especialmente entre bancos locales. Ese crecimiento estuvo impulsado tanto por un compromiso con la igualdad de género como por el potencial comercial de una cohorte de clientes que antes había sido ignorada. Si la recuperación no llega a las mujeres, la rentabilidad de los bancos se verá afectada.
Bonos de género. En tercer lugar, los gobiernos necesitan nuevas fuentes de recursos, porque la pandemia diezmó los balances fiscales. Las deudas públicas han crecido exponencialmente y su pago tendrá que programarse gradualmente a lo largo de los próximos años, en que los bonos soberanos competirán por la financiación en los mercados internacionales.
En la búsqueda de una ventaja competitiva, muchos recurrirán a bonos temáticos destinados a dar respuesta a problemas ambientales y de desarrollo social.
La demanda de estos valores es grande y creciente, ahora que más de 3.000 entidades de inversión (con fondos en gestión estimados en $100 billones) han firmado los principios de inversión responsable, patrocinados por la ONU.
Pero si bien varias corporaciones privadas y empresas estatales han emitido «bonos de género», ningún Estado soberano lo ha hecho hasta ahora. Eso debe cambiar y, cuando lo haga, los bancos centrales deberán ser parte del proceso.
Se necesitan mejores métodos de proyección. Los modelos de los bancos centrales y las políticas derivadas de ellos pueden estar sesgados y ser incompletos por estar basados en supuestos que ignoran las realidades de cómo los hogares consumen, ahorran, invierten, se endeudan y trabajan.
Por ejemplo, la mayoría de los modelos tratan la participación femenina en la fuerza de trabajo como una opción binaria entre trabajo y placer, en lugar de una opción compuesta por tres elementos que también incluye el trabajo no remunerado como es, por ejemplo, el cuidado infantil.
Visibilización de las cuidadoras. De manera similar, las proyecciones de crecimiento —y, por ende, de la demanda de dinero y la transmisión de las tasas de interés— se fundamentan en sistemas de cuentas nacionales que no miden adecuadamente la economía de los cuidados, un sector en rápido crecimiento, pero mayoritariamente ajeno al mercado en que las mujeres componen la mayor parte de la fuerza laboral.
La pandemia, que ha causado un aumento explosivo de la demanda de cuidados, ha convertido esa debilidad en una brecha enorme.
Hay que reconocer que los bancos centrales han sido rápidos en asumir los retos que plantea el cambio climático, y algunos ya están proponiendo soluciones y liderando incipientes iniciativas de reforma. Sin embargo, aunque las disparidades de género son un desafío sistémico de similar envergadura, los bancos centrales todavía tienen pendiente la tarea de crear asociaciones similares con promotores de la igualdad de género.
Son relaciones de colaboración que se necesitan con urgencia para el diseño y la puesta en práctica de reformas a escala global y de país. Los beneficios serían inmensos, tanto para los hombres como para las mujeres.
Anita Bhatia, vice directora ejecutiva de ONU Mujeres, es asistente del secretario general para administración de recursos, coordinación, sostenibilidad y asociaciones del sistema de la ONU.
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