Dispararse a un pie es una forma remolona del suicidio. Hace unos días, una empresa de navajas de afeitar difundió un video que equivalió a dispararse a sí misma porque suscitó el rechazo de millones de sus compradores (video “The Best Men Can Be”, de Gillette). El anuncio ofrece escenas actuadas donde hombres acosan o ridiculizan a mujeres, y donde niños varones se golpean. Otros hombres intervienen para dar lecciones de civismo y “reconstruir” a los errados. Empero, el video recibió críticas. Una resalta el hecho de que dos hombres negros corrigen a dos blancos: ¿se habrían atrevido a invertir los “colores”? Otra crítica señala que las mujeres del video son tan pasivas, que deben ser defendidas por hombres. Más críticas arguyen que la compañía parece montada ahora sobre corrientes feministas, pero, antes, sus anuncios resaltaban tipos masculinos dominantes. Por nuestra parte, atribuimos buenas intenciones al video; entonces, ¿por qué ocurrió la gigante tormenta en las redes sociales?
(Video) Anuncio de Gillette subtitulado
Según algunos, los quejosos se vieron reflejados en las inconductas de los personajes. Esto fue cierto en muchos casos, pero en otros muchos no: simplemente, de tanto pasarles la navaja ardiente de la “corrección política”, la piel de millones de hombres ya no está para la loción reeducativa, sobre todo si uno es blanco y heterosexual (la presa de caza de esta temporada).
Los publicistas no entendieron el ambiente donde caería su bonachón anuncio. El rechazo fue una cuestión de tempo: el video llegó tarde, cuando millones de hombres están hartos (o sea: hartos) de que les llueva el hecatodecálogo del “machista patriarcal” siendo casi todos hombres normales, incapaces de humillar o de agredir a las mujeres. Hasta el burundés más inocente terminará harto si, todos los días, le echan en cara los defectos de Burundi.
Acoso al “macho”. Empero, no solo hay publicistas faltos de inteligencia emocional. Carmen Calvo, ministra (apodada “feministra”) de Igualdad de España, declaró que, en los tribunales, “las mujeres tienen que ser creídas sí o sí”. Esta barbaridad pulverizó la presunción de inocencia masculina y estrenó una teología: las mujeres nacen exentas del pecado original de la mentira. Ni la psicología social ni los “estudios de género”, pues, sirven a publicistas y feministas para que adviertan que la marea está de vuelta contra ellos.
Mejor encaminados estuvieron los publicistas de la empresa de relojes Égard. En un asombroso video (“What is a man? Español”), resumieron el lado oculto de los “privilegios” masculinos: el heroísmo de los bomberos, el sacrificio de los mineros, la tragedia de los hombres sin-techo, la ternura de los padres, la angustia de los hombres despojados de sus hijos tras un divorcio, y otros casos conmovedores.
De paso sea dicho, en las redes sociales hay una doble reacción contra el acoso al “macho”: una, liberal (como los videos de Un Tío Blanco Hetero y el Facebook Feminismo Científico), invoca al feminismo del privilegio para que no exaspere a los hombres normales con el cuento de que “temen perder sus privilegios”; otra reacción, derechista y confesional, aprovecha la “matonería” feminista para repudiar todo el feminismo y la “ideología de género”.
Características. El debate se incendió en las redes cuando alguien escribió “masculinidad tóxica”, palabras que no aparecen en el video. No quedó claro qué es la “toxina” de la masculinidad, aunque los “estudios de género” postulan que la “masculinidad tóxica” equivale a agresividad, vulgaridad, insensibilidad y violencia en los hombres. Sin embargo, este concepto negativo de la masculinidad es una distorsión de características positivas existentes en la mayoría de los hombres.
La masculinidad es la acentuación natural de virtudes en los varones. Estas aparecen también en las mujeres, pero con menor intensidad a causa de las distintas dosis de hormonas autoproducidas, sobre todo de la testosterona. Los hombres generan unas 20 veces más testosterona que las mujeres.
Como virtudes especialmente masculinas suelen mencionarse la energía, la persistencia, la autoconfianza, la competitividad, el afán exploratorio, la tendencia al riesgo, el altruismo heroico, el estoicismo y la protección de los débiles (“mujeres y niños primero”). Véase: Irenäus Eibl-Eibesfeldt: Biología del comportamiento humano (passim).
¿Es razonable suponer que, en general, los miembros de un sexo comparten características diferentes (en grado) de las del sexo opuesto? Es razonable si adoptamos una sentencia del biólogo Theodosius Dobzhansky: “Nada tiene sentido en biología si no es a la luz de la evolución”. Esto es: sobreviven las formas de vida que se adaptan a su medio (aunque el Homo sapiens es especial pues también adapta su medio para su sobrevivencia: agricultura, ciudades, etc.). La evolución “dividió el trabajo”: determinó que los hombres ejercieran el papel de protectores de sus mujeres y de sus hijos (sobre todo poco antes y después del nacimiento). Así, los hombres tienen la fuerza y la testosterona que les faltan a las mujeres; estas no las necesitan pues la evolución ahorra energía y “no duplica” .
Veneración y respeto. Aquellas características masculinas han servido para que nuestra especie sobreviva: los hombres fuertes y decididos espantaron a los tigres de las cuevas (y a los nazis de Normandía), y esos varones engendraron otros hombres de tendencias similares. Esos caracteres positivos se llaman “masculinidad”, y debemos agradecer que hayan existido y existan.
La masculinidad siempre es positiva; no hay “masculinidad tóxica”. Otras cosas son las conductas violentas y abusivas, presentes en hombres y mujeres. Son más graves en los hombres debido a su fuerza, pero más numerosas son las madres que los padres filicidas, y no hablamos aún de “feminidad tóxica”. Por supuesto, los hombres desencadenan guerras y urden regímenes opresivos, pero no se entiende por qué estos abusos son “masculinidad”.
¿Qué es “masculinidad tóxica”?: una contradicción, una estafa. Es una idea redonda (sin pies ni cabeza), similar a caprichos como “ideología de género” (en realidad es “sexología anticientífica”), “micromachismo”, “heteropatriarcado occidental”, “violencia simbólica” (“La violencia simbólica le rompió tres costillas virtuales”), etcétera. Adoptar la perversa idea de la “masculinidad tóxica” es como aceptar que un rival mueva nuestro alfil y nos exija luego que sigamos jugando. No, nunca: la masculinidad merece veneración y respeto.
El autor es ensayista.
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