Hace muchos años, un buen amigo formuló una aguda observación sobre la cultura costarricense, entendida no como oferta artística, sino como el conjunto de los modos de ser y pensar que moldean nuestro temperamento colectivo como sociedad. Esa observación me acompaña desde entonces y ha alimentado mi escepticismo con las promesas formuladas por todo costarricense, no solo por los políticos.
Este amigo empezó diciendo: “En este país, somos personas de principios…”. Cuando iba por ahí, lo interrumpí en seco para parar cualquier panegírico esencialista sobre una supuesta virtud innata tica, y le repliqué rapidito: “Pero ¿cómo decís eso? Solo ve la fauna alrededor…”. Sin hacerme caso, remató: “Por supuesto que somos personas de principios: todo lo empezamos y nada acabamos”. Touché!, y boquita cerrada!
Cierto: somos buenísimos para prometer metas, incluso comprometerlas en público; hacer planes y estrategias, pero malísimos para ejecutar las cosas y cumplir lo dicho. Nos enredamos en los mecates y no llegamos a puerto. Y, para explicar la falta de resultados, somos verdaderos maestros en encontrar justificaciones por no haber hecho lo prometido, y activamos el juego de la asignación de las culpas (que siempre son ajenas). Finalmente, nos encogemos de hombros y nos desentendemos del tiempo perdido, los costos implicados y las pérdidas causadas. Luego, como si la cosa no fuera con nosotros, pasamos a la próxima declaración.
Este defecto colectivo se repite en innumerables situaciones cotidianas y, por supuesto, en las campañas políticas, cuando se promete el oro y el moro. Sin embargo, esto no es lo que me interesa hurgar hoy. Al fin y al cabo, si reincidimos entre nosotros, bueno, ¡qué tirada!, nos majamos la manguera y a remar. El problema es cuando hacemos el numerito en los foros internacionales.
A comienzos de este siglo dijimos que en el 2021 seríamos el primer país desarrollado de América Latina. Bueno, faltan 30 días para alcanzar la meta y no parece que vayamos a lograrlo ni que a nadie le importe mucho. Aún más, nos comprometimos urbi et orbi, como Estado, a tener en el 2050 una economía descarbonizada. Palabras mayores… y palabras ya olvidadas por los partidos que compiten en estas elecciones. Sin embargo, en esta ocasión y en una materia crucial, el incumplimiento afectaría nuestra reputación internacional.
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El autor es sociólogo.