A pesar de que la mayoría de los países latinoamericanos llevamos cerca de doscientos años de independencia de España —Costa Rica y Centroamérica en unos días—, seguimos siendo muy parecidos en muchos sentidos. Tanto así que José Ortega y Gasset decía: «El español que no ha estado en América no sabe qué es España». Se requiere entender una para entender la otra.
Por eso leí con mucho interés el libro de Arturo Pérez-Reverte titulado «Una historia de España» (ojo: dice una, no «la historia»).
Relata Pérez-Reverte que la historia de España ha estado llena de altos y bajos. De ser dominada por los moros durante varios siglos, a dominar el mundo con un impero donde «no se ocultaba el sol», y a perderlo prácticamente todo y pasar por épocas de oscurantismo.
Esos ciclos estuvieron repletos de guerras civiles recurrentes. Las continuas peleas internas entre bandos tenían dos factores en común. Por un lado, la pérdida de perspectiva del gobernante de turno que, a pesar de haber tenido momentos de grandeza en su gobierno, después de un tiempo —usualmente más largo de la cuenta—, tiende a alejarse de la búsqueda de lo mejor para su pueblo, para concentrarse en buscar, cada vez más, su propio beneficio. Eso es lo que también vemos, usualmente, en Latinoamérica, donde muchos gobernantes hacen todo lo posible por perpetuarse en el poder, a costa de sus gobernados.
Hasta que llega un punto en el cual los opositores se unen para derrocar al gobernante de turno. Lo malo es que, por otro lado, la oposición suele estar formada por grupos muy diversos, que no persiguen tanto el interés de toda la nación, sino, más bien, los particulares, lo que torna muy difícil que se pongan de acuerdo.
De ahí que en España ha habido un ir y venir de gobernantes a lo largo del tiempo y ha costado desarrollar una identidad nacional. Igualmente en Latinoamérica, ha costado formular políticas públicas a largo plazo, que lleven hacia un desarrollo político-social-económico sostenido.
Definitivamente, las similitudes de la historia de nuestros países con la de la madre patria son enormes. Luego de doscientos años de independencia, cuyo propósito fue romper con un rey cada vez más alejado de las colonias para sustituirlo por gobernantes más conectados con la realidad local, seguimos dando tumbos. Lo que se hereda no se hurta.
El autor es economista.