La idea de cultura surgida de la Ilustración fue una especie de instrumento de navegación para conducir a los grandes grupos de personas, que ni siquiera tenían conciencia de que ignoraban conocimientos que les eran necesarios. Las masas solían ser felices con comida, techo y divertimento (desde gladiadores hasta fútbol).
En el principio, la cultura se pensó como un agente de cambio para mejorar la condición humana.
A menudo, la erudición fue clandestina y a veces contracultural, nunca se diseñó como cómplice del statu quo. Pero si san Francisco fue pobre hasta el tuétano y algunos de sus seguidores son lo opuesto, ¿por qué no habría de desvirtuarse el espíritu conceptual primigenio de la cultura?
No estoy seguro de que la idea sea tan novedosa, en los mapas antiguos fuera de los confines de Roma se usaba la frase hic sunt leones (aquí hay leones) para denotar desprecio hacia los “otros”.
Oscar Wilde, con su agudo ingenio, denota que son los “elegidos” quienes pueden proclamar la belleza, no por su percepción de ella, sino porque, cuando ellos la declaran, su juicio se hace vinculante para los demás. Sin embargo, es Pierre Bourdieu (1991), en su genial obra La distinción. Criterio y bases sociales del gusto, quien se atreve a decir que cada oferta artística está dirigida a una clase social específica para definirla, segregarla y manifestar la pertenencia de sus miembros.
De ahí que la “alta cultura” pertenece a las élites; los gustos mediocres o “filisteos”, a los sectores medios, y la veneración vulgar es propia de las clases bajas. No se piense que Bourdieu era clasista; era lo opuesto, denuncia que la cultura se instrumentalizó como un medio o frontera para salvaguardar jerarquías sociales de manera intencionada.
Bauman. Sin embargo, y afortunadamente, tenemos al omnipresente Zygmunt Bauman, su liquidez intelectual nos libra de todo mal, la “pureza” no es un requisito necesario para ser un connoisseur. En el siglo XXI, se puede leer en papel o en digital, sin que se cometa un pecado mortal. Escucho a Bach mientras escribo estas líneas, pero tengo en mi playlist al grupo inglés Def Leppard, verdaderos prodigios del rock.
Que no se nos olvide nunca que el término esnob se originó en los colegios británicos de Oxford y Cambridge para designar a los alumnos que no eran de origen noble (snob es el acrónimo inglés de sine nobilitate), es decir, sin nobleza. Se les llamó de esa manera porque compensaban su carencia nobiliaria con un exceso de afectación y pedantería.
Note usted, estimado lector, que lo mismo sucede con quien adquiere dinero nuevo, en inglés callejero (slang) le llaman a ese fenómeno social el bling-bling. Yo me siento orgulloso de mis raíces, no oculto mi origen burgués, pero me cuesta disimular la risa cuando escucho a alguien presumir de sus viajes sin que nadie le pregunte y noto el exceso en sus vestimentas. En esos momentos pienso en la analogía de la carreta: mientras más vacía, más ruido. Sine nobilitate est.
La cultura no mata, no es dañina para la salud, enriquece el pensamiento. Hace un par de días, un brillante joven me recordó que me derrotó en una discusión argumentativa en la Universidad de Costa Rica. Lo vi tan feliz que no me atreví a decirle que ni siquiera me enteré de que estábamos compitiendo porque para mí el aprendizaje es gozo. El error y lo que llaman fracaso es también ganancia, aprender en sí es alegría.
Eso sí, si alguna vez me ven cantando una melodía de Maluma, no soy yo, fui abducido por extraterrestres, o bien, pueden declararme oficialmente en estado de interdicción, lo que complacerá al menos a algunas personas.
El autor es abogado.