Supongo que no hay una sola manera de leer la Constitución, o lo que es igual, que a ella se le pueden atribuir diversos significados dependiendo del punto de vista desde el que se la comprenda.
Una forma de entenderla parte de postular que la vida de la comunidad está basada en la discordia, y que la Constitución es un instrumento idóneo para la organización pacífica del desacuerdo. Desde esta perspectiva, que no niega las diferencias y los desórdenes sociales sino todo lo contrario, puede ser juzgada: ¿Realmente es hábil para auspiciar resultados eficaces y equilibrados? Si estimásemos que no es así, cabe ignorarla o enmendarla. Si optásemos por ignorarla, ¿qué tendríamos a cambio?
En países de nuestro entorno cultural parece vivirse una inesperada transición desde el tiempo reciente en que las constituciones merecían fe como fuente de legitimación de la práctica política a otro en el que sucede cada vez más lo opuesto, que facilita la prescindencia o la manipulación voluntarista de los textos, a veces errática y otras veces fanática o iluminada, pero siempre arbitraria.
En esta circunstancia, me conviene seguir el consejo del historiador Patrick Boucheron y leer a Maquiavelo. Me parece que con encomiable optimismo, que quizá esté justificado en el contexto de una política ilustrada, Boucheron escribe que los libros del florentino han sido a lo largo de la historia los fieles aliados de aquellos que han intentado comprender su propio extravío político, y agrega que a esos libros nos aferramos como chalecos salvavidas cuando todo se tambalea a nuestro alrededor y estamos a punto de zozobrar, para evitarnos el naufragio.
Valdría la pena acudir a El príncipe, teniendo presente que la intención del autor fue escribir cosas que le resulten útiles a aquel que las escucha: así, por ejemplo, para despejar la incertidumbre que visiblemente nos aqueja entre los requerimientos de la acción política y los de la moral común, ahora que se discute aquí y fuera de aquí acerca del rol de la mentira y el de la veracidad; o para percibir en qué medida la conservación y el retorno al poder validan cualidades y prácticas concretas contrastantes con dicha moral.
Maquiavelo me tienta a pensar si la integridad de la función de la Constitución declina conforme aumentan la degradación de la palabra pública y la política de ficción.
Carlos Arguedas Ramírez fue asesor de la presidencia (1986-1990), magistrado de la Sala Constitucional (1992-2004), diputado (2014-2018) y presidente de la Comisión de Asuntos de Constitucionalidad de la Asamblea Legislativa (2015-2018). Es consultor de organismos internacionales y socio del bufete DPI Legal.