La tiranía de Ortega y Murillo condenó al destierro y despojó de su nacionalidad a trescientas dieciséis personas. En algunos casos, también confiscó sus bienes. Entre los afectados están reconocidas figuras de la política, la cultura, la prensa, la juventud, el empresariado y la Iglesia —entre otros sectores—, lo que, comprensiblemente, atrae la atención de numerosos medios informativos del mundo. Y así debe ser.
Pero también está en marcha otro fenómeno de inmensa gravedad para ese país que, sin embargo, no recibe tanto seguimiento mediático: el desmantelamiento de la sociedad civil nicaragüense.
Como le ocurre a lady Macbeth, todos los tiranos tienen sangre en sus manos. Y eso los aterra. En la soledad de su poder absoluto viven con un miedo intenso y sempiterno. Desconfían de todo y de todos. Viven con espanto. De manera periódica purgan a sus más cercanos cómplices. Su borrachera de poder los hace ver conspiradores y traidores en cada esquina. La paranoia los carcome. Viven en terror.
En la obra de Shakespeare, lady Macbeth poco a poco sucumbe y se precipita a los abismos de la locura. Por su parte, Macbeth entiende que ya no hay marcha atrás y asume, en toda su espantosa realidad, el hecho de que ha de vivir matando, persiguiendo y reprimiendo. Su reino se tiñe de sangre. Todas las puertas están cerradas. Solo queda combatir fuego con fuego.
Algo similar sucede en Nicaragua. Mientras la chamana impostora invoca energías universales amorosas para su tierra, el régimen se lanza a una frenética orgía represiva para ilegalizar y desaparecer toda forma de organización ciudadana. Y no me refiero solo a los partidos políticos, medios de prensa y defensores de los derechos humanos. No. El frenesí persecutorio impulsado por el estado permanente de terror en que vive la pareja despótica, desmantela TODA forma de organización.
Así, dejaron de existir asociaciones para la observación de aves, grupos para el cuidado de ancianos, asociaciones de pacientes, organizaciones para la preservación de bosques o para la limpieza de playas y, en la tierra de Rubén Darío, se prohíbe la realización de festivales de poesía. Nicaragua va camino de dejar de ser una sociedad. Poco a poco, pero de manera inexorable, los sátrapas la convierten en una suma de individuos aislados, solos, desconectados, para quienes se dinamitaron los puentes: ya no hay salidas institucionales. Solo persisten las organizaciones represivas al servicio de la pareja tiránica.
Es entonces cuando, sin duda, en miles de nicaragüenses empezarán a resonar las palabras tremendas que una vez pronunció José Martí: “Es tan criminal promover una guerra evitable, como no promover una guerra inevitable”.
La tiranía empuja a nuestros hermanos, otra vez, a un doloroso enfrentamiento. Apoyemos la lucha de los nicaragüenses por recuperar su libertad. Y mientras lo hacemos, cuidemos la nuestra.
El autor es filósofo.