La sociedad costarricense enfrenta la siguiente disyuntiva: efectuar un ajuste ficticio o un cambio social real. Este dilema no se resuelve violando los derechos de las personas, insultando, promoviendo el odio o renunciando al diálogo. Requiere concertación, pero tal requisito es imposible de concretar si lo que domina es la dialéctica amigo-enemigo que divide al país en ricos y pobres, patriotas y antipatriotas, progresistas y conservadores, opresores y oprimidos. En estos dualismos se oculta el veneno de la violencia y la destrucción. Las posiciones puristas, rupturistas y apocalípticas, que interpretan todo problema como si fuese un infierno o la antesala de un paraíso, siempre evidencian su voluntad de odiar y desunir.
Crisis sistémica. El desafío del país es inmenso y exige iguales capacidades constructivas. Costa Rica no solo padece un déficit fiscal, sino también un déficit de liderazgos y de movimientos políticos y sociales que contribuyan a un cambio estructural de la sociedad, es decir, una transformación que resuelva los problemas corrigiendo las causas.
La presencia de los déficits señalados (fiscal, de liderazgos y de movimientos) configura una crisis sistémica que incluye el deterioro de las finanzas públicas, las dificultades para elevar el crecimiento económico y la productividad, el declive intelectual de las dirigencias, la fosilización de las organizaciones partidarias, la incapacidad para ejecutar una visión compartida sobre el país que se tiene y el que se quiere tener y la presencia de un Estado que es instrumento para que unos traten de vivir a expensas de los demás. En el fondo, lo que se necesita es articular de modo armónico los bienes privados y el bien común, y abandonar la creencia de que ambos son irreconciliables.
Resolver bien este problema exige dejar a un lado los egoísmos sectoriales (gremiales, empresariales, políticos). No es fácil hacerlo, pero tampoco imposible; para ello conviene potenciar la ética del desarrollo como eje transversal de la vida personal y colectiva.
La “ética del desarrollo” no es una prédica generalista, moralista e irreal. En el sentido planteado por estudiosos como Adam Smith, Victoria Camps, Adela Cortina Orts o Amartya Sen, ella exige situar a la persona en el centro del engranaje social, de modo que las políticas públicas y privadas existan en su beneficio; y supone privilegiar el diálogo, no para disfrazarse en un circo, sino como un instrumento para ejecutar decisiones en tiempos cronometrados. Ambos aspectos se han deteriorado en Costa Rica hasta casi desaparecer, y eso implica el ascenso del insulto y del engaño como contenido de las relaciones sociales, y el predominio de la manipulación, la burla y la instrumentalización de las personas en función de grupos, intereses sectoriales, ideologías, partidos políticos y gobiernos.
Con Kant y el personalismo universal es necesario insistir: la persona vale por sí misma, su autonomía es su belleza, ella no existe ni para el mercado económico, ni para el Estado, ni para el gobierno, ni para el partido político, ni para el líder, ni para la ideología, ni para la religión. Cuando cada costarricense, cada político y dirigente social viva este principio, será la hora más lúcida de la historia nacional.
Escenarios posibles. Frente a la crisis sistémica originada en los tres déficits mencionados se vislumbran dos escenarios: un ajuste centrado en el aspecto contable de la crisis (ingresos-gastos) o un cambio orientado al equilibrio fiscal, pero también a la dinamización del aparato productivo, la inclusión social y la erradicación de la pobreza. Respecto al primer escenario, es claro que la propuesta de impuestos y las medidas de contención del gasto decididas hasta el momento no lo resuelven, y es eso lo que obliga a situar tales medidas en un programa mayor de reforma estructural cuya duración sobrepasa, por mucho, los años que le restan al actual gobierno.
En ausencia de un cambio social real, las decisiones a corto plazo son paliativos insulsos, ineficaces e inequitativos –“mucho ruido y pocas nueces”–, mientras, crecen el déficit general y el primario, se profundiza la desaceleración económica y se eleva la deuda por encima del 50 % del producto interno bruto.
Si esto es lo que ocurre, estaríamos en presencia de un ajuste que no soluciona lo que dice que soluciona, y eso equivale a un engaño de proporciones mayúsculas que profundizaría el descrédito de los actores políticos.
No entro a considerar los contenidos del cambio social real, estructural, estos deben ser definidos en un proceso de concertación social. Lo que sí conviene decir es que el Poder Ejecutivo, las fracciones parlamentarias y los movimientos sociales deben ofrecer a la sociedad su visión estratégica del desarrollo costarricense, fundamentarla en conocimientos técnicos, no en ideologías ni subjetivismos hiperbolizados y proponer medidas para concretarla, al tiempo que abandonan la costumbre de presentarse como redentores y salvadores porque no lo han sido nunca, no lo son y nunca lo serán.
En ese sentido cobra vigencia lo que se lee en el XXI Informe del Estado de la Nación: “En el Vigésimo informe se esbozó una serie de ajustes productivos, fiscales, ambientales, en la política social y en el sistema político, requeridos para garantizar la sostenibilidad del desarrollo humano. La postergación de esos ajustes incrementa la magnitud de los costos y sacrificios para el bienestar social y pone en riesgo los altos estándares que han caracterizado al país en el contexto internacional”.
Clase política, dirigencias sociales y violencia. El período gubernamental se agota con rapidez, los intereses electorales y las aspiraciones presidenciales, fuera y dentro del gobierno, introducen un simplismo atroz y envolvente; los liderazgos políticos y sociales están atrapados en lenguajes maniqueos (los buenos están de un lado, los malos del otro).
La clase política y las dirigencias sociales están necesitadas de innovación y reinvención para actuar con mayor imaginación, conocimiento, visión a largo plazo y capacidad de autocrítica. Obligados a marcar un rumbo, reconocer sus errores y tomar decisiones, se hunden en los pantanos del día a día y de las vanidades ancestrales. Esta es la naturaleza contradictoria que padecen y ahora les es exigido superar, so pena de sucumbir en la impericia y la parálisis.
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La actual coyuntura de crisis sistémica es la ocasión para impulsar transformaciones sociales sustantivas. Si esto no ocurre, la inercia terminará desgranada en múltiples formas de violencia.
A los entuertos internos se unen amenazas originadas en la situación internacional. El ascenso de la xenofobia combinada con proteccionismos comerciales, la presencia de las ideologías del odio, la corrosiva acción de totalitarismos políticos disfrazados de benevolencia y la criminalidad global, destruyen la cohesión social. Por ello, es fundamental aferrarse a los siempre vigentes principios: solo los libres pueden liberar, solo los pacíficos pueden pacificar, solo los justos pueden crear justicia.
Recuerde aquel anticipo: “De veras, hijo, ya todas las estrellas han partido. Pero nunca se pone más oscuro que cuando va a amanecer”. La actual crisis de Costa Rica es una oportunidad para enriquecer los tesoros que lleva dentro. La Arcadia de los más altos ideales aún espera el arribo de la nave que habitamos.
El autor es escritor.