MÚNICH– Estamos ingresando en un período de transformación para la ciencia médica gracias a la combinación de las técnicas de investigación tradicionales, un poder de cálculo enorme y la profusión de nuevos datos.
Google anunció recientemente haber desarrollado un sistema de inteligencia artificial (IA) capaz de superar a los radiólogos humanos en la detección del cáncer de mama.
Ese es tan solo el último ejemplo de la forma como el aprendizaje automático y los macrodatos están conduciendo a nuevos diagnósticos, tratamientos y descubrimientos médicos.
Para hacer realidad el enorme potencial de la IA, sin embargo, debemos desarrollar un enfoque pragmático y globalmente consensuado que gobierne la obtención y el uso de “datos del mundo real”.
Los datos del mundo real incluyen toda la información que pueda ayudar a guiar nuevas investigaciones médicas. Algunos están disponibles desde hace tiempo. Por ejemplo, quienes se dedican a investigar el cáncer usan, desde hace mucho, registros de salud anonimizados para elegir los potenciales pacientes con más probabilidades de responder bien a tratamientos novedosos y experimentales, pero hay otros tipos de datos disponibles solo desde hace poco, junto con la tecnología para analizarlos a escala.
Las nuevas capacidades ofrecidas por la IA y las tecnologías relacionadas generan cuestiones complicadas y, a veces, polémicas sobre la privacidad y la propiedad de los datos, pero podemos superar esos desafíos si establecemos reglas amplias para salvaguardar la información personal.
Los responsables de las políticas en todo el mundo y en el interior de las instituciones de gobernanza mundial no deben demorarse. Las empresas líderes de la ciencia médica ya están tomando la delantera con datos del mundo real en Estados Unidos, donde la amplia disponibilidad de información anonimizada sobre los pacientes está impulsando una nueva oleada de innovación.
El Instituto Nacional del Cáncer se está preparando para lanzar la Iniciativa de Datos sobre Cáncer Infantil, un ambicioso proyecto que durará diez años y reunirá información de todos los pacientes adultos jóvenes y pediátricos del país para encontrar nuevos blancos y mecanismos de tratamiento.
De manera similar, la Susan G. Komen Foundation ya ha lanzado su iniciativa Macrodatos contra el Cáncer de Mama (Big Data for Breast Cancer, BD4BC), que incluye un proyecto que usa el análisis algorítmico para desentrañar los procesos biológicos en algunos de los cánceres de mama más difíciles de tratar.
Sin embargo, debido a que estas iniciativas solo usan datos provenientes de poblaciones de pacientes en EE. UU., su utilización es limitada, especialmente en términos mundiales.
La biología humana varía mucho entre las distintas poblaciones y en el interior de ellas, en parte por diferencias genéticas, que a su vez son influidas por otros factores ambientales y tendencias a largo plazo, como el aislamiento, las migraciones, la carga histórica de enfermedades y otros similares.
La anemia drepanocítica, las enfermedades genéticas asquenazíes y la mucoviscidosis son tan solo tres ejemplos de las muchas enfermedades correlacionadas con poblaciones específicas.
Estas variaciones en el funcionamiento individual implican que lo que es eficaz en un subgrupo puede no serlo tanto en otro y que debiéramos captar datos del mundo real con la mayor amplitud posible. Sin embargo, Europa ha quedado rezagada frente a EE. UU. en la producción de datos del mundo real anonimizados a escala.
Esto es en parte consecuencia de inquietudes entendibles sobre la privacidad de los pacientes y la propiedad de los datos. Para ocuparnos de esas inquietudes, debemos tomar todas las precauciones posibles para evitar el mal uso de los datos, fijando reglas que sean verdaderamente globales en su alcance.
Las autoridades sanitarias deben estandarizar las pautas para la obtención de información del mundo real y su uso, así como establecer estándares internacionales para compartir la investigación de la genómica.
A tal efecto, las empresas farmacéuticas y otras partes interesadas de peso en el sector de la salud están trabajando con los reguladores de la Unión Europea, la Administración de Alimentos y Medicamentos estadounidense y otras autoridades sanitarias en el mundo para determinar la forma como los investigadores pueden usar los datos en forma segura, respetando los valores fundamentales de privacidad de los pacientes y responsabilidad de los proveedores.
Los grandes avances recientes en investigación médica ofrecen un tentador indicio de lo que podríamos lograr si esa combinación de políticas es la correcta. Desde la adquisición de una base de datos con información anonimizada de 2,2 millones de pacientes oncológicos, los investigadores de Roche han desarrollado un sistema de calificación de pronósticos para predecir cómo responderían a las distintas opciones de tratamiento contra el cáncer, según diversos factores. Otra iniciativa nos permite predecir reacciones adversas probables a los tratamientos de inmunoterapia entre los pacientes con enfermedades autoinmunitarias.
Se trata de un avance notable en este campo, dado que los pacientes que sufren esas reacciones son un pequeño porcentaje de quienes participan en los ensayos clínicos para los nuevos tratamientos.
Al adoptar nuevas tecnologías y aprovechar las mayores bases de datos de genómica del cáncer en el mundo, podemos acelerar el desarrollo de tratamientos personalizados y satisfacer las necesidades individuales de quienes sufren enfermedades potencialmente mortales. Pero, junto con su gran promesa, los datos del mundo real plantean cuestiones complicadas sobre la forma como compartimos la información personal. Dar la espalda a estas cuestiones no es realista ni responsable, ya que implicaría renunciar a, posiblemente, los más grandes avances en la historia de la medicina.
La comunidad mundial debe unirse para solucionar estos desafíos de política, solo entonces podremos hacer realidad todos los beneficios de la revolución tecnológica para la salud.
Dominik Ruettinger: director mundial de Desarrollo Clínico Temprano para Oncología en Roche.
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