San José será la capital de la literatura iberoamericana durante una semana. Nunca antes, los lectores costarricenses habían tenido la oportunidad de asistir a un encuentro de narradores de talla mundial, como el festival Centroamérica Cuenta, en el cual intervienen 134 escritores, intelectuales, artistas y críticos de 21 países, entre ellos algunos de los más reconocidos e influyentes del siglo XXI. Lo relevante no es solo la abrumadora presencia de autores galardonados —un premio Cervantes, dos Rómulo Gallegos, cuatro Herralde, cuatro Alfaguara, etc.—, sino también la posibilidad que nos da de escucharlos hablar de sí mismos y de otros, de repensar las cuestiones más apremiantes de la época y de descubrir una perspectiva nueva sobre la realidad, por medio de su obra.
Sergio Ramírez, fundador de Centroamérica Cuenta, ha tenido el talento de hacer crecer el festival hasta límites insospechados sin que perdiera la calidez humana y el contacto personal entre autores y auditorios, conservando lo que yo llamaría una entrañable centroamericanidad. Este encuentro, a diferencia de otros multitudinarios del primer mundo, invita a que narradores internacionalmente famosos rompan la cuarta pared con el público y vengan por amor al arte —y por amistad con Sergio— a una región necesitada de una mirada comprensiva del mundo.
La literatura centroamericana actual se nutre, en buena medida, de la violencia urbana, la desigualdad social, el narcotráfico, la inmigración y el desarraigo. Estamos de acuerdo. Pero sus escritores se esfuerzan por ofrecer una representación compleja y heterogénea de su realidad, que no reduzca fenómenos sociales de por sí complejos, a menudo trágicos, a una agenda noticiosa efímera. Esa es la razón de ser de un encuentro literario global convocado por y para el Istmo.
Actividad dentro de otra. Este año, Centroamérica Cuenta tendrá lugar en el marco de la Feria Internacional del Libro de Costa Rica (FILCR), que es la segunda más grande de la región. Si bien la de Panamá —y tenemos mucho que aprender de ella— nos duplica en número de visitantes y gestión comercial, la de Costa Rica presenta dos características que nos distinguen: el programa de actividades atiende un objetivo artístico-cultural, menos centrado en el mercado del bestseller, y se asienta sobre la industria editorial más desarrollada de la región.
Gracias al empeño del entonces viceministro Iván Rodríguez, el Ministerio de Cultura entró en el 2013 en el financiamiento, coproducción y curaduría de contenidos de la FILCR, junto con la Cámara del Libro. El salto de calidad fue a la vez cualitativo y cuantitativo. La Feria, que pasó a ser gratuita, permaneció en la Antigua Aduana y, a la escala de un país pequeño, se convirtió en una de las más interesantes de Centroamérica.
Nuestros índices de escolaridad y consumo cultural demuestran que si bien somos una sociedad alfabetizada, solo un 43,2 % de la población lee con regularidad un promedio de 5,6 volúmenes al año —muy poco en comparación con los países asiáticos—, de los cuales apenas un 18,8 % proviene de la literatura nacional.
Este panorama, en apariencia contradictorio con un alto nivel de alfabetismo, contrasta con una oferta editorial impresionante, que a veces ni siquiera llega a las librerías comerciales. Como le he oído decir varias veces al editor Óscar Castillo, en una frase feliz, Costa Rica no solo es un país conocido por su biodiversidad, sino también por su “bibliodiversidad”. De hecho, el sello que dirige, Uruk, es el único en el área que se empecina en incluir en su catálogo autores de todos los países centroamericanos.
La oferta local de libros va de la calidad de los libros para niños —basta con ver la espectacular colección Figueroa de la Editorial Costa Rica o La Jirafa y Yo— a la producción académica de las universidades públicas, la más amplia de Centroamérica y el Caribe. Pero quizá el rasgo distintivo sean las editoriales independientes, que yo llamo gourmet, determinantes para los nuevos escritores costarricenses y que incluyen en su catálogo a autores iberoamericanos que, a pesar de su creciente notoriedad, aman la edición “hecha a mano”.
Estas iniciativas, como Germinal, Lanzallamas y Encino, participan en una tendencia mundial por recuperar el lector de objetos artesanales, en los cuales el papel, la tipografía, el diseño y el contenido forman una unidad intrínseca y que podrían decir con Sor Juana: “Óyeme con los ojos”.
Oportunidad única. El acontecimiento que significa la realización de Centroamérica Cuenta en Costa Rica es una enorme oportunidad para lectores, escritores, editores y públicos nacionales, que a menudo oscilamos entre la negligencia y la autocomplacencia —que en el fondo son lo mismo— hacia nuestra producción cultural.
Centroamérica Cuenta es un maravilloso espacio de confrontación y diálogo entre escritores, como nunca se ha visto en Costa Rica desde la década de 1970, cuando el país acogió a exiliados de las dictaduras de Centro y Suramérica. También entre nuevas generaciones y diversas formas de entender lo que leemos en el siglo XXI como literatura en español.
Por si fuera poco, llega en un momento clave en que la sociedad costarricense se pregunta. Se hace preguntas sobre todo: política, formas de convivencia, identidad, religión, sexo, que hasta hace nada se consideraban resueltas. Y para fortuna de la literatura, las respuestas no son sencillas.
No estamos solos. La temática que desarrollará Centroamérica Cuenta habla de lo mismo. De preguntas similares en un mundo de inmensas desigualdades e idénticas incertidumbres. De la incesante búsqueda de respuestas. De cómo la literatura, la cultura y el arte contribuyen a formular las preguntas que todos nos hacemos.
El autor es escritor.