Hasta la fecha, casi la mitad de la población mundial, cerca de 4.000 millones de personas, se encuentra bajo confinamiento obligatorio ordenado por sus gobiernos, como parte de los esfuerzos para detener la propagación del coronavirus.
¿Cuánto tiempo deben durar los confinamientos? La respuesta obvia, parafraseando al primer ministro del Reino Unido, Boris Johnson, hasta que hayamos “vencido” a la Covid-19. Pero ¿cuándo ocurrirá eso exactamente? ¿Nos recluiremos hasta que ni una sola persona en la Tierra lo tenga? Puede que eso nunca suceda. ¿Hasta que tengamos una vacuna o un tratamiento eficaz? Hasta dicho momento, fácilmente podría pasar un año, quizás mucho más. ¿Queremos mantener a las personas confinadas, a nuestras sociedades cerradas (restaurantes, parques, escuelas y oficinas) durante tanto tiempo?
Nos duele decirlo, pero el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, tiene razón: “No podemos permitir que la cura sea peor que la enfermedad”. Los confinamientos tienen beneficios para la salud: menos personas morirán por coronavirus, así como de otras enfermedades transmisibles. Pero dichos confinamientos tienen costos sociales y económicos reales: aislamiento social, desempleo y quiebras generalizadas para solo nombrar tres. Estos males aún no se manifiestan plenamente, pero pronto lo harán.
Algunas personas insisten en que, en la práctica, no se sacrifica nada: los confinamientos son buenos tanto para salvar vidas como para salvar la economía. Esta forma de pensar aparenta ser ilusoria. Presumiblemente, estas personas suponen que los confinamientos terminarán pronto. Pero, si terminamos los confinamientos antes de vencer el virus, algunas personas morirán de la enfermedad que de otro modo habrían superado. No es tan simple escaparse de tomar decisiones que signifiquen hacer sacrificios, es decir, elegir opciones de término medio entre salvar vidas y salvar medios de vida.
Con seguridad, podría decirse que la fecha adecuada para poner fin a los confinamientos será un día específico entre hoy y algún día en los próximos diez años. Pero esto no es nada útil. Si queremos una respuesta más útil que la anterior, debemos pensar cuidadosamente sobre cómo hacer sacrificios para llegar a términos medios.
¿Cómo deberíamos hacer eso? En primer lugar, no debemos pasar por alto los costos potenciales de contener el coronavirus. Investigaciones en psicología moral han dado a conocer el “efecto de la víctima identificada”. Las personas prefieren ofrecer ayuda a una víctima específica y que les sea conocida, en lugar de proporcionar el mismo beneficio a cada individuo que pertenece a un más amplio y vagamente definido conjunto de personas. Creemos que el efecto de la víctima identificada es un error moral. Debemos esforzarnos por hacer el mayor bien posible, incluso cuando no sabemos quién exactamente se beneficia.
Algo equivalente, llamémoslo “efecto de la causa identificada”, puede que esté limitando nuestro pensamiento colectivo sobre la covid-19: nos estamos centrando en una fuente sufrimiento que es conocida y específica, incluso si no sabemos quién sufre, y descuidamos otros problemas. ¿Podrían las imágenes de personas que mueren en camillas dentro de tiendas de campaña en los estacionamientos de hospitales estar cegándonos con respecto a ver el mayor daño que podemos estar causando a lo largo y ancho de toda la sociedad a través de nuestros esfuerzos por evitar esas muertes horribles?
En segundo lugar, tomar decisiones sobre opciones que involucran términos medios requiere convertir diferentes resultados en una sola unidad de valor. Un problema con las conversaciones actuales relativas a si debemos estrangular la economía para salvar vidas es que no podemos comparar directamente “vidas salvadas” con “PIB perdido”. Necesitamos expresarlos en alguna unidad de valor que sea común.
Una forma de avanzar en el anterior cometido es considerar que un confinamiento, si dura lo suficiente, generará una economía más pequeña que puede permitirse tener menos médicos, enfermeros y medicamentos. En el Reino Unido, el Servicio Nacional de Salud calcula que con alrededor de 25.000 libras ($30.000s) este servicio puede pagar por “un año más de vida ajustado por calidad”. En efecto, esa suma puede comprarle a un paciente un año extra de vida saludable.
Si luego estimamos cuánto cuestan los confinamientos a la economía, podemos estimar los años de vida saludable que es probable que ganemos hoy al contener el virus y compararlos con los años que probablemente perdamos más tarde por tener una economía más pequeña.
Aún no hemos visto ningún intento de hacer esto que sea lo suficientemente riguroso. El economista Paul Frijters ofrece un análisis grosso modo que conduce a un resultado sorprendente: habría sido mejor (en términos de años de vida saludable perdida) no haber iniciado los confinamientos.
Para llegar a esa conclusión, un factor fundamental es que la mayoría de los que mueren por covid-19 son personas de la tercera edad o quienes tienen condiciones de salud subyacentes. Frijters hace algunas suposiciones cuestionables. Él atribuye toda la recesión económica a las acciones gubernamentales, a pesar de que la pandemia habría causado una perturbación económica significativa de todos modos; y su estimación de la tasa de mortalidad no tiene en cuenta las muertes adicionales que probablemente ocurrirán cuando las sobrecargadas unidades de cuidados intensivos no puedan admitir nuevos pacientes.
De todas maneras, pensar únicamente en términos de años de vida ajustados por calidad es demasiado limitado. La salud no es todo lo que importa. Lo que realmente debemos hacer es comparar el impacto que las diferentes políticas tienen en nuestro bienestar general.
Para hacer eso, es mejor medir el bienestar mediante el uso de informes que revelen cuán felices y satisfechas están las personas con sus vidas, un abordaje liderado por académicos que se plasma en el índice global de felicidad. Hacer esto significa que podemos sopesar consideraciones, en una forma basada en principios, que de otro modo serían difíciles de comparar cuando se tiene que decidir cómo responder para combatir la pandemia o frente a cualquier otro riesgo sistémico.
Debemos centrarnos en una preocupación principal: se han perdido diez millones de puestos de trabajo en Estados Unidos en el transcurso de tan solo dos semanas, casi en su totalidad dichas pérdidas sobrevienen como consecuencia de la pandemia. En la India, el confinamiento ha devastado a los trabajadores migrantes, muchos de los cuales no tienen otros medios para sostenerse. Todos estamos de acuerdo en que el desempleo es malo, pero no es obvio cómo debemos hacer trueques: desempleo en contrapartida con años de vida saludable.
Pensar directamente en términos de bienestar nos permite hacer la comparación arriba mencionada. El desempleo tiene efectos nefastos sobre el bienestar, ya que reduce la satisfacción de vida de las personas en un 20 %. Al tener esta información, podemos comparar los costos humanos de un confinamiento con el bienestar obtenido al extender la duración de las vidas. Un análisis más amplio incluiría otros efectos, como, por ejemplo, el aislamiento social y la ansiedad, y nos diría cuándo debería levantarse un confinamiento.
La covid-19 estará con nosotros por algún tiempo. ¿Es la política correcta imponer meses de confinamiento obligatorio por orden gubernamental? No lo sabemos, y en nuestra calidad de filósofos morales no podemos responder a esta pregunta por nuestra cuenta. Los investigadores empíricos deben asumir el desafío de calcular los efectos, no en términos de riqueza o salud, sino en términos de la suprema unidad de valor: el bienestar.
Peter Singer: profesor de Bioética en la Universidad de Princeton. Entre sus libros publicados se encuentran “Animal Liberation”, “Practical Ethics”, “One World Now” y “The Life You Can Save”.
Michael Plant: investigador postdoctoral en el Wellbeing Research Centre, Oxford, y director del Happier Lives Institute.
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