Desde hace algún tiempo se viene hablando, especialmente en los principales círculos de futuristas alrededor del mundo, sobre el concepto de «derecho al futuro» y también existe mucha literatura sobre los derechos humanos de las nuevas generaciones.
En este artículo, y con motivo de la conmemoración por octavo año consecutivo del Día Global del Futuro, que fue el 1.° de marzo, planteo una reflexión muy específica sobre las condiciones y el contexto en el cual las nuevas generaciones están ejerciendo y ejercerán su derecho al futuro.
El derecho al futuro se expresa en la oportunidad —sin distingo de procedencia geográfica, credo, color, raza, sexo, edad, clase social, opción sexual o de cualquier otra índole— de construir un futuro propio para cada uno ejercer sus derechos humanos, para lo cual las familias y la sociedad, pero particularmente el Estado, deben facilitar las condiciones para el pleno disfrute de estos.
Los derechos humanos cumplen dos características fundamentales. La primera es que son inherentes al ser humano, es decir, que las personas, desde el momento en que hay vida, están dotadas de ellos. La segunda es que corresponde al Estado crear las condiciones políticas, económicas, sociales, ambientales, tecnológicas e institucionales para que cada persona ejerza sin restricción sus derechos.
La primera condición necesaria para el disfrute del derecho al futuro es tener una claridad razonable de que podemos aspirar a un mañana, y preferiblemente mucho mejor que el presente.
Pesimismo. Recientemente, la BBC publicó un artículo sobre los resultados de una consulta hecha en Latinoamérica a personas con edades entre 15 y 30 años. Se les consultó si esperaban que el futuro fuera mejor. El 70 % respondió que no. En otras palabras, 70 de cada 100 personas consideran que lo que viene no les genera optimismo.
Las razones son muchas. Se habla de, por ejemplo, no sé si tendré un empleo, educación de calidad y agua para mis necesidades, o no sé si me tocará vivir un holocausto ambiental o nuclear o nuevas pandemias, o el auge de populismos y fascismos, entre otras cosas.
Jared Diamond, en su libro El tercer chimpancé: origen y futuro del animal humano, señala que a nuestra generación le tocó no tener una respuesta clara y esperanzadora acerca del futuro cuando nuestros hijos nos preguntaran cuál es el tipo de planeta en el que les tocará vivir.
Ante estas «señales del futuro», desde luego que los escenarios que se crean son distópicos, y el resultado de la encuesta no está necesariamente sesgado por la pandemia porque ya el informe del Latinobarómetro ha venido llamando la atención y advierte sobre una desilusión de las nuevas generaciones con el porvenir, con su futuro.
Pero ¿cómo hemos llegado a esta situación? De acuerdo con el intelectual portugués Boaventura de Sousa Santos, en su más reciente libro, El futuro comienza ahora: de la pandemia a la utopía, vivimos en un clima de época llamado presentismo, y que consiste en una negación radical y simultánea del historicismo y del futurismo.
Planes a corto plazo. La falta de ilusión por el futuro es una de las razones por la cuales muchas personas prefieren bloquearse para no pensar en proyectos a largo plazo, en forjar una propia utopía de vida que las inspire y motive en momentos de vacilación.
Anatole France dijo de manera sabia que «la utopía es el principio de todo progreso y el ensayo de un futuro mejor». Podría agregarse, además, que es parte del ejercicio del derecho al futuro.
Si se trae el análisis a Costa Rica, los resultados no son diferentes. Nuestro país renunció a la planificación del desarrollo a largo plago que nos diera a todos los costarricenses un punto de esperanza en un futuro mejor. El presentismo y el cortoplacismo lastiman seriamente las condiciones para alentar a las nuevas generaciones a construir su futuro.
Algunos datos aportados por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) reflejan la condición de estas nuevas generaciones costarricenses.
Alrededor de un 18 % de las personas entre 15 y 19 años son parte de una clasificación denominada ninis (ni estudian ni trabajan). Según esta misma fuente, si se amplía el rango de edad, de los 15 a los 29 años, alrededor de un 20,2 % son ninis, pero si además se ve el dato por mujeres y hombres, ellos alcanzan un 15,3 % y ellas, el 25,8 %.
Debe sumarse a la condición de estas personas jóvenes que en muchos contextos la acepción ninis tiene una connotación peyorativa, de vago o adicto; no obstante, una investigación del Banco Mundial muestra que estas nuevas generaciones devinieron en ninis por no encontrar oportunidades y ser incomprendidas.
En cuanto a los ninis, y en parangón con los demás países de la OCDE, nuestra inaceptable brecha de género solo es superada por Turquía, México, Colombia y la República Checa, y estamos como Polonia.
Devolver la esperanza. Esta es solo una muestra de la condición en la que aspiramos que las nuevas generaciones ejerzan su derecho al futuro, pero claramente podría señalar más ejemplos, como el temor a una situación climática extrema en un futuro no muy lejano.
Pero ¿cómo devolver la esperanza a las nuevas generaciones para que, con optimismo e ilusión, piensen y construyan su futuro en vez de tener miedo o bloquearse al pensar en él?
La vía es la planificación del desarrollo del país. Una planificación a largo plazo basada en un análisis prospectivo, la construcción de una imagen del mañana que sea el faro, el punto de llegada que devuelva la confianza en que, pese a las adversidades presentes, tenemos un país por construir, pero ese no será cualquier país, sino uno donde queremos vivir el resto de nuestra vida.
Bertrand de Jouvenel decía que la prospectiva es la «ciencia de la esperanza», y ante estos escenarios de gran incertidumbre que vivimos, como dice Diamond, es una obligación y no una opción del Estado facilitar la construcción participativa de una visión del país a largo plazo y formular las políticas públicas que nos lleven hasta ahí.
La señal sería crucial para devolver a las nuevas generaciones la confianza para aspirar a un futuro donde encuentren su realización como seres humanos, es decir, darles la oportunidad de ejercer su derecho al futuro.
El autor es docente en la UNA y la UCR.