¿En dónde estamos? Pasado el zafarrancho, estamos en un tiempo para entendimientos, ya no se puede seguir arrinconando al adversario, pues todo está en riesgo.
Si por mucho tiempo, y hasta hace relativamente poco, ninguna fuerza estuvo en capacidad de imponer su programa completo, ahora a ninguna fuerza por sí sola le es posible evitar un colapso de magnitud catastrófica. Esto es especialmente cierto entre quienes tienen la obligación de tomar las decisiones.
Alguno propone, luego de un primer intento exagerado en el contenido —aunque proposiciones valiosas y novedosas—, pero originó un rechazo, un levantamiento, algún cambio de escenario y aire y quizá —espero— tanteos políticos discretos.
Pero el otro dispondrá, espero que sin estridencias, descalificaciones generales y ocurrencias, sino con la prontitud, la destreza, el respeto por el sustento técnico y el abandono del cálculo político inmediatista que las circunstancias demandan.
Ojo, todas las fuerzas políticas saldrán castigadas si no resuelven, o si lo hacen de manera insuficiente, pues el tiempo alcanza para que la jarana salga a la cara antes de las elecciones y los daños tomen muchos años en repararse.
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Hay que calibrar las expectativas. Por ejemplo, alegremente, se utiliza el término reactivar, que según el Diccionario de la lengua española significa volver a hacer que funcione un mecanismo. Como en «reactivaron el contador de la luz»; dar más intensidad o rapidez a una cosa.
No es que el oso invernó y ahora despierta con fuerza, celeridad y hambriento, en la mejor disposición de cazar. Sabemos que mucha capacidad productiva fue destruida, como indican la reducción del PIB y el altísimo desempleo, subempleo y la eliminación de puestos de trabajo.
Por eso, también la capacidad adquisitiva y de consumo se redujo de manera profunda. ¿No les parece más adecuado usar el concepto recuperar la economía, ojalá de manera mejorada y dejar el estribillo?
También tenemos que calibrar nuestras apreciaciones. Las posiciones del Fondo Monetario Internacional (FMI) han variado en cuanto a pasar de exigir un programa poco gradual y de ajuste recesivo a aceptar valorar las posiciones de los países que seleccionan un conjunto de políticas que conduzcan a equilibrios fiscal y monetario a mediano plazo.
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Por cierto, el FMI fue el último organismo financiero multilateral en abandonar la ortodoxia y las posiciones conocidas como Consenso de Washington, a raíz de que fue dura y reiteradamente criticado —recuerdo los añejos artículos de Joseph Stiglitz cuando ocupó el puesto de vicepresidente del Banco Mundial— y algunos retiraron cuantiosos depósitos e inversiones durante la crisis financiera de finales de la década pasada.
Recomiendo ver una entrevista con la directora ejecutiva del FMI en TED2020, en donde explica cómo actuarán en estos tiempos de covid-19 y prestar atención al acompañamiento del FMI en la renegociación de la deuda argentina.
Efectivamente, es una posición muy distinta a la receta del cero déficit y los ajustes estructurales de shock.
Calificaciones. Algunas calificadoras —de las internacionales privadas— son bastante más conservadoras que la nueva posición del FMI y usan, en buena parte, los viejos parámetros rígidos; otras han flexibilizado sus criterios. El FMI es menos severo en algunas posiciones que fuerzas políticas locales aún esgrimen.
Por otra parte, es indispensable actualizar la valoración internacional acerca de la situación fiscal.
El país ha tenido varias bajas en las calificaciones de riesgo. Lamentablemente, la primera negociación para disponer de los recursos depositados por el país en el FMI, propuesta por el Ejecutivo y autorizada por la Asamblea Legislativa en el primer semestre del 2020, no mejoró las notas, solo detuvo el deterioro.
Ese acuerdo no convenció a las calificadoras sobre la solvencia del país en el futuro. Es razonable pensar que negociar de nuevo con el FMI, con las precisiones y contenidos que puedan convenir el Ejecutivo y un conjunto suficiente de partidos representados en el Legislativo, proveerían un camino creíble hacia la sostenibilidad financiera a mediano plazo.
Es necesario precisar el problema que enfrentamos. Un paso podría ser fijar una pregunta como esta: para evitar que el Estado caiga en una cesación de pagos y mediante una mezcla de acciones de ingresos, gastos y gestión del endeudamiento público, ¿cómo conseguir una mejora permanente de cuando menos 2,5 puntos porcentuales del PIB en el déficit primario del Gobierno Central y, una vez superada las presiones de la pandemia, a mediano plazo, reducir el monto de la deuda pública de ocho a diez puntos porcentuales del PIB?
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Otro día insistiré en la necesidad de contar con un mecanismo institucionalizado de diálogo debidamente constituido y con experiencia, que contribuya a resolver cuestiones del Ejecutivo y el Legislativo.
Un consejo económico y social a la usanza europea ayudaría a superar situaciones críticas con fundamento, si las consultas son precisas y pertinentes.
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El autor es economista.