Me permito aportar algunas consideraciones sobre el liberalismo, consecuencia de la lectura del artículo publicado el 10 de julio cuyo autor, el economista Eli Feinzaig, tituló “La larga noche neoliberal”.
Comienzo con la frase de Indalecio Prieto, político socialdemócrata español: “Soy socialista a fuer de liberal”.
El liberalismo creó la democracia moderna en Europa, pero con algunas restricciones: participaban únicamente los hombres poseedores de propiedad y algo de cultura.
Las mujeres y los pobres estaban fuera de la estructura institucional de la democracia. Esta situación se mantuvo durante más de dos siglos, y así fue adoptada en América.
Como esa democracia tenía alma, no solo forma, se conservó, creció y transformó. El primer paso adelante lo dio la revolución estadounidense; el segundo, la francesa.
En el transcurso de esos dos siglos nació y creció un pensamiento filosófico-político alrededor de la idea de la libertad y los derechos de los pueblos. De pronto, comenzó a entenderse que la libertad era para todos, y no precisamente para una pequeña minoría.
El primero en dejar impreso en una constitución política el fin que da fundamento a la república en ciernes fue Jefferson: “La democracia tiene por fin lograr la felicidad de todo el pueblo”. La libertad era su filosofía y su única verdad, sin atreverse a suprimir la esclavitud.
Preeminencia del pueblo. Pero seguía siendo democracia de hombres para los hombres. Democracia de minorías. Como esa democracia tenía espíritu, no podía perecer, creció e inventó el sufragio universal, y este puso de relieve la soberanía del pueblo.
La idea del sufragio universal nació dentro de la democracia liberal. Fue el liberalismo (creador de una nueva democracia) el que dio lugar a una reforma sustancial: la soberanía está en el pueblo y solo el pueblo tiene el poder de gobernar, no porque los liberales lo querían, sino porque no les era posible evitarlo.
Vuelta a la tortilla y también al nacimiento del socialismo como idea política realizable, al final quedó claro que la democracia o es social o no es democracia. Evolucionan las ideas y cambian los principios, los objetivos y la titularidad del gobierno.
Después se recogió una inquietud heredada de los griegos: “El pueblo es soberano, pero como pueblo, en su totalidad, no puede gobernar”.
Nació (evolucionando siempre dentro del liberalismo) el gobierno representativo, al rechazar la democracia directa.
El pueblo elige a quienes los representan para que gobiernen según la voluntad de ese pueblo, es decir, la democracia es el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo.
Cuando Abraham Lincoln encontró la exacta definición de la democracia, parte crucial de la producción de la riqueza en los Estados Unidos dependía del trabajo de los esclavos.
Diversidad de pensamientos. Como dijo José Figueres en un momento de lucidez socialdemócrata, “en una democracia, la riqueza es producida por todos y, en consecuencia, debe ser distribuida equitativamente entre todos”.
La expresión sigue siendo rechazada por grandes sectores de la democracia. Solo recordemos, aunque sea por un minuto, la expresión filosófica de Bernard Shaw: “Las grandes verdades han comenzado por ser grandes blasfemias”.
¿Continuamos rechazando todo pensamiento contrario, pensando cada cual ser dueño de la verdad?
En grandes sectores de nuestra sociedad, sí, en ocasiones con virulento dogmatismo, algunos izquierdistas extremos todavía sostienen que la única razón de su lucha es combatir a los Estados Unidos, y están dispuestos a morir gritando: ¡Muera el imperialismo yanqui! Otros, conservadores a ultranza, piensan y sienten que todo el que tiene y expresa un pensamiento progresista es discípulo ignorante y bobo de Carlos Marx.
Tal vez es que no se han enterado de que la Guerra Fría terminó y ahora vivimos en una etapa de mayor tolerancia.
Me gusta leer el pensamiento contrario al mío porque siempre algo aprendo y, además, porque creo que puedo estar equivocado, y por eso estoy aquí ahora.
Si Eli Feinzaig me responde a estos ligerísimos comentarios, estoy seguro de que algo aprenderé. Y no me va a convertir al liberalismo porque ya lo soy: liberal socialista, como John Stuart Mill, como Norberto Bobbio.
Liberales en Costa Rica. Una última consideración, y no precisamente al margen: en Costa Rica, desde nuestra independencia y hasta 1942, tuvimos en todos los gobiernos el predominio del pensamiento liberal.
Nuestra democracia, en su esencia, es liberal, corriente interrumpida solamente en la década de los cuarenta del siglo pasado. Calderón Guardia, primero, con su reforma social, y José Figueres, después, con su planteamiento socialdemócrata.
La reforma de Calderón continúa vigente; la de Figueres duró de 1948 a 1975, luego la descalabraron. El estado de bienestar estuvo vigente escasos 30 años, y se derrumbó. Hay que decirlo bien claro: fundamentalmente por culpa del Partido Liberación Nacional.
Los liberales, luego ayudaron, pero ellos estaban en lo suyo y nosotros, los liberacionistas, no estuvimos en lo nuestro.
Tendremos democracia liberal, por lo menos, durante un siglo más. Si esta es la situación, continuemos trabajando para más avance dentro de un sistema que ni a balazos vamos a derribar, y ni queremos ni debemos hacerlo, porque todo lo que es liberalismo político, los socialdemócratas lo admitimos.
Lo que rechazamos con fuerza es el capitalismo llamado salvaje por el papa Juan Pablo II, capitalismo que todo liberal de verdad también debe rechazar.
Con cierta razonada tolerancia, admitamos que el largo día liberal continuará. Aprendamos a combatir con el nuevo procedimiento que las circunstancias nos facilitan.
Si hay voluntad para ello, la socialdemocracia sobrevivirá, a trancas y barrancas, dentro de un liberalismo cada vez más desteñido. No obstante, el liberalismo será la fuente del futuro socialismo, consecuencia de la evolución natural democrática.
De sus entrañas saldrá la democracia verdadera, justa y solidaria, por la que tanto han luchado los grandes pensadores de la humanidad.
La idea socialista no creará la democracia como realidad; es la evolución de esta realidad la que dará lugar al socialismo democrático.
El autor es abogado.