Alguna casa farmacéutica invente el Listerine para el alma. Hay miradas y respuestas de lectores tan biliosas y orientadas ad hominem que se les siente el mal aliento.
La ciencia médica ponga en acción la diálisis de la memoria: filtrar, filtrar, filtrar, de manera que las toxinas del rencor, de las injusticias que hemos padecido y de la amargura sean eliminadas de nuestro sistema. De lo contrario, moriremos envenenados de uremia espiritual.
La medicina descubra la glándula de la envidia, oculta en algún repliegue no explorado de la anatomía humana. Luego se procederá a la extirpación masiva del nefasto apéndice, generador del inocultable olor y el cetrino color de los envidiosos. En Costa Rica, esta campaña de sanidad incluiría a cinco millones de personas.
Las ondas electromagnéticas o hercios, cansadas de transportar toda la telebasura que nos infligen nuestras emisoras, se declaren en huelga. Humilladas de tener que hacer las veces de vehículo de semejante bazofia, las ondas en cuestión promulgarán un paro de brazos caídos y se negarán a seguir teleportando material tan excrementicio, programas como… vamos, ustedes saben a cuáles me refiero.
Cartago quede campeón en algún siglo venidero y demuestre que el hombre puede trascenderse y superarse a sí mismo. La suma de inseguridades, fantasmas, autoboicots, complejos de inferioridad, supersticiones y demonios que lo paralizan.
El último político sea ahorcado con las tripas del último cura (Voltaire).
Se multe el uso de las palabras y expresiones como referenciar, afectación, recambio, herida incompatible con la vida, extremidad inferior derecha, a lo interno de, mis declaraciones van en el sentido de que, todos y cada uno, estrechar lazos de amistad, mi granito de arena, transparencia, casa de cristal, ideología, espiritualidad, amor tóxico, populismo y ese muchacho es muy humilde, sin duda va a llegar lejos.
Alguien invente una unidad de mesura del poder (los podervoltios, los poderhercios, los poderpascales, los poderángstroms) a fin de determinar a partir de qué punto el aguardiente del poder embriaga a los hombres y los lanza en la prepotencia, la altanería, la soberbia, el despotismo y la tiranía.
El hombre, al ver a una fémina, se sienta primero en presencia de un ser humano, luego en presencia de una mujer.
Algún señero médico invente la cura contra la hemofilia del alma, y esta no sangre hasta morir en cada contusión: decepciones, dolores, traiciones, insultos, agresiones; que el espíritu genere un sistema plaquetario que permita la pronta coagulación de estas lesiones.
Las ciudades queden en manos de arquitectos y paisajistas urbanos, no de ingenieros. El desaliño estético de San José procede del hecho de que fueron ingenieros, no arquitectos, quienes predominantemente la diseñaron.
La memoria vuelva a ser justipreciada en nuestro sistema educativo como la formidable arma cognitiva y argumentativa que siempre fue. Después de siglos de cultivar una enseñanza puramente memorística (lo que, por supuesto, no estaba bien), nos hemos ido ahora al otro extremo, y minusvaloramos la memoria, como si esta fuese algo que debemos abolir. Pero el asunto no es tan fácil; es preciso saber de memoria un puñado de poemas inmortales, el hecho de que en todo triángulo rectángulo el cuadrado de la hipotenusa es igual a la suma de los cuadrados de los catetos o que la Revolución francesa tuvo lugar en 1789.
Nos olvidemos de la ideita muy de moda según la cual solo la educación “lúdica” es válida. La disneylandización del aprendizaje. Hay que aprender divirtiéndose, having fun. Un parque de diversiones, más que un aula. Resulta que, en las antípodas de esta enseñanza disneylandesca y hedonista, los niños tienen que entender que antes del placer, de la gratificación (poder tocar una sonatina de Clementi), hay que hacer un esfuerzo un tanto árido (practicar escalas y arpegios), que la gratificación no será inmediata y que por principio el gozo siempre sucede al esfuerzo.
Que a nadie, jamás, en sitio alguno del mundo, se le ocurra un método para vaciar el contenido privado de las computadoras individuales porque saldría tal avalancha de aguas negras, de excremento, de podredumbre, de pestilencia que desataríamos una pandemia mil veces más deletérea que la covid-19.
Las drogas sean legalizadas… eso sí, acompañadas de una masiva, pedagógica, ilustrativa, elocuentísima campaña que informe al mundo (en particular a los niños y jóvenes) de lo que su consumo genera en el cuerpo y la psique humanos.
Dios no persista en mandar a un príncipe (el espíritu: intelecto, cultura, sentido del humor, sensibilidad humana y artística, aristocracia del pensamiento) a vivir en un tugurio (un cuerpo defectuoso, derrengado, anfractuoso, enfermizo, ruinoso, deficiente y marcado ya para esa tala inexorable que es la muerte). Lo menos que un príncipe merece es un palacio.
Un premio nobel de medicina invente un fármaco desinflamatorio para los egos hipertrofiados, obesos, descomunales, pantagruélicos. Que cuando esté a punto de reventar, el ego pueda volver a la normalidad gracias a la deflación de su monstruoso volumen.
Se integre al programa de estudios primarios y secundarios la asignación olvido. Es indispensable para la vida saber olvidar. No puedo imaginar tormento mayor que el que tendría que vivir un hombre a quien se le hubiera olvidado olvidar. Ahí, radica, además, la esencia del perdón. Mil veces prefiero ser el célebre detective amnésico William Monk que Funes el memorioso, de Borges.
Que fusilen a todos los cretinos que se encaraman en un estrado a leer un discurso (¡y además, largo y mal leído!). Un orador debe mantener contacto visual permanente con su audiencia. Si va a leer, pues que mejor reparta fotocopias de su texto, y nos ahorre la lectura del legajo en cuestión. En la Grecia de Platón y Aristóteles, estaba prohibida la lectura de documentos. Para eso existían la retórica, la oratoria y la mnemosis.
Que los grados académicos y el currículum de nuestros padres de la patria sean evaluados antes de cualquier nombramiento. En prueba reciente, se les preguntó por sorpresa a los diputados en qué siglo había gobernado Francisco Orlich, y el 70 % de la Asamblea lo ubicó en el siglo XIX.
El ser humano entienda que en toda conversación lo más divertido es aprender y cotejar puntos de vista, no tener razón. Quien se arroga la razón esteriliza la dinámica conversacional, clausura todo diálogo, arruina la actividad. Es más importante y enriquecedor divertirse que tener razón.
El idioma español recobre su dignidad y pureza, y la gente deje de “hablar” de esta suerte "imeileame el mesaye o bien me lo pedeformateás, yo lo escaneo y lo printeo, después se lo foruardeo a mi lista de contacts para que ellos lo tuiteen y lo juatsapeen, yo también lo puedo instagramear, luego lo pauerpointeo, por fin lo dilit, y con eso resolvemos el problema”. Hemos perdido el español. Ahora cultivamos esta abominable jerigonza sin ningún empacho. Algún día lo deploraremos.
La letal bacteria conocida como intolerantia morbus contagiosus sea erradicada del mundo en todos los ámbitos del vivir: sexualidad, política, religión, deportes, merced a una vacuna de espectacular eficacia.
La sociedad postule un nuevo humanismo, hijo de la revolución científica y tecnológica, que integre el riquísimo acervo cultural del pasado, lo atesore y estudie, pero que también se instale en la proa del barco, y nos prepare para lo que está por venir. Jamás lograremos tal meta subestimando la privilegiada perspectiva de quienes van en la popa y tienen ante sí la dilatada perspectiva de la historia, esa latitud siempre revisable, revisitable, reeditable, elástica y maleable que llamamos pasado.
El autor es pianista y escritor.