¿Que haría un periódico sin la cultura que nos formó en la lectura? ¿Que haría un diputado sin la cultura que lo formó en el diálogo, en la negociación y la cívica? ¿Qué haría un ministerio de educación sin la cultura que forma a las familias para que sus hijos tengan derechos a la educación y la comprendan? ¿Qué haría una sociedad sin el reflejo que aporta la representación de su cultura en el arte, en la literatura, en la música, en la comida y la arquitectura, por citar algunas prácticas artísticas? ¿Qué haria un pueblo sin la cultura que lo informa y lo mantiene sano, competente, deportista, sin dientes que se le caigan gracias a la seguridad social y a la cultura lograda por la salud pública?
Ninguna respuesta a estas preguntas viene caída del cielo. Todas las respuestas son el resultado de la cultura: las canciones populares, los chicharrones con Cacique, la hamburguesa vegana, la lectura de teorías genéticas, la Sinfónica y los memes y videos son el resultado de esta, nuestra cultura.
Cultura que, por supuesto, no reside en un solo ministerio, y menos en la habilidad o falta de ella de quien lo lleve y precipite una reestructuración del sector.
La cultura la hacemos todos, pero siempre es reflejo del desarrollo humano. Otro ejemplo: la cultura de la información ha sido clave para querer leer los periódicos y las secciones que señalan las noticias falsas.
La educación siempre va de la mano de la cultura, y si se recorta el presupuesto de un ministerio el otro se verá perjudicado. Porque es la cultura de la educación la que nos hace ir a la escuela y no el tener una escuela a donde ir lo que nos mueve a estudiar.
Igualdad. Agregaré a lo anterior una reflexión en relación con las políticas públicas del sector cultural: la cultura aporta igualdad en el modo como tenemos las personas de experimentar la sensibilidad, y esta es la base de la democracia.
La experiencia de sentir de forma similar, la experiencia de reconocer de entre muchos los mismos símbolos, como quien ve una pipa fresca en un mercado extranjero y otro que ni la miró porque no tiene la experiencia de ser saciado con un fresco de pipa.
La experiencia de reaccionar a los estímulos de forma semejante, sea un atardecer, el canto de unos yigüirros o la manera de saludar, es también cultura cotidiana y es, sin duda, el resultado de la igualdad en la educación porque nos han enseñado a observar, sentir y representar de manera similar nuestro medio.
La cultura, además, es un sistema dentro de otros sistemas, que está en todos los ministerios, no solo en uno, y acoge tanto a los artistas que crean y hacen que nos sensibilicemos como a todos los que somos sensibles a las tradiciones, a los usos y las formas de ser en las diferentes prácticas sociales de una comunidad determinada.
No importa qué nueva definición surja. En lo esencial, la cultura sigue siendo lo que nos mueve y conmueve en común. Es lo que nos conforma como pueblo, como grupo que cultiva sus sentimientos mucho más allá del arte, en la política, la agricultura, las fiestas, la manera de conducir un vehículo o el modo de sentir el duelo, por mencionar algunos ejemplos, y, por supuesto, según sean los recursos, la educación, los talentos y las prácticas de quienes los realicen, impulsen y representen.
Prácticas humanas. Pero los sentimientos se educan en la experiencia no solo de las artes, como ya he mencionado, sino también con las prácticas humanas.
Se hace cultura cuando se cría ganado, cuando se vive de la pesca, cuando se hace un jardín, cuando se planifica y construye un parque público, cuando se cocina, cuando se transporta a la gente, cuando se conversa, cuando se seduce y cuando se celebra un baby shower, entre otros muchos ejemplos.
Por eso, si hablamos de un Estado interesado en desarrollar las competencias de sus ciudadanos, deberíamos hablar de un Estado cultural en vez de recortar el presupuesto del MCJ.
Un Estado cultural que elimine la desigualdad cultural en la cual unos sienten y experimentar la vida de una manera y otros sencillamente no pueden. ¿Una utopía? Creo que no. Considero que más bien es una forma de pensar el futuro sistémicamente, como en realidad es la vida.
Me refiero a un Estado que distribuya equitativamente los dones o el bienestar que aporta la cultura, por medio de sus políticas públicas, a la vida de sus ciudadanos.
Visibilizar este aporte desde cada ministerio es el camino, y no lo es solo el visibilizar la riqueza capitalizada de la cultura en un índice PIB, ya que los sentimientos y emociones capitalizados que genera la cultura son para y por el ser humano.
La equidad cultural se vería reflejada mucho más ampliamente, como lo es el desarrollo personal, cognitivo, perceptual y educativo de sus ciudadanos y, por ende, sus elecciones y acciones.
Elección. Ya que se elije gracias a la sensibilidad, la emoción siempre, y hoy más que nunca se elije no solo a un presidente, a una diputada, a un síndico, a un alcalde, a una rectora, a un ministro, también a una pareja, una forma de vivir y hasta de procesar las limitaciones.
Es necesario crear políticas culturales transversales, que incidan directamente en la educación de la sensibilidad, en cada una de las prácticas humanas relevantes de la comunidad.
Me refiero a un modelo muy diferente al modelo de la explotación que se hace en la actualidad de la captura de la atención. Modelo que concentra la atención en los sentimientos humanos, en el ganar y triunfar como lo hacen el deporte y los concursos de talentos y festivales, en los que además se mantiene y se explota la idea de que las artes son simples adornos y las destrezas humanas meros entretenimientos.
Hablo realmente de bienes públicos desarrollados en el espacio de lo común de las comunidades, idiosincrásicamente hablando y junto con sus propias prácticas.
Un ministerio no puede ser una ínsula que flota en el autismo social y el arte no puede ser solo el sinónimo de la precariedad humana en eterna solicitud de demandas. Aunque las políticas de la distribución y el derecho a la cultura no sean rentables para el aparato de propaganda, la cultura es necesaria como conducto sistémico.
El derecho de sostener el tejido cultural, el sistema sensible que experimentamos los seres humanos y la densidad emocional que reproducimos y anhelamos los ciudadanos es importante para la democracia.
Con esto me refiero a la necesidad de atravesar el acontecer institucional, ministerial, municipal, regional y vecinal. No existen zonas grises ni puede darse la discriminación de lo sensible en la esfera de lo público.
Se trata del carácter de un pueblo frente a la globalidad y la depresión social. Se trata de su legitimación y aprecio, de sus sentimientos y de la manifestación material de estas cualidades por medio de las representaciones desde su pasado hasta su futuro.
No se trata de una lista de acciones coordinadas para dar trabajo al sector de la cultura. Se trata de atravesar los ejes tradicionales de las políticas públicas y desde sus propios intereses de sector, sea agrícola, económico o turístico, visibilizar la cultura que habita en ellos y se desarrollarla con las ideas y necesidades propias con la finalidad de lograr que el trabajo sea generado no solo desde el MC, sino desde todos los sectores de la población, ofreciendo acciones acordes con la sensibilidad e identidad sociales. Un verdadero Estado cultivado no poda las flores; recorta las hojas muertas.
La autora es filósofa.