En un artículo titulado: «Con la danza en el corazón», publicado en la sección Foro de este diario, el día 17 de abril, la profesora de danza Lucía González Rodríguez, se refiere a la historia de esa disciplina en nuestro país, pero lo hace de una manera más bien poética.
Si lo señalo, no es porque esa forma de hacerlo signifique un demérito en sí mismo, y menos aún para su autora o su texto, sino más bien por las imprecisiones históricas en que esta incurre en el escrito y, de manera más específica, en una que del todo no tiene fundamento alguno.
¿Esclavos jamaiquinos? Me refiero, específicamente, a la afirmación que hace la profesora González Rodríguez en el tercer párrafo de su artículo, cuando sostiene que: «con la construcción del ferrocarril al Atlántico por esclavos provenientes de Jamaica, se acogió la cuadrilla en Limón».
Empecemos por decir que la supuesta esclavitud de los jamaiquinos llegados a finales del siglo XIX a nuestra costa atlántica es una falacia, tal y como la establecieron Carlos Meléndez y Quince Duncan en su obra «El negro en Costa Rica» (primera edición, Editorial Costa Rica, 1972).
Según dichos autores, el primer período de la presencia negra en nuestro territorio, además de su procedencia africana, se dio en la época colonial española, o sea, del primer cuarto del siglo XVI, al primer cuarto del XIX, que fue precisamente el de su esclavitud aquí, como en todo el Imperio español.
Mas con la llegada de la independencia y la posterior formación a la República Federal de Centroamérica, esa esclavitud fue abolida en todos sus Estados, en abril de 1824. Mientras que, por otra parte, y según los mismos autores, el segundo período de presencia negra en el país se inició hasta la década de 1870, con la construcción del ferrocarril al Atlántico.
Fue entonces cuando, junto a otros inmigrantes negros venidos de distintos puntos del Caribe, llegaron aquí los jamaiquinos, provenientes, unos probablemente de Panamá y otros directamente de Jamaica. Ahora bien, en esa isla —posesión inglesa desde 1655—, la población negra era libre desde 1833, como lo era en todo el Imperio británico.
Queda claro entonces que, aquello de unos jamaiquinos «esclavos», que en realidad eran libres, en una Costa Rica donde la esclavitud no existía desde hacía casi medio siglo, carece de todo fundamento histórico.
Esclavitud y numismática. No obstante, también en estos días, en un reportaje del periodista Daniel Céspedes, titulado el «Billete de cinco colones, un lujo numismático», de Telenoticias, de Canal 7, se hace una afirmación parecida.
En este caso, quien la emite es el señor Fabio Barrantes, historiador de la Asociación Costarricense de Numismática, al referirse a la obra del pintor italiano Aleardo Villa «Alegoría del café y el banano», de 1897; pintura ubicada en el cielo de la escalinata que conduce al foyer del Teatro Nacional y que desde 1968 adorna al viejo billete en cuestión.
Aparte de hacer hincapié en una serie de supuestas inconsistencias que contiene la pintura —como si no se tratara de una alegoría— se refiere el historiador al conocido personaje negro que, al centro del cuadro, sostiene de manera invertida e imposible, un racimo de bananos; quizá el único gran error de la obra.
Entonces, afirma el señor Barrantes: «si bien es cierto el banano estaba apenas iniciando en la parte atlántica, se da como un contexto de visión social, donde se da a entender que el café es recolectado por la clase más fuerte del país y que el banano es recolectado precisamente por la mano de obra más barata, inclusive hasta esclavista».
Al respecto, cabe señalar, primero, que la mano de obra relativamente barata que se destinaba a la cosecha de café era, en efecto, meseteña o «blanca», más no proveniente de «la clase más fuerte del país» que era la cafetalera, y que nunca se dedicó a la cogida, sino al beneficio y la exportación del grano.
En segundo lugar, barata también sería la mano de obra negra, tanto en los trabajos de construcción del ferrocarril, primero, como en los de los bananales, luego, pues siempre fue pagada —que no esclava—, por las compañías Northern Railways y United Fruit, de capital inglés y estadounidense, respectivamente, para nada «esclavistas».
Juventud y esclavitud. Con afirmaciones como esas, realizadas con la mayor ligereza y por personas a las que cabe suponer informadas, no extraña que, en alguna ocasión, un grupo de mis estudiantes universitarios se extrañaran cuando afirmé que, con la llegada de los jamaiquinos a Costa Rica no había mediado la esclavitud, pues prácticamente la totalidad de ellos así lo creía.
Los jóvenes, como el resto del público costarricense, tienen derecho a que quienes tenemos la oportunidad de expresar nuestro conocimiento y opinión a través de los medios de comunicación, lo hagamos responsablemente y, al menos, con la relativa veracidad que brindan las fuentes históricas disponibles.
En el caso que nos ocupa —el de nuestra rica herencia afrocaribeña y su origen—, baste decir que, en el medio siglo transcurrido desde la aparición del trabajo pionero de Meléndez y Duncan, ese ámbito cultural de investigación se ha visto enriquecido con decenas de trabajos realizados desde las distintas disciplinas sociales; aportes que hacen imperdonables afirmaciones como la dicha, que, por eso mismo, ya es hora de ir desterrando del ámbito cultural, académico y de la opinión pública en Costa Rica.
El autor es arquitecto.