Después de muchos años de querer leer la famosa novela Rebecca, de la escritora británica Daphne du Maurier (1907-1989), finalmente concreté mi deseo hace pocas semanas.
Por supuesto, años atrás, había visto la no menos célebre adaptación hecha por Alfred Hitchcock para el cine, pero no quise verla de nuevo hasta después de la lectura. Previamente, había leído dos excelentes cuentos suyos, “Los pájaros” —también llevado al cine por Hitchcock— y “No mires ahora” (trasladado al cine por Nicolas Roeg con el título en español Amenaza en la sombra e interpretado por Donald Sutherland y Julie Christie).
La lectura de Rebecca, antecedida de la de sus dos cuentos, me revelaron a una excelente escritora que, más allá de la justa fama lograda en vida, sigue teniendo mucho que decir a los lectores de hoy, con una estrategia narrativa bien calculada, por ejemplo: nunca sabremos el nombre del personaje femenino que narra la historia, pero sí el de su antagonista fallecida, que da título a la novela; una profunda psicología de personajes, una envolvente creación de atmósferas y un lenguaje cautivador, con un primer capítulo y un primer párrafo inolvidables.
Gótico en la sangre. Más allá de su propio talento, Du Maurier traía en su sangre el legado literario. El apellido Du Maurier procede de refugiados hugonotes (protestantes calvinistas franceses) en Inglaterra. Su abuelo, George du Maurier, escribió a finales del siglo XIX una novela, Trilby, que en su momento compitió en popularidad con clásicos del terror como Drácula, de Bram Stoker, o El escarabajo, de Richard Marsh.
Trilby plantea una misteriosa relación de sumisión (con el argumento del hipnotismo) entre una joven artista y su tutor, el terrible Svengali, cuyo nombre se popularizaría como sinónimo de dominio malévolo y oscuro, a caballo entre Mesmer y Freud, por varias décadas. A diferencia de sus colegas Stoker y Marsh, quienes echaron mano de lo sobrenatural sin ningún remordimiento, el abuelo Du Maurier acude a un argumento que, si bien extraño, no apelaba necesariamente a lo fantástico.
La nieta Du Maurier, Daphne, siguió la receta de su abuelo, pues su novela Rebecca, considerada por algunos como “gótica” por el uso de ciertos clichés (la casona misteriosa, el villano taimado y manipulador, la muerte y el erotismo flotantes), retoma estos temas, pero sin acudir a lo sobrenatural.
Sus fantasmas no son preternaturales, sino psicológicos, aunque no por eso menos terroríficos. Daphne seculariza el género gótico, lo sacude un poco de lo sobrenatural y deja apenas misterios y enigmas explicables, quizás, desde un punto de vista escéptico, aunque mantenga la vieja carga emocional que excita y conmueve apelando, sobre todo, al suspenso y a finales abiertos que el lector debe completar, como ocurre no solo en Rebecca, sino también en “Los pájaros”.
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Escritoras de lo fantasmal. Después de todo, de los diversos ámbitos literarios, el gótico ha sido tradicionalmente uno de gran presencia femenina, desde sus orígenes a fines del siglo XVIII, con Ann Radcliffe y Los misterios de Udolfo o, ya en el siglo XIX, con Mary Shelley y su Frankenstein. Incluso la literatura “culta” recibió su influjo en títulos como Cumbres borrascosas, de Emily Brönte.
El fin del siglo XIX estuvo también lleno de escritoras de lo gótico y fantasmal, que recientemente comienzan a ser rescatadas del olvido, dado el dominio hasta ahora de un canon masculino, desde teósofas como Helena Blavatsky y Mabel Collins hasta Edith Nesbit, Margaret Oliphant, Marie Corelli y Rosa Praed, entre muchas.
La casona o el castillote en ruinas como úteros gigantes que hablan de esterilidad e incesto, la sangre de asesinatos y violaciones que fluye como un río menstrual, el fantasma o el monstruo abortivo como proyecciones histéricas o inconscientes, todo eso y más propició la asimilación de lo gótico con la mujer.
En el siglo XX, siguió la presencia femenina en el ámbito gótico (pienso en autoras como Shirley Jackson, Angela Carter y Joyce Carol Oates) y, si en la actualidad Stephen King es el rey del género, la reina se llama Anne Rice. Por supuesto, las calidades literarias entre una y otra autora varían más allá de la fama alcanzada. Hay, además, que separar lo gótico de lo fantástico, pues ni todo lo gótico es fantástico ni todo lo fantástico es gótico.
Con Du Maurier no hay temor a encontrarse con una autora inflada por el mercado literario. Que en su momento vendiera mucho fue apenas un reconocimiento a su talento, uno que se reafirma gracias a su permanencia editorial tras su muerte y sus constantes traducciones a nuevas lenguas, incluido el español.
Conocerla por medio de sus adaptaciones cinematográficas puede estar bien en un primer momento, sobre todo, cuando dichas versiones son buenas por sí mismas, como las de Hitchcock. Otros textos de ella llevados al cine son La pensión Jamaica y La prima Rachel. Pero quedarse con ellas sin conocer las fuentes literarias, que siempre dicen más que sus versiones cinematográficas (dado el carácter más sintético de estas), esto sí es un pecado cultural.
Si quiere leer buena literatura y, además, entretenida, Daphne du Maurier es uno de esos nombres que no deben faltar en su biblioteca.
El autor es escritor.