El mundo afronta una profunda contracción económica como resultado de las medidas sanitarias para contener la pandemia de covid-19.
Se trata de una crisis sin precedentes, tanto por la velocidad y magnitud de la caída en la producción mundial —la más fuerte desde la Gran Depresión de 1929— como por su sincronicidad y alcance global.
El Fondo Monetario Internacional (FMI) prevé que este año la economía mundial se contraerá un 4,9 % y la latinoamericana, un 9,4 %.
La costarricense ha sido también fuertemente golpeada por la contracción mundial y las medidas de confinamiento que, a partir de marzo, debieron adoptar nuestras autoridades de Salud para contener la transmisión del virus.
La mayoría de las actividades económicas resultaron afectadas, en particular las relacionadas con el turismo (como hoteles y restaurantes), el transporte de pasajeros y el comercio al detalle (excepto supermercados y farmacias). Además, el mercado laboral sufre los embates de la crisis: en el trimestre a junio, la tasa de desempleo alcanzó un 24 %.
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Cálculos. En la revisión de su Programa Macroeconómico 2020-2021, publicada el 30 de julio, el Banco Central calculó una caída de la producción del 5 % en el 2020 y una recuperación apenas parcial del 2,3 % en el 2021.
Las previsiones apuntan también a una inflación muy contenida, como consecuencia de la merma en la demanda agregada, la elevada tasa de desempleo, expectativas inflacionarias estables y una baja inflación mundial.
Para mitigar el impacto de la crisis económica, el Banco Central profundizó su política monetaria expansiva para presionar a la baja las tasas de interés.
Desde marzo, redujo su tasa de política monetaria en 150 puntos base para llevarla a su mínimo histórico (0,75 %), lo cual produjo una significativa reducción en las tasas de interés sobre depósitos y préstamos, y, de esa forma, contribuyó a mejorar las condiciones para nuevos créditos y dio alivio a los deudores con préstamos a tasa variable.
Además, el Banco Central inyectó liquidez en forma oportuna y cuidadosamente calibrada en los mercados, y está preparado para seguir haciéndolo cuando resulte necesario a fin de asegurar la estabilidad financiera, el normal funcionamiento de los mercados y el flujo de crédito a los sectores más necesitados.
El Banco Central también trabaja en introducir una facilidad de crédito a mediano plazo a los intermediarios financieros, en condiciones favorables, para que estos puedan, a su vez, trasladar esos recursos al sector privado en mejores condiciones de tasa de interés y plazo.
Sobre el crédito. El Banco Central coordina con el Consejo Nacional de Supervisión del Sistema Financiero y la Superintendencia General de Entidades Financieras la adopción de una serie de medidas para facilitar la provisión de nuevos créditos y la reestructuración de los existentes.
A junio, un 41 % del saldo de la cartera de crédito de los intermediarios financieros había sido prorrogada o readecuada; ese porcentaje ascendía al 72 % para el segmento de hospedaje y restaurantes y al 86 % para el de transportes.
En lo que resta del año y en el 2021, la política monetaria del Banco Central continuará dirigida a mitigar el impacto económico de la pandemia mediante bajas tasas de interés y la provisión de la liquidez necesaria al sistema financiero.
En un contexto de muy baja inflación, actual y prevista, esa postura expansiva y contracíclica de la política monetaria es coherente con el objetivo de mantener la estabilidad de precios.
Lo que no hará. Por otra parte, hay medidas que el Banco Central no debe ni va a tomar, como utilizar las reservas internacionales o la emisión monetaria para financiar al gobierno.
Primero, más allá del mecanismo excepcional de las letras del tesoro, su Ley Orgánica prohíbe expresamente al Banco Central proveer financiamiento al gobierno.
En segundo lugar, utilizar las reservas internacionales para financiar gasto público desvirtuaría su naturaleza y propósito, de constituirse en un fondo para hacer frente a choques adversos en la balanza de pagos.
Una sólida posición de reservas es esencial en esta coyuntura, no solo para cubrir amortizaciones programadas de deuda externa del sector público a corto y mediano plazo, sino también para mantener la confianza en la capacidad del Banco Central de enfrentar eventuales presiones en el mercado cambiario.
El financiamiento del déficit fiscal por parte del Banco Central podría suscitar preocupaciones sobre la capacidad del gobierno de hacer frente al pago de sus obligaciones y dificultaría el acceso del país al financiamiento de organismos multilaterales y de los mercados financieros domésticos e internacionales.
Eso podría traducirse en una pérdida generalizada de confianza, como advierte la evidencia, y generar presiones sobre las tasas de interés y el tipo de cambio, con un impacto negativo no solo en las finanzas públicas, sino también en la estabilidad financiera, el crecimiento económico y el bienestar de todos los costarricenses.
La economía nacional atraviesa tiempos difíciles. El Banco Central mantendrá una política monetaria expansiva, pero prudente. Eso le permitirá preservar la confianza en sus políticas, fortalecer la estabilidad macroeconómica y financiera, y crear el espacio para seguir apoyando, desde su esfera de competencias, la recuperación económica y el empleo.
El autor es presidente del Banco Central de Costa Rica.