El tiempo vuela. Aquella chiquilla mechuda a la que canté durante ocho meses de gestación y recibí en mis brazos en el quirófano hace ya dos años, es hoy una alegre colocha que corre, brinca y salta.
Ha ido explorando el mundo, aprendiendo a hablar, a dibujar, a contar, a jugar… Yo también he ido descubriendo el mundo con otros ojos. Es diferente cuando se tiene la responsabilidad de educar a una niña.
Yo quiero para mi hija, mujer del siglo XXI, una sociedad solidaria, inclusiva, respetuosa. Pero me he ido encontrando, uno a uno, los obstáculos que tratan de impedirlo.
En este camino, he podido disecar, a la perfección, el modus operandi del acosador, del machista, del misógino, en la forma como “amorosamente” tratan a mi hija.
A una niña con menos de dos años de edad, se han atrevido a decirle: “¡Qué rica! ¡Qué ricas piernas! ¡Dan ganas de apretarla!”.
Pretenden que yo sonría, halagada. No se dan cuenta del aprendizaje que le transmiten: si con un año o dos debe agradecer el piropo, también deberá hacerlo cuando cumpla 15, 25, 30 o 40, y cualquiera le grite lo mismo.
Con esa manera de tratarla, mi hija aprende a no quererse, a no respetarse, a aceptarse como una cosa que cualquiera se siente con el derecho de apretar.
Cosificación. Si está leyendo de pie, siéntese: el piropo viene por igual de varones y mujeres. Varones que repiten el mismo esquema con mujeres de toda edad; a todas las “piropean” y esperan la sonrisa y algo más.
Mujeres rotas que sienten su valía solo con el piropo, sin caer en cuenta que las cosifican; son luego mujeres atormentadas por las canas, las arrugas, los senos caídos, por el fantasma de que las van a cambiar por dos de veinte cuando nadie las piropee más.
El machismo va más allá: “Deme un abrazo. Deme un besito”. ¿Por qué tiene una niña la obligación de besar o abrazar cuando no quiere? No se contentan con un “no”. Insisten: “Deme un abrazo, deme un besito”.
Eso es irrespeto; eso es acoso puro y simple. La sociedad observa y exclama: ¿Por qué no quiere darle un beso a don fulano? Póngale el nombre de un desconocido o un famoso, de un familiar cercano o de un vecino, el que usted quiera... Da igual.
La niña es acorralada y cansada, y, al final, aprende que es mejor dar un abrazo que seguir diciendo “no”. Así se reproduce la violencia de género. Se aprende de manera no tan sutil, poco a poco. Se consolida el patriarcado en una generación más. Luego, tenemos que redoblar esfuerzos para que aprenda que “no es no”.
Hipersexualización. Ni que decir de la ropa. Hay quienes se atreven a regalarle a una niña bikinis, pantis y hasta tacones y maquillaje, lo cual pone en el tapete otro gran problema: la hipersexualización de las niñas. El aprendizaje transmitido por esos regalos es la conversión de la niña, luego de la mujer en un objeto sexual.
A propósito de regalos, también es difícil hacer entender a las personas que no deben llevarle un obsequio a una niña cada vez que van de visita. No querer regalos no es ser malagradecido. Se trata de que las niñas no crezcan pensando que las quieren solo si les llevan un regalo.
Bajo ese modelo, de adultas, perdonarán a su pareja infiel o violenta cuando les lleve un presente porque ¡recibir un regalo es amor! Sonríe y sé feliz: la agarro a golpes y le doy un ramo de flores; tengo amantes y, con exquisito cuidado para no soliviantar a mi esposa, le llevo unos aretes.
Premios mal concebidos. En el mismo sentido, y aunque no es una conducta machista, como las comentadas anteriormente, me parece inadecuada la práctica generalizada en los deportes y otras actividades de pegarles una calcomanía a los niños cuando finalizan una clase.
La calcomanía no es amigable con el ambiente y, además, enseña sobre la necesidad de que haya un premio, cuando más bien resulta fundamental enseñar que no siempre se gana, que el ejercicio forma parte de un estilo de vida saludable y en la vida no todo se recompensa.
Tenemos mucho por cambiar en la educación para ganarles la batalla al patriarcado, al machismo y a la misoginia. Debemos enfrentar a quienes intentan con sus acciones imponernos la violencia de género en la cotidianidad.
Yo prometo no cansarme en mi lucha contra la discriminación, el odio y los estereotipos para que mi hija, Sofía, junto con todos los niños de su generación y de las siguientes vivan en un mundo de respeto y libertad.
La autora es odontóloga.