Hace muchos años, conocí la obra del místico Miguel de Molinos, su Guía espiritual. Supe entonces que me encontraba ante la tercera cima de la experiencia mística cristiana en España (junto con santa Teresa de Jesús y san Juan de la Cruz) y que solo los avatares de la política, la historia y la teología habían apartado su brillante legado del ojo público y lo habían puesto por más de dos siglos en la cárcel del olvido y en el rincón oscuro de la heterodoxia, al menos en el mundo de habla castellana, pues su legado se había conservado vivo en Italia, Francia, Inglaterra y Alemania.
Avatares biográficos. Molinos (1628-1696), nacido en Aragón y formado en Valencia, se trasladó a Roma, donde fue detenido tras varios años de vivir ahí, una década después de haber publicado su exitosa Guía espiritual en 1675 y de haber consolidado su prestigio místico.
Fue juzgado por la Inquisición, acusado de herejía y de un sinfín de actos deleznables, incluidos los sexuales, cuya diversidad y suma solo hace sospechar de un montaje de los acostumbrados por tan santa institución. Fue condenado por inmoralidad y heterodoxia y recluido en cárcel reducida y penumbrosa por el resto de su vida, donde murió un 29 de diciembre, hace casi tres siglos y cuarto.
Por supuesto, estoy seguro de que Molinos aprovechó su malhadada circunstancia para continuar con su práctica espiritual, alejado ahora de la vida mundana que tanto tiempo le quitaba para su contemplación. Aun en oscuro calabozo, el místico puede volar.
Molinos es posterior a Teresa de Jesús y a Juan de la Cruz, pero es ininteligible sin ellos, sin sus propuestas contemplativas, aunque se abra a otras direcciones que los ortodoxos consideraron heréticas y que dieron lugar a esa corriente mal vista del “quietismo”, la que subraya las virtudes superiores de la vida contemplativa, así como la importancia de la quietud y el silencio en la experiencia espiritual, pues estos son el campo propicio que puede ser alumbrado de repente por el relámpago de lo divino.
Lo demás (la acción, la palabra, el rito), aunque tiene su lugar, en el fondo es vano empeño humano por alcanzar la cima desde la base. En el retiro interior, conviene no pensar en ninguna cosa, ni aun en Dios, porque esto sería admitir una imagen de lo que no tolera ninguna.
Radicalidad de su doctrina. Una de las proposiciones de Molinos que escandalizó a los ortodoxos fue la que decía: “Sabrás que se ha de desapegar y negar de cinco cosas el que ha de llegar a la ciencia mística. La primera, de las criaturas; la segunda, de las cosas temporales; la tercera, de los mismos dones del Espíritu Santo; la cuarta, de sí misma; y la quinta se ha de desapegar del mismo Dios.
”Esta última es la más perfecta porque el alma que así se sabe solamente desapegar es la que se llega a perder en Dios, y solo la que así se llega a perder es la que se acierta a hallar”. Así, hay que perder a Dios para perderse en Dios.
Esto fue considerado “ateísmo blasfemo” por los acusadores, a pesar de que tales paradojas (perderse para encontrarse, perder para hallar) son propias de las imposibilidades lingüísticas del místico para transmitir su experiencia y las podemos encontrar incluso en los Evangelios, como esta de Mateo 16: 25: “El que quisiere ganar para sí su alma, ese la perderá, y el que la perdiere para consigo por mí, ese la ganará”.
En su proceso, Molinos buscó desapegarse de todo, incluida la idea de Dios, para así ser habitado por Eso que está más allá de las palabras. Su radicalidad, su soltar todo amarre, llevó a muchos a querer endilgarle genealogías orientales, incluso budistas, desde preilustrados como Pierre Bayle, teósofos como Helena Blavatsky y ortodoxos católicos como Marcelino Menéndez Pelayo. Tales afanes genealógicos son innecesarios, pues la propia mística católica basta para explicar el quietismo de Molinos.
Recuperación teosófica de Molinos. Lo que sí es cierto es que fueron los teósofos españoles de principios del siglo XX los que sacaron del olvido la obra de Molinos y la pusieron a circular de nuevo en castellano. Con su idea de que había que recuperar la propia tradición mística de la península, uno de esos teósofos cultos de entonces, Rafael Urbano, escritor y traductor, sacó de archivos polvosos la por siglos inédita Guía espiritual de Molinos y la publicó por entregas en la prestigiosa revista teosófica Sophia y luego en forma de libro en 1911.
El escritor Ramón del Valle-Inclán quedó tan fascinado por ella que escribió su propia versión, La lámpara maravillosa (1916), texto en el que combina poesía y mística y desarrolla el “quietismo estético” como base de su literatura.
Posteriores autores españoles como la filósofa María Zambrano y el poeta José Ángel Valente también pusieron sus ojos en Molinos y sobre él escribieron. Valente incluso reeditó su Guía espiritual, así como parte de su Defensa de la contemplación.
Por su lado, el poeta Antonio Machado habló de que “algún día habría que consagrar España al arcángel san Miguel” debido a los cuatro Migueles que resumen las esencias hispanas: Miguel Servet, Miguel de Cervantes, Miguel de Molinos y Miguel de Unamuno. En el 2014 apareció la excelente novela biográfica En el centro de la nada. Venturas de Miguel de Molinos, de Santiago Asensio.
A partir de la reedición teosófica de la Guía en 1911, se ha dado una creciente atención a la propuesta espiritual de Molinos de parte de aquellos interesados en la mística y la espiritualidad prácticas, no solo por el lado católico sino también por el de la diversidad religiosa.
Ha continuado la tentación comparatista con el budismo, sobre todo el zen, pero, repito, esto puede hacerse como ejercicio cultural, pero es innecesario para su comprensión espiritual, pues se sostiene sin problemas dentro del ámbito cristiano y, específicamente, católico.
Por el lado lingüístico, uno de sus más rigurosos lectores, el sacerdote vasco Ignacio Tellechea, escribe: "Molinos continúa inexplorado desde el punto de vista estilístico, mientras estamos ahítos de discutir sobre su doctrina. Sin duda le tentó menos la vanagloria del continente que la del contenido de su preciada obra. Sigue abierto al análisis y valoración estéticas de su prosa enjuta”.
Lo cierto es que, si alguien desconoce a Molinos y quiere reposar su espíritu en estos días de solaz, acudir a sus quietas y luminosas páginas es una buena opción. Aprenderá a volar alto y sereno.
El autor es escritor.