Ir al ritmo de las nuevas tecnologías es casi imposible, pero al menos debemos intentarlo. Algunas no están al alcance de personas y países por diferentes motivos. La computación cuántica, por ejemplo, se está desarrollando en laboratorios de investigación en empresas y universidades, pero ninguno está ubicado en países emergentes.
Algunas, como la Internet de las cosas, la robótica y los vehículos autónomos ofrecen la oportunidad de aumentar sustancialmente la productividad agrícola e industrial, así como reducir los accidentes de tránsito, pero al mismo tiempo destruyen grandes cantidades de puestos de trabajo.
El factor distintivo de la cuarta revolución industrial es la velocidad. El desarrollo exponencial es difícil de entender, y todavía más dificultoso adoptarlas a escala nacional. Cuando la velocidad de adopción es menor a la velocidad de desarrollo, las brechas entre quienes tienen y quienes no, se ensanchan cada día más. La lista de las diez tecnologías exponenciales presentadas por Klaus Schwab cuando inventó el término cuarta revolución industrial, hace solo tres años, ya se quedó corta; hay innovaciones para agregarle.
Escoger. Para todos es difícil echar mano de las tecnologías de manera tan rápida, pero lo es más para los países pobres que no pudieron mantenerse al día en la incorporación de las tecnologías digitales, para los países que fallaron en enfatizar las destrezas en materias STEM (siglas en inglés de ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas), para poblaciones que nunca aprendieron a programar o para naciones que no construyeron infraestructura digital, como redes de fibra óptica, por ejemplo. Esos países son casi todos en los llamados en vías de desarrollo y se encuentran en desventaja durante la nueva revolución industrial.
Me parece casi imposible para un país pobre y pequeño sobrevivir, y menos prosperar, si intenta dominar todas las tecnologías. Creo que lo más inteligente es escoger unas pocas por las cuales apostar. Si se escoge bien y se diseñan correctamente las estrategias de adopción y contención de la disrupción, es perfectamente posible, aunque no fácil, prosperar.
Está claro que las tecnologías que se decida no adoptar van a crear, o acrecentar, desventajas competitivas. Los que decidieran no apostar por la energía solar, por los motivos que fueran, deberán competir desde la posición desventajosa de una economía cuya energía es más cara que la de sus competidores.
Economías fuertemente manufactureras que decidan no utilizar la robótica sufrirán problemas similares porque no importa qué tan barata sea la mano de obra, no soportarán la competencia contra los robots avanzados en costo, ni en precisión.
Consecuencias de la decisión. Obviamente, las brechas también se ensancharán internamente en los países. Uno optará por dejar de lado una tecnología, es decir, no la promoverá, pero financistas privados podrían invertir buscando obtener ventaja de sus competidores locales.
Por otro lado, si la política pública en lugar de fomentar algunas tecnologías las evita, es posible experimentar consecuencias económicas y políticas de vasto alcance. Por ejemplo, si se rechazara la inteligencia artificial, algunos empleos serían defendidos durante un tiempo, pero al final la pérdida de puestos de trabajo sería masiva y mucho más rápida.
La posición del país, reflejada en política pública, respecto al uso que se quiere hacer de las más novedosas y poderosas tecnologías, es sin duda un problema complejo, lleno de incertidumbre y consecuencias no intencionales.
Decisiones como estas suelen producir parálisis, optar por no hacer nada porque es demasiado difícil y el miedo a equivocarse lleva a procrastinar indefinidamente, en algunos casos hasta a negar la existencia del problema.
Lo anterior sugiere la necesidad imperiosa de desarrollar un entendimiento mucho mejor, y de mucha más gente, de cómo interactúan los cambios tecnológicos con la economía (¿en diferentes sectores?), así como los efectos políticos.
A todos nos afecta. No hace mucho una gran mayoría de personas pensaban que la inteligencia artificial y, ciertamente los vehículos autónomos, eran inventos con los cuales tal vez nuestros hijos o nietos iban a lidiar. Sabemos hoy que hasta los más rocos tenemos que convivir con esas y otras tecnologías aún más novedosas.
Considero que sobrevivir, y prosperar en la cuarta revolución industrial, si bien es difícil para los países pequeños y de bajos ingresos, es perfectamente posible. La clave está en el entendimiento, como siempre: no hay sustituto para el entendimiento. Debemos comprender las relaciones de causalidad entre las nuevas tecnologías, la economía y la política. Ese conocimiento no puede ser privilegio de unos cuantos, debe ser difundido lo más ampliamente posible. Pero primero hay que producirlo.
Los países ricos y grandes que apuestan por todas las tecnologías, que albergan impresionantes laboratorios de investigación e invierten miles de millones en capital de riesgo, no tienen ese entendimiento, pero tampoco lo necesitan. La fuerza bruta del mercado producirá los resultados y la comprensión vendrá después. Un lujo que nosotros no podemos darnos.
El autor es ingeniero, presidente del Club de Investigación Tecnológica y organizador del TEDxPuraVida.