En el Día del Padre, el abogado Gustavo Román Jacobo publicó un artículo titulado “La imbecilidad suprema” (21/6/2020), que los padres no agradecieron, aunque tampoco deja de seducir el hecho de alcanzar la supremacía, aunque fuere en algo tan feo.
De todo hay. Parece que, según Román, la “imbecilidad suprema” es descuidar a los hijos, pero solo la cometen los hombres; es decir: tal imbecilidad exhibe “perspectiva de género”.
Román mencionó tres casos de padres odiosos o negligentes, y sostuvo que, en general, los padres se dedican a sus cosas, descuidan a sus hijos y recargan los trabajos en las esposas.
El autor postuló que tal desidia es cultural, no biológica. En otras palabras: si no fuera por sus malas costumbres, los padres cuidarían tan estrechamente a sus hijos como hacen las madres.
El autor se contradice. Él rechaza el “biologicismo” (la determinación genética de las conductas). Con su proverbial modestia, declara contra los argumentos científicos: “Me sé todo el argumentario y sus ejemplos, incluidas las ‘parteras’ bonobo (…). Hay mucho escrito, mejor que lo que yo podría aquí, sobre la muleta biologicista del sexismo”. Es difícil enseñar a quien no sabe, pero es imposible enseñar a quien cree que ya sabe.
Román se contradice pues rechaza el “biologicismo”, pero es biologicista, pues supone que, privados de sus malas costumbres, la biología de los hombres —¡liberada!— haría que cuiden a sus hijos tanto como lo hacen las madres.
Esta es una versión criolla de un cuento roussoniano: “El hombre nace bueno y la sociedad lo corrompe”. Lo gracioso es que alguien debió nacer malo para que pudiese corromper luego a los demás. Jean-Jacques nos debe una explicación.
La campana. También podría ocurrir que Román sea cultor de la tabula rasa; es decir, del mito según el cual nacemos sin instintos, que se manifiestan según las edades.
Por ejemplo, la atracción mujer-hombre es instintiva, programada en el cerebro y activada por neuronas en la pubertad. A la inversa, si fuéramos tablas rasas, los padres malos se convertirían en buenos porque, de origen, no serían buenos ni malos.
Tal mitología prosperó entre los filósofos durante muchos siglos, pero ya ha sido refutada por las neurociencias, que hallan instintos en las personas, como el instinto materno. Sin embargo, el mito de la tabla rasa aún deambula en la filosofía negando que exista la naturaleza humana, como hizo el idealista Ortega y Gasset.
Buenas refutaciones de la tabla rasa figuran en los libros La tabla rasa, de Steven Pinker, y La naturaleza humana, de Jesús Mosterín.
Si La Nación nos lo permite hacerlo en dos artículos, trataremos de refutar estas tesis de Gustavo Román: 1) la negligencia paterna es general; 2) la negligencia paterna es cultural, no biológica. Hoy nos ocuparemos de 1.
A Gustavo Román le suena la campana de Gauss. Esta es un dibujo estadístico en forma de campana: curva y con salientes en la base, a la izquierda y a la derecha.
El matemático Carl Gauss inventó tal dibujo para ilustrar las variantes existentes en un grupo, de más a menos.
Tomemos cien hombres. De ellos, 60 medirán 1,70 m (poco más o menos) y estarán en el centro de la campana. Los otros 40 se dividirán 20-20.
En el dibujo, a la izquierda, los primeros 20 bajarán en curva hasta llegar al hombre de 1,5 m; a la derecha, los segundos 20 bajarán en curva hasta llegar al hombre de 1,9 m. Tendremos así el grueso de la campana (60 hombres) y dos “colas” decrecientes (20-20).
Malos ejemplos. Ahora dejemos de tocar la campana de Gauss y volvamos al artículo de Román. Él cree que los hombres descuidan a sus hijos porque saben que las madres se encargarán de estos mientras tales hombres se dedican a buscar fama, fortuna y poder.
Román opina: esa actitud es injusta; además, es cultural y carece de base biológica. Remedio: los hombres deben implicarse más con sus hijos y copiar los superiores cuidados maternos (el modelo).
Nadie sabe si Román conoce estadísticas sobre los descuidos paternos en el mundo, por países y por clases sociales. Empero, tal vez sí posea estadísticas que arrojen índices repulsivos.
Por tanto, se sintió autorizado a tomar “casos ejemplares” que ilustren la generalizada desidia paterna. Así, los padres son tan “malos” que, incluso, tres elegidos al azar representarían bien a los demás.
Según Román, tales ejemplos de padres odiosos o desaprensivos fueron Pablo Neruda, José Ortega y Gasset y José Figueres Ferrer.
El autor les dedica duras condenas porque antepusieron sus intereses —artísticos, intelectuales o políticos— al bienestar de sus hijos y a los derechos de sus esposas, obligadas a trabajar doblemente.
Un autor es libre de escoger los ejemplos que desee para demostrar una tesis; mas, a veces, tales ejemplos prueban lo contrario.
En otras palabras: los ejemplos extremos son la excepción, no la regla, no el promedio. El “método” de Román está viciado.
Mientras no conozcamos sus estadísticas, podemos suponer que hay padres muy descuidados y hasta casi filicidas, pero que son pocos: están en la cola izquierda de la campana del total de los padres.
Feliz día. El grueso de los padres son normales y cuidadosos de su familia según las costumbres que les tocaron. Sí, muchos cometen errores y se cansan, pero también hacen sacrificios: no son ángeles ni demonios y no abandonan a sus familias.
En la “cola” derecha de la campana figuran los padres especialmente atentos a sus hijos, aunque también son pocos. Igualmente habría sido injusto tomar tres casos de padres supererogatorios: los que van más allá del sentido del deber que la sociedad espera por término medio.
Sí, pues: muchos padres no desean cambiar los pañales o cocinar la papilla del bebé, aunque manejan un taxi durante doce horas, levantan torres eléctricas o salen a vender baratijas para ganar el sustento de su familia.
Es fácil condenar a un hombre (y a una mujer) por unos detalles, y borrar otros, meritorios. Esto es frivolidad.
Otro error de Román es su insistencia en comparar el modo de protección que dan los padres con la manera de cuidado que suministran las madres: no pueden ser iguales.
Lo que ofrece un padre no es peor que lo que brinda una madre: son actitudes distintas y complementarias por naturaleza para que influyan en la buena socialización de los hijos y las hijas. Un tenedor no es mejor que una cuchara, pero ambos nos ayudan a comer.
Tampoco es que los padres Homo sapiens sean tan malos. La psicóloga Shelley E. Taylor nos dice: “Comparados con nuestros parientes primates (chimpancés, bonobos, gorilas y babuinos), los padres humanos son modelos de cuidado y atención por un margen muy grande” (Lazos vitales, capítulo II).
Otras habrían sido las conclusiones de Román si hubiese tocado la campana de Gauss. Datos incluso aproximados habrían guiado al autor a conclusiones muy distintas. ¡Feliz día, señores, aunque sea tarde!
El autor es ensayista y miembro honorario de la Academia Costarricense de la Lengua.