Un estudio reciente de la Universidad de Hawái, publicado en la revista científica PLOS, afirma que el organismo de los perros produce anticuerpos para combatir el virus del Ébola y la fiebre de Lassa.
La información fue publicada por el diario El País de España el 6 de agosto, en un artículo titulado con una pregunta esperanzadora: “¿Nos protegerán los perros frente a virus letales?”.
Entre el 2014 y el 2016, unas 11.000 personas perecieron en Guinea-Conakri, Sierra Leona, Liberia y Senegal a consecuencia del brote de ébola más mortífero nunca antes vivido en África Occidental, señalaba el artículo. Durante ese período, los perros permanecieron inmunes a la enfermedad.
Por otra parte, la fiebre de Lassa, conocida como fiebre hemorrágica viral, afectó el año pasado a más de un centenar de nigerianos. Aún no existe vacuna contra ella.
Si, ancestralmente, el perro se ha encargado del cuidado de nuestras propiedades, ahora podría convertirse en el centinela de algunos de los virus mortales.
El salto que supone esta posibilidad es inmenso. Del mundo físico al intangible. De lo evidente a lo microscópico. “La naturaleza no procede por saltos”, afirmó Aristóteles. Parece que ese día observó con menor atención a su perro y subestimó sus posibilidades.
En realidad, no sabemos si el padre de la zoología tenía un perro, o cinco, o veinte; sin embargo, está claro que el filósofo dedicó mucho tiempo al estudio de sus características. Señaló, por ejemplo, que el ladrido del perro se hace más grave conforme envejece; hizo referencias al lobo, el zorro y el chacal como parientes directos suyos; y notó que los cachorros, “aún después de haber salido del vientre materno, no ven”. Esto le permitió, además, teorizar sobre el origen “inacabado” de las formas de gobierno de su época. Aristóteles era fanático de ese tipo de analogías.
Desde la antigüedad. La relación entre el perro y el hombre se inició mucho tiempo antes de que Aristóteles se dedicara a su observación, incluso antes de que abandonáramos el nomadismo, es decir, hace, por lo menos, 12.000 años. Entonces, éramos una manada de salvajes, empuñábamos lanzas con punta de hueso y dormíamos en torno a una hoguera, escoltados a cierta distancia por manadas de chacales que denunciaban con sus aullidos la proximidad de alguna amenaza.
Todavía no éramos conscientes de su servicio, así que, cuando algún chacal se acercaba demasiado, lo ahuyentábamos a pedradas. Sin embargo, un buen día cambiamos las piedras por trozos de carne y, así, lentamente, los chacales se acercaron al fuego.
Esa noche tuvimos un sueño tranquilo y reparador. “En lo sucesivo, no se arrojarán más piedras contra los chacales”, cuenta Konrad Lorenz en un texto clave de la etología, que tiene mucho de elogio y de fábula, titulado Cuando el hombre encontró al perro (1950).
El episodio contado por Lorenz representó, como diría Humphrey Bogart en Casablanca (1942), “el comienzo de una gran amistad”. Hoy, el perro cuida nuestro sueño, juega con nuestros hijos, nos saca a pasear todos los días, apoya la vigilancia en los aeropuertos, arrastra nuestros trineos y orienta nuestros rebaños, entre muchos otros trabajos. Cuando es un cachorro, orina nuestras camas y tritura nuestros teléfonos celulares, pero, ¡bueno!, para esos son los amigos.
Bioética. El perro es nuestro mejor amigo. Eso ya lo sabemos. Entonces, ¿por qué es necesario recordarlo? Porque sabemos también que la historia de la experimentación con animales no se caracteriza precisamente por su compasión y la búsqueda de vacunas contra virus letales tiene hoy a nuestro mejor amigo en la mira. El asunto es realmente complejo.
La construcción de un criadero de perros de laboratorio en Inglaterra encendió en el 2015 el debate sobre la experimentación con esos animales en algunos países europeos. La organización PETA señaló entonces que “el gobierno inglés había abandonado a los perros”.
El director ejecutivo de la Asociación Europea de Investigación Animal, Kirk Leech, comentó que los nuevos criaderos aseguraban “la continuidad de valiosas investigaciones médicas para el desarrollo de nuevos fármacos y tratamientos, tanto para las personas como para los animales”.
Por un lado, parece innegable que la investigación médica necesita con frecuencia la experimentación con perros, la cual fue fundamental para el desarrollo de la insulina, el marcapasos, las transfusiones sanguíneas, la cirugía a corazón abierto y el trasplante de órganos, por ejemplo.
Las pruebas de seguridad de múltiples fármacos, así como las vacunas y los medicamentos recetados a nuestros perros domésticos se han probado, también, como puede suponerse, en otros canes.
Por otra parte, este círculo vicioso no se limita a los perros, incluye conejos, pollos, ranas, roedores, cerdos y un largo etcétera. Previsiblemente, la complejidad del debate varía en función del vínculo cotidiano y emocional establecido con cada uno de esos animales.
Sujetos de derechos. Muy pocas ramas de la medicina no dependen de la experimentación con animales, lo cual evidencia la necesidad de buscar alternativas y de asegurar que no representa un sufrimiento físico o psicológico para estos seres vivos. Se trata, en síntesis, de contar con una legislación apoyada en la compasión y el respeto de los derechos de los animales.
Costa Rica cuenta, desde el 2017, con una Ley de Bienestar Animal. Un capítulo está dedicado a la experimentación científica y garantiza, en buena medida, las condiciones éticas necesarias en los procesos de experimentación. Es, sin duda, una buena noticia, si consideramos la posibilidad de un surgimiento en el país de algún proyecto de investigación que pretenda encontrar la vacuna contra algunos virus letales en perros callejeros, entre otros.
Aunque pueda parecerlo, este no es un pensamiento originado en la literatura de ciencia ficción, sino una pregunta sobre la estatura moral de la ciencia. Y, claro, la ciencia no es una abstracción ajena a las decisiones humanas, sino un espejo que revela quiénes somos.
Los investigadores del ébola afirman que los perros callejeros podrían ser la clave para erradicar la enfermedad por dos razones: están expuestos al virus debido a su contacto directo con los seres humanos y producen grandes dosis de anticuerpos mientras buscan alimento en los basureros.
La ecuación es asombrosamente simple: seres humanos y basura, que no es lo mismo que seres humanos basura. Eso es justamente lo que debemos demostrar mediante el trato justo y compasivo hacia nuestro histórico mejor amigo.
El autor es cineasta.