Los japoneses cultivan variadas formas de arte, que van desde vestir los platos para una cena hasta los arreglos florales, mediante la técnica conocida como ikebana, que con una o tres flores consiguen transmitir una sensación más bella que floreros con 30 o más.
Los relajantes jardines zen, la ceremonia del té y el bonsái son otras manifestaciones artísticas. El arte culinario, las prácticas japonesas que consideran la presentación tan importante como el sabor de la comida influyeron en la nouvelle cuisine como, entre otros, señalaron los renombrados chefs franceses Paul Bocuse y los hermanos Jean y Pierre Troisgros.
Los japoneses aprecian y practican también una técnica que consiste en realizar cortes de madera de forma tal que fabrican elaborados muebles e incluso edificios por medio de articulaciones precisas que mantienen las piezas unidas sin necesidad de clavos, tornillos o colas.
La ciencia está en la forma como se hacen los cortes para asegurar que las piezas calcen al centavo y se apoyen entre sí. Cuando utilizan maderas con jaspes diferentes, que a los ojos del observador se complementan, el producto final es mejor. Mejor no necesariamente por la función que está llamado a desempeñar, sino por su belleza.
Curación. Debo reconocer que no fue sino hasta hace unos días cuando me enteré de otra expresión centenaria del arte nipón, llamada kintsugi, la cual dota de belleza a lo que en Occidente podríamos considerar una pérdida, como cuando un lindo tazón, plato o escultura de cerámica, por descuido o por un movimiento telúrico, cae al suelo, se quiebra y deja cinco o más pedazos dispersos, que muchos procedemos a barrer y a llevar al basurero.
Para los maestros del kintsugi, lo descrito constituye una valiosa oportunidad para dotar de gran belleza, superior a la que originalmente tuvo, y dar nueva vida a aquel objeto.
El artesano considera que la ruptura no es el final de una pieza, y entonces procede a recoger y lenta y cuidadosamente a encajar y unir los fragmentos con una resina que contiene metales preciosos, como plata y, sobre todo, oro.
El artista no se propone ocultar las heridas de la pieza ni revivir su función original, sino agradecer el papel que desempeñó antes del accidente y hacerla más hermosa de lo que fue.
Las roturas no se disimulan, más bien se destacan y luego se presentan tal como son.
Enseñanzas. Dicen los entendidos que los seres humanos debemos tener presentes las enseñanzas del arte kintsugi a fin de sacar provecho de toda adversidad que de tiempo en tiempo nos presenta la vida.
Si bien, como dice la Biblia, somos hechos a imagen y semejanza de Dios, no somos Dios y tenemos muchos defectos. A veces la adversidad se ensaña contra nosotros, como cuando perdemos un examen en el colegio o en la universidad, o nos despiden del trabajo por lentos o porque llevamos la contraria al patrón, o cuando algunos se burlan de uno por nuestra estatura, gordura, forma de hablar o de pensar.
Los malos vientos nos hacen sentir rotos en múltiples ocasiones.
La pandemia de la covid-19 se asemeja a un terremoto de magnitud seis en la vida de una gran mayoría de seres humanos, quienes vieron reducidos o perdieron sus ingresos por recorte de jornadas, reducción de planillas o cierres de negocios.
En el ínterin, las cuentas por pagar para la satisfacción de las necesidades y compromisos familiares mínimos —préstamo hipotecario, mercado, luz, agua, impuesto sobre bienes inmuebles— se van acumulando.
Algunos negocios no volverán a la situación anterior a la pandemia. No pocas personas tendrán que extraer enseñanzas de la adversidad que enfrentan y hasta reinventarse.
«Tal vez fui demasiado consumista, y colón que recibía, colón que gastaba. No valoré el ahorro», dirán algunos. «Conviene que actualice mis conocimientos para avanzar en mi profesión» o «no he sabido dar el verdadero valor a la amistad», manifestarán otros.
La ruptura no es el final de un objeto apreciado, como tampoco un mal momento es el final de uno. Así como dos objetos no se rompen de la misma forma, las experiencias de una persona son diferentes a las de otras, y estas condicionan lo que somos.
El tazón o el plato reparados con esmero se convierten en únicos; las personas que atienden con cuidado sus heridas también lo son. Las heridas, decía un poeta, que con el tiempo cicatrizan, son las grietas por donde entra la luz.
Por tanto, no ocultemos las cicatrices. Al contrario, mostrémoslas con belleza, como en el arte del kintsugi.
El autor es economista.