Recibo el servicio a las diez de la noche e inmediatamente procedo a cambiarme la ropa, pues, para atender pacientes de covid-19, es necesario utilizar ropa hospitalaria.
Después de comentar con mis colegas las condiciones de todos los pacientes, me dispongo a ingresar al área de aislamiento, donde me esperan ansiosos para poder conversar, aunque sea un momento, con alguna persona.
Uno de ellos me dijo en una ocasión: “Mi momento más feliz es cuando ustedes ingresan y puedo hablar con alguien”.
Antes de ingresar a esta área, me lavo las manos, me coloco botas de tela y guantes; luego, una bata; después, una mascarilla N95. Posteriormente, anteojos o monogafas, gorro, careta y otro par de guantes... Esto, mientras mi colega supervisa que haga todo lo anterior correctamente.
Ya con el equipo de protección puesto, me doy cuenta de que no importa si el aire acondicionado está al máximo, siempre voy a tener calor, y no solo eso, también es difícil ver, y más si uno padece de alguna deficiencia visual. Y es entonces cuando ingreso a la unidad del paciente.
Debido al equipo de protección personal, cuando aquel paciente ansioso de conversar con alguien me habla, le está hablando a una máscara, a una cosa con traje azul, en la cual si acaso se logran ver los ojos.
Procuro que mis palabras sean suaves, amigables, llenas de esperanza, porque ellos las necesitan. Ya dentro de la unidad, llevo a cabo una revisión completa del paciente: si están conscientes, si respiran bien, si sus pupilas se encuentran normales, si no presentan sangrado en algunos de sus tantos puntos de inserción de catéter.
Todo esto lo hacemos lo más rápido posible para evitar la exposición al virus y los efectos que puede tener este traje en nuestro cuerpo...
Y continúo mi relato con palabras comunes, ya que soy una persona educada, pero no soy conocedor de términos filosóficos o cultos con los que se expresan algunos de ustedes.
No siempre se puede permanecer solo unos minutos en la unidad de los pacientes, ya que algunos necesitan un cuidado especializado; por ejemplo, la aféresis es una terapia de reemplazo plasmático que ha dado resultados muy positivos en los pacientes enfermos por covid-19, tanto a escala nacional como internacional; sin embargo, para efectuar esta terapia es necesario pasar cerca del paciente de cuatro a ocho horas.
Por esa razón, procuramos iniciar las terapias antes de los cambios de turno, dos horas antes, para que esas horas se distribuyan en dos turnos, empero a veces el equipo de protección personal, nuestras condiciones físicas y otros factores nos juegan una mala pasada como la siguiente:
El otro día inicié la terapia a las 4 a. m., y a las 5 a. m. empezó a dolerme la cabeza. Al principio, no tan fuerte. Revisé la hora y faltaba, por lo menos, una hora para el cambio de turno y de tres a cuatro horas más para finalizar la terapia. Diez minutos después, el dolor era incapacitante, pero esperé que fuera pasajero.
Respiré hondo, conté mis respiraciones, conté los segundos, que en esos momentos se vuelven minutos, y no mucho tiempo después, horas.
Sentí náuseas y a veces mareos. Sabía que mis compañeros me vigilaban atentos desde fuera de la unidad y que estaban listos para hacer el cambio en cualquier momento, pero pensé que sería una persona más expuesta al virus sin “necesidad” y un equipo más que, posiblemente, necesitaríamos posteriormente.
A las 5:30 el dolor era insoportable. Sabía que tenía que ver con el equipo de protección y que si era capaz de soportar 30 minutos más todo pasaría.
Después de 25 minutos y sin disminución del dolor, mis compañeros del siguiente turno llegaron e inmediatamente se cambiaron para ingresar a la unidad.
Yo lo agradecí de todo corazón, y una vez fuera de la unidad, todo fue como lo pensaba. Al retirar el equipo de protección personal, mi condición mejoró considerablemente y unos días después no sentía ninguna molestia.
Ese es mi sacrificio, ese es mi “un poco más por el paciente”, por mis compañeros, por mi familia y por el país. Pero yo me pregunto, señores diputados: ¿Cuál es su “poco más”? Y esta es tan solo una historia de tantas que sé que se cuentan por ahí.
Espero de ustedes que hagan lo posible para que el número de casos positivos no se incrementen en el país, con sus leyes, con la aprobación de proyectos, pero, mucho más allá, lo espero con su ejemplo.
Me entristece y me decepciona ver que los elegidos para representarnos, algunos de ustedes con mucho estudio sobre sus espaldas, padezcan del pensamiento primitivo que se llama “mala educación”, y lo acepto porque nuestra cultura carece de disciplina, o tenemos muy poca de ella, y ustedes son un reflejo de esto. Pero yo esperaría un poco más de ustedes, nuestros representantes.
Ya habrá otras formas de ser rebelde y maleducado, sin que mi actitud vaya a causar daño a los que debería estar protegiendo.
El autor es enfermero y atiende a pacientes de covid-19 en la Unidad de Cuidados Críticos del hospital Calderón Guardia.